Cuando un actor toma las riendas
Pocas veces tiene un comentarista de cine una ocasión como la que le ofrece tan en bandeja este filme para hablar de uno de los fenómenos más curiosos y profundos del cine: ese que convierte a un actor en autor profundo de un filme, en creador de sus mejores cualidades e incluso en generoso encubridor de los errores de los guionistas y del director.Frenético -que parte de una idea ya empleada de otras maneras por los géneros en que cristalizó el cine de tensión, búsqueda, intriga y acción- es un filme escrito (con ostensible falta de equilibrio) por Brach y Polanski y dirigido (con más oficio que talento) por este último. Y sin embargo, pese a ese desequilibrio en la estructura del guión y a la rutinaria cuquería y marrullería de buena parte del trabajo de dirección, contiene cine de excepcional calidad, instantes geniales, resoluciones originalísimas de escenas convencionales, derroches de talento extraídos de esquemas narrativos o dramáticos comunes y corrientes.
Frenético
Dirección: Roman Polanski. Guión: Gerard Brach y Polanski. Fotografía: Witold Sobocinski. Música: Ennio Morricone. Producción: Warner Bros. Estados Unidos, 1988. Intérpretes: Harrison Ford, Betty Buckley, John Mahoney, Jimmie Ray Weeks, Emmanuelle Seigneur. Estreno en Madrid: cines Lope de Vega, Novedades, Benlliure, Juan de Austria, Cartago, Aluche y (en versión original subtitulada) California.
El autor de esta colección de momentos de cine extraordinario es un actor, Harrison Ford, que por sí solo vertebra a un guión mal vertebrado (pues va de más a menos), que por su cuenta otorga la condición de arte a una estructura fílmica calculada con estrecheces artesanales, que en solitario otorga una inesperada profundidad a un cauce de superficie y que, como consecuencia de ello, con su trabajo de gigante convierte a guionistas y director en acólitos enanos a su servicio.
Un puñado de elegidos
Habría que remontarse a los inolvidables vuelos de nobleza que -por poner unos ejemplos orientadores- Spencer Tracy dio a los filmes dirigidos a ras de suelo por Stanley Kramer, o el legendario mano a mano entre Walter Brennan y Gary Cooper que convirtió a la excelente El forastero en una obra genial, o los siete minutos que bastaron a Montgomery Clift para convertir al innecesario Vencedores o vencidos en un filme imprescindible, para encontrar un caso similar de autoría de un actor. Desde su Indiana Jones era evidente que Ford llevaba dentro una estrella, y desde Blade Runner, que era además un gran actor. Pero desde Frenético su nombre entra en el Olimpo de los grandes rostros del cine. Su capacidad para la mutación, para ir transformándose progresivamente de un hombre en otro e imprimir a su quietud exterior un movimiento interior cada vez más intenso, es patrimonio del puñado que puebla a los elegidos de su oficio.
Polanski, guionista y director, ofrece una primera media hora de película de gran altura. Pero a partir de la secuencia del bar y el encuentro con el cadáver del personaje Dedé va perdiendo poco a poco los papeles, las riendas del relato se le van de las manos y es entonces Ford quien ha de tomarlas para que éste siga poniendo imán en la mirada del espectador.
Las escenas finales, sobre todo las del tejadillo y el puente, donde la acción llega a su cresta, tienen un diseño guionístico tan elemental como el de un telefilme de consumo y una planificación tan habilidosa y tópica que convierte a Polanski en un zorro del oficio sin gallina que llevar a la pantalla. Es el actor quien impulsa la elevación, quien hace crecer a un filme varado, quien da verdad a un thriller mentiroso.
Prueba de ello: salvo el personaje, muy bien compuesto, de la esposa de Ford, el resto del reparto, comenzando por la chica, no sobrepasa nunca la medianía. No hay buena ni conjuntada dirección de actores: es uno sólo, Ford, el que conduce el filme a la maestría, haciéndole magnífico en los planos que él conduce y normalito en los contraplanos donde él no aparece.
Babelia
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