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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Líbano era un país

LA FALTA de capacidad del Parlamento libanés para elegir un presidente de la República al término del mandato de Amín Gemayel y la decisión de éste de entregar el poder a un Gobierno de militares encabezado por el general Michel Aun, comandante en jefe del Ejército, agravan aún más -si es que es todavía posible- la situación de un país en trance de desaparecer después de 13 años de guerras civiles. La Constitución estipula, en caso de que el presidente no sea elegido en el plazo fijado, que su poder sea asumido de modo transitorio por el Gobierno, hasta que la elección tenga lugar. Pero el problema estriba en que existe ya un Gobierno libanés, con un primer ministro en funciones, el musulmán Salim El-Hoss. Es un Gobierno que no funciona de modo efectivo, pero lo mismo ocurre con las otras instituciones legales. Por eso resulta sorprendente que Gemayel, que en otros momentos ha sido hombre de consenso, haya adoptado una decisión que deja a Líbano sin presidente de la República pero con dos gobiernos.

Como consecuencia de las diversas guerras que se han desarrollado en su suelo desde 1975, Líbano ha perdido su cohesión administrativa y política. Es un mosaico de zonas en las que se ejercen diversos poderes. Una de ellas está ocupada por el Ejército sirio y en otras mandan milicias y ejércitos privados de todo signo, político o religioso. Casi todas estas milicias cuentan con apoyos exteriores: Israel tiene su milicia en el sur; Irán, la suya; Siria apoya a varias, y recientemente hay síntomas de que Irak se dispone a actuar en ese sentido. En esa situación tan peculiar, la legalidades el último refugio de la existencia de Líbano.

Hasta ahora, los diversos sectores libaneses han sabido conservar un mínimo consenso para mantener las formas legales del Estado. ¿Quieren ahora algunas facciones romper la baraja? Sería gravísimo, sobre todo para los sectores cristianos, que al parecer son los que han adoptado una actitud más intransigente. La política libanesa se rige por un pacto, establecido cuando los cristianos tenían un peso muy superior al que tienen hoy, en virtud del cual les corresponde la presidencia de la República. Las fracciones musulmanas, y Siria, lo siguen aceptando aunque lo consideren obsoleto. Por eso han propuesto personalidades cristianas, si bien simpatizantes con Siria, para la presidencia. Solución rechazada por los cristianos, lo que ha impedido que la elección se pueda llevar a efecto.

En el fondo de esta actitud de los partidos cristianos está el temor a que Líbano acabe convirtiéndose en un Estado predominantemente musulmán y dependiente de Siria. Pero la idea de que Líbano puede volver a ser una especie de islote ejemplar por el equilibrio de poder entre las diversas religiones es probablemente ilusoria.

La elección ha sido aplazada sine die, pero si se evita el choque de los dos Gobiernos, el tiempo puede conducir a un consenso. Sería casi la cuadratura del círculo. Pero que Líbano siga existiendo como Estado soberano es también algo que hoy por hoy desborda la racionalidad.

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