Un dios derrotado por Mac Arthur
El emperador Hirohito, considerado aún como un dios por muchos japoneses, llegó al trono hace 63 años, en Navidad de 1925, iniciando su era showa (la de la paz y la armonía), cuyos primeros 20 años no fueron precisamente marcados por tan nobles principios. Fueron, al contrario, los años del Japón imperial, durante los cuales la figura de Hirohito, la bandera imperial del Sol Naciente, reinó desde las fronteras de la Manchuria china hasta las pequeñas islas del Pacífico, pasando por Birmania o Filipinas.
Cuando las potencias occidentales comenzaron a contraatacar y Japón fue perdiendo sus posiciones, la consigna nacional era la de resistir, al grito de "¡Banzai!" (larga vida al emperador), cualquier intento de desembarco americano en el sacrosanto suelo japonés, que durante siglos había sido preservado de cualquier ocupación extranjera. Los americanos avanzaron, no obstante, hasta la isla japonesa de Okinawa, donde los primeros japoneses, incluidos mujeres y niños, se suicidaban lanzándose desde los peñascos al mar antes de rendirse al ocupante. El Japón militarista hizo caso omiso a las propuestas de capitulación hasta llegar al día D, en que una bola de fuego -como se describe en el Museo de Hiroshima- cayó el 6 de agosto sobre Hiroshima, causando unas 100.000 víctimas, seguida tres días después por una segunda bomba sobre Nagasaki.
Fue con motivo del anuncio de la rendición de Japón que los súbditos del tenno (emperador) oyeron por vez primera su voz, que perdía parte de la divinidad en que estaba envuelto y a la que oficialmente renunciaría seis meses después Hirohito ante el general Douglas Mac Arthur, el jefe de las fuerzas de ocupación americanas en Japón. A partir de ese día, el emperador pasó a ocupar un papel más discreto en una historia de Japón marcada al ritmo de los vencedores.
El tenno se volcó entonces en su afición por la biología marina o a viajar por el exterior en la década de los sesenta, dando una nueva imagen de un Japón que, de las cenizas de la derrota, renacía poco a poco gracias al tesón de sus ciudadanos y a la estructura disciplinaria del confucionismo y el taoísmo, hasta convertirse en la actual potencia económica mundial.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.