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Carta a Carlos Castilla del Pino

No sólo por lo mucho en que intelectual y amistosamente te estimo, querido Carlos, doy respuesta pública a tu artículo El 'problema' del catalán. Si en él no hubiese más que una discrepancia, tuya con una opinión mía, me habría limitado a dirigirte una carta privada o una llamada telefónica. Pero el asunto a que tu artículo y el mío se refieren tiene cierta importancia psicológica y social para millones de españoles, y esto obliga a que nuestras posiciones ante él queden perfectamente claras. Tal como tú la expones y criticas, la mía no lo está.Corno el curioso lector ya habrá adivinado, se trata del bilingúismo de los catalanes. Aunque tú no lo hagas ver con la suficiente claridad, ¿necesitaré decirte que en no pocas cosas esenciales estoy de acuerdo contigo? Pienso, en efecto, que el catalán es la lengua de Cataluña. En distintas formas, varias veces lo he afirmado yo, y con arreglo a esa evidente realidad he procurado conducirme. Admito sin reservas, en consecuencia, el derecho de los catalanes a usar su idioma y a formarse en él y con él; no sólo el derecho, sino el deber de hacerlo, si en verdad aspiran a ser catalanes cultos. Paladinamente he proclamado que el empleo de la lengua materna es imprescindible en ciertos casos, como la expresión poética, la comunicación íntima y el habla emocional; y, por consiguiente, la existencia de niveles expresivos distintos, cuando además de la lengua materna se habla otra. Conozco, aunque no sea lingüista, la diferencia cualitativa entre lengua y habla. Aunque nacido en Aragón y vecino de Madrid, considero inadmisible torpeza las varias agresiones del Gobierno central, desde el decreto de Nueva Planta, contra la lengua de Cataluña. Más aún: si en uso de lo que llaman derecho a la autodeterminación -que, en mi opinión, pertenece de manera esencial a los derechos humanos- decidieran los catalanes independizarse de España, renegar del castellano y proscribirlo en su territorio, tal hecho me dolería. profundamente, pero me sentiría en el deber de aceptarlo. En todas estas importantes cosas y en varias más, que por obvias omito, mi sentir coincide con el tuyo.

En otras discrepo. En aras de la claridad y de la brevedad las reduciré a cuatro: la atribución de un carácter seudoproblemático al hecho del bilingüismo, la actitud afectiva ante la posibilidad de que éste sea rechazado en Cataluña, una afirmación tuya no concordante con la realidad y la aquiescente aducción de cierto texto.

Para ti, la consideración del bilingüismo catalán como problema es una ruborizante necedad, porque el bilingüismo in genere no pasa de ser un seudoproblema: una cuestión que sólo se hace problemática en las mentes sometidas a la presión de tales o cuales prejuicios. Desde un punto de vista puramente mental, tienes razón: el bilingüismo es una posibilidad frente a la cual, adoptada con resolución una actitud mentalmente clara -dejar que cada cual decida libremente su conducta ante ella-, cualquiera puede advertir su condición de seudoproblema. Otro ejemplo: mentalmente considerada, la prolongada existencia de geocentristas después de que Copérnico enunciara el heliocentrismo era, sin duda, un seudoproblema, puesto que se basaba en prejuicios incapaces de resistir a lalfuerza racional de los datos y las conclusiones de los heliocentristas.

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Pero como tú sabes tan bien como el que mejor lo sepa, el hombre no es sólo mente racional; y, en consecuencia, todas sus actitudes mentales tienen que expresarse a través de no pocos condicionamientos -psicológicos, temperamentales, sociales, económicospara hacerse efectivamente reales. Por lo cual, lo que mentalmente no es problema puede serlo realmente por obra de esos condicionamientos. Nada más fácil que resolver desde un gabinete bien informado los conflictos político- sociales de Centroamérica, los enfrentamientos político-religiosos de Líbano y la dolorosa injusticia planetaria en la distribución de alimentos. Mentalmente considerados, esos conflictos, esos enfrentamientos y esa injusticia no pasan de ser seudoproblemas. Son meros hechos. Pero considerados tales hechos en su íntegra y concreta realidad, ¿quién se atreverá a negar que en el mundo actual existen el problema centroamericano, el problema del Oriente Medio y el problema del hambre? En todos estos casos, el quid de la cuestión no está en la dificultad para entender la factualidad de los hechos y los prejuicios mentales y emocionales que los producen y sostienen, sino en encontrar los medios adecuados para que esos conflictos, esos enfrentamientos y esa injusticia radicalmente desaparezcan.

Mucho menos grave, desde luego, así veo yo el problema del bilingüismo en Cataluña. Mentalmente, Carlos, tienes razón: no pasa de ser un seudoproblema. Pero, realmente, y en virtud de condicionamientos psicológicos y políticos, ese bilingüismo es para muchos un problema real. Se trata, en efecto, de encontrar una vía media entre el radicalismo de los catalanes que abierta o intimamente quieren una Cataluña monolingúe en catalán, y piensan que hablar en castellano es un acto de surnisión a una potencia exterior, y la cerrazón de los no catalanes, residentes más allá o más acá del Ebro, que no quieren renunciar al deseo de una Cataluña prácticamente monolingúe en castellano. Nada más fácil que descubrir los diversos prejuicios que dan pábulo a esas dos contrapuestas actitudes; todos debiéramos tener alguna parte en el empeño de sacarlos a la luz. Mas, para resolver de manera real, no meramente rriental, algo que real y no mentalmente es problema, lo que de hecho más importa es que entre los catalanohablantes y los castellanohablantes capaces de razonar exista una firme y tenaz voluntad de mutuo entendimiento, concordia y cooperación. Con esa voluntad propuse yo lo que mi artículo Bilingüismo tan claramente enunciaba. Lo cual, querido Carlos, no era "una exhortación tan idealista como la de quien, sobre la base de que hubo un san Francisco, nos invitase a todos a serlo", sino el resultado de esta honda convicción: que la aceptación de tal propuesta ayudaría tanto a la verdadera perfección cultural de Cataluña -de la Cataluña real, no de una Cataluña utópica y ucrónica- como a la es-

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Carta a Carlos Castilla del Pino

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peranza de cuantos no podemos hacernos a la idea de una España sin Cataluña. No se trata, en definitiva, de imponer un bilingúismo programado, sino de mantener del mejor modo posible el bilingüismo que como consecuencia de cinco siglos de convivencia lingüística -desde Boscán hasta Nuria Espert- de hecho existe en Cataluña; y, por supuesto, de que los castellanohablantes de acá y de allá nos esforcemos por entender el catalán y por conocer suficientemente lo mucho y bueno que en catalán se ha escrito y se escribe.

A juzgar por ciertas expresiones tuyas, también debo discrepar de ti en cuanto a la disposición afectiva ante la posibilidad de una Cataluña catalanamente monolingüe. Tu resuelta instalación en una visión meramente mental del bilingüismo te lleva a considerar esa posibilidad con la frialdad del científico ante la posible producción de un hecho experimental. A mí, por las razones antes apuntadas, eso no me es posible. Por lo demás, también al científico más objetivo le emociona en uno u otro sentido que el hecho posible confirme o rechace, al realizarse, una teoría que personalmente le interesa.

Dices que lograr que los catalanes no hablen catalán fue "la fórmula de Franco y del primer Ridruejo". En cuanto a Franco, tal vez. En cuanto a Ridruejo, en modo alguno. Seguramente no conoces el hecho. Cuando las tropas franquistas entraron en Barcelona, Ridruejo, entonces jefe del Servicio Nacional de Propaganda, hizo llevar a la ciudad recién conquistada gran cantidad de textos en catalán -redactados en Burgos por varios catalanes; entre ellos, Ignacio Agustí y José Vergés-, para difundir allí la ideología que entonces profesaba y a que entonces servía. Que luego Ridruejo se apartó noble y radicalmente de ella, es cosa bien sabida. Pero no es eso lo que ahora importa, sino el hecho mismo: Ridruejo enviaba esa propaganda a Barcelona porque pensaba que, siendo el catalán la lengua de los catalanes, esa lengua era la más adecuada para hacerles llegar eficazmente el mensaje de que entonces él era portador. A los efectos de nuestro tema, no será inútil consignar que la autoridad militar prohibió la difusión de toda propaganda en catalán y que ese material impreso tuvo que ser destruido.

No puedo aceptar, en fin, la evidente aquiescencia con que aduces ese desenfadado texto de Ortega ante la "payasada" que, a su juicio, es, mirado en serio, el acto de hablar un idioma distinto del propio: "Para hablar una lengua extraña", sigue diciendo ese texto, "lo primero que hace falta es volverse un rato más o menos imbécil; logrado esto puede uno verbalizar todos los idiomas del mundo sin excesiva dificultad". ¿Es posible dar por bueno este expeditivo texto, aunque venga de un pensador tan egregio y fiable? No lo creo. ¿Puede llamarse "payaso" e "imbécil" a quien para comunicarse con otro -bien, si conoce bien la lengua de su interlocutor-, mal, si mal la conoce- usa como puede una lengua extraña? Habrá en ello un mínimo drama, o acaso, si los errores cometidos lo propician, un mínimo sainete. Otra cosa, no. Payaso e imbécil no es el que habla otro idioma, sino -eso sí- quien, hablándolo mal, presume de hablarlo bien, y no vive en su alma el conflicto de querer y no poder hacer bien lo que entonces está haciendo. ¿Puede, por otra parte, decirse que "el dominio de lenguas extranjeras no existe para los efectos de la conversación?". Me gustaría saber lo que a tal respecto diría el anglohablante Salvador de Madariaga.

Una cambiante interconexión de concordias y discrepancias constituye el cañamazo de la convivencia humana, incluido el modo de ella que llamamos amistad. No es, no puede ser excepción la nuestra. "Éramos amigos porque él era él y yo era yo", escribió Montaigne para recordar su cordial relación amistosa con el poeta La Boétie. En presente, no en pretérito, eso digo yo, Carlos, de la mía contigo. Confío en que ésta perdure, y en que el futuro no haga dificil el coloquio en castellano -o en catalán, si nos arriesgamos a que nos llamen payasos o imbéciles- con nuestros amigos de Cataluña.

Después de escrito este artículo ha aparecido otro, muy cortés y razonado, de Aïna Moll (EL PAÍS, 12 de septiembre de 1988), al que procuraré responder en otra ocasión.

El artículo Bilingüismo, de Pedro Laín Entralgo (EL PAÍS, 24 de junio), ha generado una polémica en la que han intervenido Joan Ferraté (Kafka a la española, 18 de julio), el propio Laín (Lo que yo dije, 26 de julio), nuevamente Ferraté (Lo que dijo Laín, 8 de agosto), Carlos Castilla del Pino (El 'problema' del catalán, 17 de agosto) y Alna Moll (Bilingüismo: prejuicios y reaLIdades, 12 de septiembre de 1988).

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