Crisis en Irán
LA DIMISIÓN del primer ministro iraní, Mir Husein Musavi, rechazada por el presidente Alí Jamenei, podría ser el anuncio de una nueva fase de inestabilidad política para el régimen de Teherán, que coincide con la aceptación por el ayatolá Jomeini del proceso de paz auspiciado por las Naciones Unidas.En el gesto de Musavi han influido razones institucionales, políticas, económicas e ideológicas. Las causas institucionales tienen su origen en el amplio poder de control que el Parlamento iraní ejerce sobre cada una de las carteras ministeriales del Gabinete, así como en las repercusiones políticas que acarrean los desacuerdos entre la presidencia y la jefatura del Gobierno. La singular división de poderes fijada por la Constitución iraní permite al Parlamento vetar a cada uno de los ministros que el jefe del Gobierno propone. En condiciones de revolución, guerra o posguerra, como las que vive Irán, este mecanismo de control, que ya causó graves fricciones entre el Parlamento y cuatro de los anteriores primeros ministros iraníes, convierte el escenario de actuación del Ejecutivo en un campo sembrado de minas. Musavi recurrió contra esta facultad parlamentaria ante el Consejo de Vigilantes (especie de Tribunal Constitucional), y la resolución le fue desfavorable.
De las razones políticas que explican la decisión del dimisionario iraní, la más importante es su rechazo del proceso de paz entre Irán e Irak, actitud similar a la de numerosos miembros de las fuerzas armadas regulares e irregulares del país. Por si fuera poco, el inicio del proceso de paz con Irak ha hecho caer los precios de los principales artículos de consumo, cuyo descontrol durante la guerra y sus alzas constantes han enriquecido a un sector del bazar, la clase comercial iraní. Este sector ha sido blanco constante del discurso radical populista de Musavi. Fundamentalista en materia de costumbres y procapitalista y abierto al mundo occidental en cuestiones económicas, el bazar cuenta con poderosos resortes en las instituciones político-religiosas, consultivas o parlamentarias, que han hostigado a Musavi desde que accedió a la jefatura del Gobierno, en 1981.
Desde un punto de vista doctrinal, Mir Husein Musavi, pertenece, como el propio imam Jomeini, al sector partidario de una mayor beligerancia del clero shií en la interpretación de la revelación y de las tradiciones, frente a otros conservadores que consideran lo revelado como inmutable.
En cuanto a sus aliados, Musavi ha contado con el apoyo, hasta ahora irrestricto, del propio Guía de la Revolución, Jomeini, y en los últimos meses podía encuadrársele dentro de los afines al presidente del Parlamento y jefe de las fuerzas armadas, Hachemi Rafsanyani. Tras el anuncio del proceso de paz, cuajado de riesgos políticos para toda la clase dirigente islámica iraní, las dudas sobre el liderazgo de Jomeini, hechas extensivas al liderazgo de Musavi, necesitaban de una catarsis que esta dimisión ha provocado, saldándose por el momento con un apoyo del Guía a Musavi.
Pero lo más importante es que este amago de dimisión pone en evidencia lo precario del equilibrio político sobre el que se apoya el régimen de Teherán. Cualquier pieza institucional que se toque, como la jefatura del Gobierno, puede hacer añicos la afiligranada estructura política de la república. Tal vez por ello, Jomeini ha decidido apostar de momento por un hombre políticamente tan débil como su primer ministro.
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