Por debajo de sí misma
Doris Dörrie es conocida aquí por su comedia Hombres, hombres, que para ella fue una buena carta de presentación. Allí hizo Dörrie una comedia de corte tradicional, pero aplicado este eterno modelo a tipos y situaciones muy propias de lo que hoy les ocurre a las gentes en esta Europa que ha montado su opulencia sobre los escombros. Le salió bien a Dörrie el ensamblaje, y su Hombres, hombres transcurría sobre una gozosa desenvoltura y con tanta agilidad, que se convirtió en una de las delicias de la programación de hace un par de temporadas.El éxito de aquella comedia ha embarcado a esta cineasta alemana en otra comedia cortada con los mismos patrones, pero forzados y distorsionados con exceso de artificiosidad. En ella está presente a ráfagas el saber hacer. Pero no hay en su nuevo filme una composición acertada del conjunto del enredo y, en consecuencia, los aciertos se hacen esporádicos, y, lo que es peor, neutralizados por los desaciertos.
Paraíso
Dirección y guión: Doris Dörrie. Fotografía: Helga Waindler. Música: Claus Bantzer. República Federal de Alemania, 1988. Intérpretes: Heiner Lauterbach, Katherina Thalbach, Hanne Wieder, Sunnyl Melies. Estreno en Madrid: cine Alphaville.
Bajones
Una buena comedia no admite bajones de ritmo y ésta los tiene. Da la impresión de que Dörrie ha urdido su Paraíso con el agarrotamiento que sale a relucir cuando en la composición y el despliegue de la intriga cómica dominan los apriorismos. En efecto, Paraíso parece seguir un camino excesivamente mecánico, agobiado por el exceso de cálculo (algo muy diferente, cuando no contrario, de la elaboración) y esto degrada a un mecanismo, como es el cómico, que inexcusablemente requiere para funcionar una combinación equilibrada entre la idea de precisión y la sensación de ligereza.No hay tal idea ni tal sensación en Paraíso. El filme es impreciso y su camino está lleno de malas exageraciones. Paraíso discurre alocadamente y sin riendas unas veces, mientras que otras parece frenarse, sin que se vean las razones de ninguno de los dos polos y sin que estos saltos de ritmo estén absorbidos por una línea de continuidad que garantice su encadenamiento en la imaginación del espectador, que acaba desentendiéndose.
Al faltarle columna vertebral, Paraíso se desmembra. Hay en el filme destellos de inteligencia, pero que no crean un conjunto unitario. Se trata más bien de chispazos arbitrarios en una obra que, al carecer de unidad, se extravía en sus partes. El gusto por lo original de Dörrie está ahí, pero no deja de ser una pompa de jabón flotante, facil de reventar con el pinchazo de una mirada afilada. Las complejas y sutiles leyes de la comicidad se le fueron de las manos a esta buena cineasta, que esta vez parece haberse movido muy por debajo de sí misma.
Babelia
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