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45º FESTIVAL DE VENECIA

Olmi puede devolver a Italia un León de Oro que no gana desde hace 22 años

Con su filme La leyenda del santo bebedor, el cineasta italiano Ermanno Olmi puede devolver al cine de su país el cotizado León de Oro, supremo galardón que concede este festival. Italia no obtiene la famosa estatuilla desde 1966, año en que fue concedida al filme de Gillo Pontecorvo La batalla de Argel. Debido a ello, en la Prensa italiana se percibe estos días una presión probablemente visceral no calculada, pero palpable, en busca de la máxima valoración ambiental de los filmes italianos en concurso, incluso de aquellos que son difícilmente defendibles, que ocupan titulares a toda plana, mientras se relegan a segundo término obras más valiosas de cinematografías extranjeras, lo que sorprende en un lugar como éste, no proclive a los excesos del nacionalismo.

Sin embargo, ayer saltó a las pantallas del Palazzo del Lido un filme conmovedor, riguroso, a ratos magistral, tierno, apasionado, espiritual, tocado, atravesado incluso por una sacudida de autenticidad en los bordes del genio. Se trata de La leyenda del santo bebedor, del veterano e insólito Ermanno Olmi, un veterano cineasta que tiene en su filmografía obras históricas en la evolución del cine europeo en los años cincuenta y sesenta, como El empleo, además de innumerables cortos y mediometrajes, que forman parte de la mejor tradición creada por la edad dorada de la televisión italiana.

Hombre ajeno por completo a los compromisos sociales de la industria cinematográfica para la que trabaja, de vida apartada y aspecto entre tímido y hosco, Olmi sigue siendo un hombre insuficientemente conocido, incluso en su propio país.

Su máxima notoriedad la alcanzó después de ganar la Palma de Oro en el festival de Cannes de 1978, con L'albero degli zoccoIi, y después de algunos años de ininterrumpidos trabajos oscuros volvió a las cabeceras de los periódicos, al ganar en la pasada edición de esta Mostra el Oso de Plata, con su Larga vida a la señora, compartida con Maurice, de James Ivory.

Con fama de locuaz en su vida privada, Olmi suele ser lacónico y sentencioso en sus declaraciones públicas. Sobre La leyenda del santo bebedor, se ha limitado a decir: "Cuando leí el cuento de Joseph Roth, en que se basa el filme, me ocurrió una cosa extraña: al final del relato, Roth no existía, había desaparecido. Y esto es lo mejor que puede ocurrirle a un autor: que su obra exista, no por él, sino por el valor poético de su contenido. Y ahora me encuentro yo también en una situación extraña: hacer una película mía, que ha nacido en el corazón de otro autor. Y me gustaría que mi trabajo restituyera a Roth algo de sí mismo".

Difícil imaginar una concepción más limpia de la autoría cinematográfica: consciente de que Roth desvanecía su identidad en su bellísima narración, Olmi emplea la enorme potencia de su humildad para resucitarla, para hacer vivir desde su imaginación la imaginación de un autor del que se siente deudor.

Un creador genuino

"La leyenda del santo bebedor está, como obra artística, a la altura del rigor ético de que hace gala su creador. Pero hay en el filme otro creador genuino, su actor protagonista, el holandés Rutger Hauer, que lleva a cabo una composición de altura difícilmente superable, por lo que se perfila ya como candidato seguro al premio a la mejor interpretación masculina.

Y con la obra de The Angelopoulos, Paisaje en la niebla, ya hay dos filmes en la selección veneciana que justifican por sí solas las la existencia de esta Mostra, que comenzó mortecina y en sólo dos días ha despertado los rescoldos de aquellos grandes tiempos en que cada septiembre se debatían en el Lido las sombras de realizadores como Rossellini, Welles, Renoir, Kurosawa, Dreyer, Monicelli, Resnais, Tarkovski, Buñuel y Antonioni, que se llevaron el León de Oro, respectivamente, con estas cumbres: El general della Rovere, Otelo, El hombre del sur, Rashomon, Ordet, La gran guerra, El año pasado en Marienbad, La infancia de Iván, Belle de jour y El desierto rojo. Otros tiempos del cine, en que los miembros del jurado se veían obligados en cada festival a elegir entre varias obras maestras, cuando en los de hoy es difícil que puedan barajar para los premios finales una sola.

Pero ya en las últimas ediciones de los grandes encuentros cinematográficos comienzan a brotar los signos de una resurrección de este arte, que ha pasado por el bache profundo de una larga crisis, de la que comienza a escapar.

La sola presencia de los filmes de Angelopoulos y Olmi son oxígeno puro en el enrarecido aire de esta hermosa ciudad, acosada por aguas estancadas. Hace dos noches diluvió en Venecia. Y el aire quedó repentinamente purificado.

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