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SAN SEBASTIÁN DE LOS REYES

El toro sin cuernos

Ya es igual dónde se celebren las corridas: los toros salen despitorrados en todas partes. Excepto en Las Ventas -y aun a veces-, los toros no tienen cuernos; si acaso, unos leñitos aplatanados en su lugar. Es un invento de taurinos, gente imaginativa, experta en genética. Deciamos que podría tratarse de un fraude monumental, pero hay que ponerlo en duda, porque ni puede haber tanto golfo en el limitado colectivo taurino, ni la autoridad puede ser tan tonta. A no ser que exista una corrupción generalizada, en cuyo caso aquí pondría el cazo todo el mundo: el siniestro cuchillero que en oscuro corral tronza, raja y lima que lima; el personaje principal que a las claritas del día bendice el producto tronzado, rajado y limado; gañanía, vaquerizos, criadores, coletudos a pie o a caballo, tratantes y contratantes, chupatintas, alguaciles, alguacilados, tomadores del dos y restante calaña.Los taurinos aseguran que no, que fraude nunca, que corrupción jamás -¿a quién habría de beneficiar, Dios mío?, sollozan, claman, mesan- y toros como los de ayer en San Sebastián de los Reyes, que no tenían cuernos (por poco, patas tampoco), dicen que son así, tal cual los concibió madre naturaleza, pues la ganadería de bravo ha derivado acorne y coja, fruto de los apareamientos morganáticos que han venido realizando sus propietarios en el laboratorio de la tienta.

Sorando / Vázquez, Robles, Niño de la Taurina

Toros de Román Sorando, terciados inválidos, sin pitones. Curro Vázquez: dos pinchazos, otro hondo muy bajo y descabello (silencio); estocada corta atravesadísima y descabello (escasa petición y vuelta). Julio Robles: media ladeada y descabello (silencio); estocada (oreja). Niño de la Taurina: pinchazo perdiendo la muleta, otro y rueda de peones -la presidencia la perdonó un aviso (ovación y salida al tercio); estocada ladeada (silencio). Plaza de San Sebastián de los Reyes, 31 de agosto. Última corrida de feria.

Inventado el toro sin cuernos (pronto será también sin patas), ahora hay que torearlo y que el público vaya a verlo. Son dos problemas conexos. Porque los toreros torean tan mal que sin la emoción del cuerno desafiante, su jacarandeo no tiene el menor interés. Curro Vázquez, diestro de clase, ayer le ligó unos redondos suavísimos al cuarto inválido cuando el sol estaba en lo alto, cuando el ocaso dos trincherazos enjundiosos, y metió en medio un destajo muletero que sólo se podía contemplar despierto siendo de la familia.

Julio Robles le hizo al quinto una faena crispada, se ignoran las razones. Con mayor continuidad por el pitón derecho, con enganchones horribles por el izquierdo, sin encontrar el temple a la embestida inocente. Niño de la Taurina no acertaba a reunir con mediano acierto los pares de banderillas y como el sexto se le quedaba corto, lo despachó pronto.

Los tres primeros animalejos tenían patas pero de poco les servían y cada vez que los espadas ponían bajito el trapo, no sólo humillaban sino que hocicaban y se tragaban medio kilo de arena. El de Robles era querencioso a tablas. Un dato irrelevante, pues todos se transmutaban en borregos a poco de saltar al ruedo y qué más dará si un borrego es querencioso o flautista.

El tercio de varas no existió, el de banderillas era trámite, y hubo toro al que sólo prendieron un par, por si no podía con el peso de los palitroques. Es decir, que la corrida se redujo a los pases de muleta que pudo haber entre tropezones. Terminada la función, el público santo tenía la cartera más enjuta que cuando llegó, mientras todo el mundo de allí que no era público la notaba tan calentita y triponcilla que se la palpaba amorosamente.

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