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SAN SEBASTIÁN DE LOS REYES

¡Que se calle la música!

Las mayores ovaciones de la tarde restallaron en honor de Ruiz Miguel cuando, mediana su faena al galafate que salió en cuarto lugar, ordenó que dejara de tocar a la horrosa banda que amenizaba la función. Las zaraneras peñas lo agredecieron con largueza. El espada se los ganó con este gesto, pues las propias peñas tienen su música que no destroza tanto los tímpanos. Ruiz Miguel se fajó con este serio y badanudo toro de gran cuajo y prieta culata, aunque a base de sus consabidos regates acabó descomponiéndolo. En el que abrió plaza, tampoco pasó Ruiz Miguel de zaragatas, con mucha cantidad y nula cantidad en su toreo.Los toros estuvieron excelentemente presentados, cumplieron y romanearon en los caballos sin rodar por tierra en ningún momento. El bragado tercero poseía además el escaso don de la casta. Ante él, Juan Mora, se dejó su acostumbrada frialdad, se olvidó de posturitas para los fotógrafos y compuso una sinfonia de bellos y clásicos acordes, tal vez para compensar a la banda destrozatímpanos. Tocado por los geniecillos del arte, el torero unió plasticidad y sentimiento. Las fibras sensibles de los espectadores se estremecieron ante el el clímax sonoro y musical de Mora, que casi lo echa todo a perder cuando mató (te un feo bajonazo, que le costó no obtener el trofeo. Intentó de nuevo la sinfonía en el brocho sexto, pero la catadura de éste, tardona y distraída, lo impidió.

Flores/Ruiz Miguel, Palomar, Mora

Cuatro toros de Samuel Flores y dos, segundo y tercero de El Chaparral, con trapío, noblotes y de juego desigual. Ruiz Miguel: media tendida y descabello (ovación); pinchazo y media perpendicular (oreja). José Luis Palomar pinchazo, estocada caída y descabello (pitos); gran estocada (petición y dos vueltas). Juan Mora: bajonazo (oreja); media caída (ovación). Plaza de San Sebastián de los Reyes, 27 de agosto, segunda de feria.

Palomar, que sustituía a Manili, se quitó rápidamente de encima al áspero segundo, que le desalmó y puso en aprietos, aunque no dio sensación de toro imposible. En el quinto, fue el público el que mandó callar a la banda, pues parecía que Palomar también iba a componer una sinfonía. Pero el torero ordenó reanudar a la banda y, siguiendo sus sones, se dedicó a una labor pueblerina y efectista que rubricó con una excepcional estocada hundiendo el acero hasta los gavilanes de la tizona.

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