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Mil y una maneras de entrar sin llamar la atención

Las limpiadoras entran por una puerta lateral todas las noches, a la una de la madrugada. Basta con estar allí puntual. Una mujer de clase social elevada se viste con ropa sencilla y a esa hora se introduce en el edificio, rodeada por el numeroso grupo de sus buenas amigas, las limpiadoras.Poco después, éstas se pierden por los pasillos del hospital para iniciar su tarea y ella coge el ascensor que la lleva hasta la planta de Medicina Interna, donde pasará la noche cerca de su hermana. Ésta es sólo una de las muchas estrategias posibles para burlar los controles de entrada, que difícilmente pueden supervisar la multitud de movimientos y la disparidad de accesos que se producen en un centro sanitario de grandes dimensiones.

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Las ocho de la mañana es otro momento oportuno. En el vestíbulo de la puerta principal hay un trasiego de empleados. Entran con prisa los que se incorporan a su turno y buscan la calle los que trabajaron de noche. Se oye al fondo un repiqueteo de relojes que fichan entradas y salidas, y antes de que el vigilante pueda darse cuenta en medio del barullo de entradas y salidas, ya ha conseguido colarse dentro el visitante sin tarjeta. Después, en la planta correspondiente, tendrá que evitar desde luego nuevos encuentros con el personal sanitario.

Todavía hay más facilidades en algunos hospitales que tienen dividida en dos zonas bien diferenciadas la atención privada y la de la Seguridad Social. En estos casos es sencillo introducirse en la parte pública fuera de las horas de visita. Sólo hay que saber cuál es el punto en el que se tocan, sin posibilidad de confundirse, los pasillos pulidos y silenciosos de la clínica privada con los ruidosos y desconchados del hospital público.

Aunque, por lo general, las zonas por las que la entrada resulta fácilmente franqueable para los sin tarjeta suelen ser las salas de consulta por las mañanas, y los pabellones de urgencia a cualquier hora del día y de la noche.

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