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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Chipre, dos y uno

JAVIER PÉREZ de Cuéllar puede estar satisfecho. A la larga lista de conflictos que entran este año por la esperanzadora vía de la negociación gracias a los buenos oficios de la ONU se une ahora el de Chipre. Los cascos azules llegaron en 1964, y 24 años después, con Chipre partido en dos, se sitúan en la zona tampón que separa a las comunidades griega y turca. Cuando los colonizadores británicos se fueron en 1.960, legaron una Constitución que establecía un reparto del poder entre las dos comunidades semillero de conflictos. Muchos grecochipriotas identificaron la lucha contra el poder británico con la enosis (unión con Grecia). Y el arzobispo Makarios, el primer presidente del nuevo país, pese a ser un estadista de gran talla, pareció actuar a veces como si antes que chipriota fuese griego. En la isla había más de 100.000 personas de origen turco, el 17% de la población, una minoría a la que la nueva legalidad concedía importantes derechos que la mayoría, de origen griego, no se mostraba dispuesta a respetar.

En la década de los sesenta, la sangre corrió a ríos. En 1974, un puñado de coroneles fascistas que gobernaba en Atenas propició en Chipre el golpe del pistolero Nicos Sampson para hacer realidad la enosis. Turquía replicó invadiendo la isla, cortándola en dos. Los soldados de Anatolia siguen aún en el norte de la tierra legendaria que vio nacer a Afrodita. Ocupan el 37% de la isla y avalan una autoproclamada República Turca de Chipre del Norte, que sólo reconoce Ankara. En los últimos 14 años, poco se ha hecho para reunificar Chipre. Dos hombres lo han impedido. En el Norte, Rauf Denktash, cuyo deseo secreto es que la partición se eternice. En el Sur, Spyros Kyprianu, un intransigente que puso las cosas fáciles a su rival.

La elección, el pasado febrero, de Georgios Vas¡liu como presidente de la República de Chipre, la única reconocida internacionalmente, ha cambiado las cosas. Vasiliu es un pragmático, un interlocutor nato. Con él se ha abierto la vía del diálogo, y Denktash ha tenido que poner buena cara. El padrino turco quiere entrar en la CE, y el padrino enemigo, Grecia, tiene derecho de veto. El espíritu de Davos, que Turgut Ozal y Andreas Papandreu abrieron a finales de enero, se queda en nada si no se llega a un arreglo en los contenciosos del Egeo y Chipre.

En Ginebra, el miércoles, ambas partes fijaron una fecha para el inicio de la negociación detallada (el 15 de septiembre) y trazaron un horizonte temporal para llegar a un acuerdo: el 1 de junio de 1989. Pero ni Vasiliu, ni Denktash, ni Pérez de Cuéllar, ni Papandreu, ni Ozal, ni Reagan, ni Gorbachov, ni Thatcher pueden dar todavía un respiro de alivio.

Ahora viene lo difícil, reconciliar lo irreconciliable. El Chipre unido tendrá forzosamente dos comunidades, dos pueblos y dos Estados. En eso hay acuerdo de principio, pero no en cuanto a las atribuciones del Gobierno central, que el Norte quiere escasas y el Sur abundantes. El Sur insiste en las tres libertades: de desplazamiento, de asentamiento y de propiedad. El Norte las rechaza porque, en palabras de Denktash, "no se puede dejar que vuelvan los pistoleros". Y está el drama de los desaparecidos o el de los refugiados, y el de las propiedades confiscadas... Y dos obstáculos mayores: la presencia de un Ejército turco en la isla (unos 29.000 hombres) y de decenas de miles de colonos llegados de Anatolia que amenazan con cambiar la composición demográfica chipriota.

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