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Sacerdotisas

La decisión de la Iglesia anglicana de ordenar obispas (incluso sin limitaciones timoratas del 25%) es no sólo feminista, sino también lógica. La reina de Inglaterra, después de todo, en su calidad de jefa de esa Iglesia, es la suma sacerdotisa del reino. No se comprendía bien por qué, en niveles más bajos del escalafón, las mujeres no iban a poder ejercer. La Iglesia católica, que siempre anda con una reforma de retraso (casi cinco siglos de retraso en oficiar en cristiano, como decía el otro, y de cara a la gente), haría bien en inspirarse ecuménicamente en tan saludable ejemplo y abandonar de una santa (nunca mejor dicho) vez su machismo tradicional y ultramontano. De todas formas, tarde o temprano acabará haciéndolo, pues la constante merma de efectivos sólo se podrá paliar con un progresivo reclutamiento de efectivas. (Lo de si los seminarios serán mixtos o no es un detalle puramente organizativo en el que no vamos a entrar aquí.)Por supuesto, esta ineluctable evolución deberá realizarse con prudencia. Nadie pretende que, de la noche a la mañana, se pueblen nuestras diócesis de mujeres obispos. No hay que pedirle sonatas al campanario. Hay que ir por pequeñas diócesis. Bastaría, en un primer tiempo, con que las chicas fueran curas. (Cura, en el fondo, es femenino; lo correcto hubiera sido llamarles curos, y el hecho de que se emplee la terminación femenina y de que vistieran hasta hace poco largos faldones negros no deja de ser significativo ... )

Aparte las apuntadas razones prácticas de supervivencia de la profesión que abogan por el advenimiento de las curas, hay una razón poética absolutamente inesquivable: es que se llamarían sacerdotisas. En inglés, que es como van a funcionar primero, se llamarán priestesses, lo que no presenta ningún interés. Sacerdotisa, en cambio, eso es tosa fina. Mágica, gozosa, frutal, casi anacreóntica, la palabra evoca un deslumbrante universo de vestales evolucionando hermosa y armoniosamente en torno al fuego sagrado. Eran vírgenes, además. Al inolvidable Enrique Jardiel Poncela, que se preguntaba en un título célebre si hubo alguna vez 11.000 vírgenes, hay que contestarle que sí, que hubo: eran aquellas jóvenes sacerdotisas romanas que rendían culto a Vesta, la diosa del Fuego (Vesta, no Vespa, que fue la diosa del motor/ amor un poco más tarde). Más allá de Roma, la antigua Babilonia no sólo tenía terrazas volantes, sino también sacerdotisas, que ofrecían sacrificios a la diosa de la Fecundidad (he aquí otro interesante argumento: la sacerdotisa M tipo babilónico debería ser aceptada con alborozo por los más intransigentes antiabortistas, lo que aprovecharían los más aggiornados para colocarles algunas vestales ... ).

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La palabra sacerdotisa evoca todo esto y algo más indetectable, pero subyugante, algo que gravita en esa frontera travestida entre lo sacro y lo pecaminoso, lo monjil y lo profano, lo etéreo y lo macizo, lo cuaresmal y lo carnal, Alaska y Julio Iglesias, Favila y el oso. ¡Sacerdotisa! ¡Qué maravilla sería tener sacerdotisas! ¡Qué aportación poética y reconfortante a la CEE y al Acta única de 1992! Porque es que se llamarían sacerdotisas, no hay otra posibilidad. Lo de curas, como los otros, prestaría a confusiones. Los curas, por cierto, nunca han podido llamarse sacerdotes., que suena implado y feo, es casi una palabrota. ¡Pero sacerdotisa ... ! Es que se derrite uno sólo de pensarlo.

Por otra parte, la mejor respuesta al desafío lefebvrista, que no es ninguna broma, podría ser el aggiornamento acelerado, la huida hacia adelante, como algunos imaginan el federalismo, para poner un poco de seriedad en el desbarajuste autonómico. Y a propósito, el regionalismo demencial de estos últimos años ha aportado un elemento positivo al ritual sacromediático: la formidable pérdida estética que supuso el abandono del sólido y misterioso latinajo eclesiástico -el cantado, en particular- se ha suplido felizmente en las misas autonómicas que transmite los domingos Televisión Española. Con sus danzas y sus ofrendas trigales y frutales, estas misas son a veces una de las mejores emisiones de la televisión. Imagínense lo mismo, pero con sacerdotisas...

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