Robert Parrish, crecer y huir de Hollywood
El director acaba de publicar en Estados Unidos el segundo volumen de sus memorias
Robert Parrish nació en Georgia, pero creció en Hollywood haciendo de extra para las películas de Charlie Chaplin y de John Ford. A los 17 años entró por primera vez en una sala de montaje y ahí empezó su carrera de director. En los años de la guerra y los de la posguerra inmediata, por encargo de la oficina de contraespionaje, rodó 13 horas de película documental que sirvieron de prueba a la acusación durante los juicios de Nuremberg. No consiguió adaptarse al Hollywood dominado por las empresas petrolíferas de los años cincuenta y sesenta y se marchó a Londres, donde reside en la actualidad. Ha escrito sus memorias en dos magníficos libros, el segundo de los cuales acaba de aparecer en Estados Unidos.
Growing up in Hollywood, el primer volumen, publicado en 1976, constituye "el primer acto" de su vida y acaba con una aguda imagen de lo que fueron "los vientos del cambio" en Hollywood: la Paramount acababa de ser comprada por un grupo de empresas, la Gulf Western. Charles Bludhorn, el nuevo patrono, se desplazó a la capital del cine para ver de cerca su nueva adquisición y conocer a las personas que le harían "sus" películas. Una recepción celebrada en su honor, acabó con el nuevo jefe sentado junto a la chimenea y un círculo de grandes actores cada vez mayor a su alrededor. Fue la señora Goldwyn quien le hizo notar a Parrish lo grotesco de la situación: "Mira, la nueva chica mona de la ciudad"."No es que el segundo volumen sea una arenga en contra de Hollywood", precisa Parrish, "pero sí intento explicar que el cine se hacía también en otros lugares que quedaban oscurecidos por las luces de Hollywood. Cuando me dispuse a escribir la segunda parte de mi vida, mi esposa -estoy con ella desde que John Ford bendijo nuestro matrimonio, hace ya 40 años- me contó la siguiente historia: una chica muy guapa y elegante se pasea colgada del brazo de un viejo coronel retirado por las calles de París. Es de noche y se acercan a la orilla del Sena. Desde el puente, la chica se asoma y mira cómo la luna se refleja en el agua. De repente, se gira y mira la luna en el cielo. Queda fascinada por la belleza del momento mientras el viejo coronel casi le recrimina: 'Antes de la guerra, la luna era todavía más bonita'. Mi esposa me hizo prometer que en mi segundo libro, necesariamente escrito desde la vejez, no se respiraría este aire del desencanto. He procurado seguir sus consejos
Papá Hemingway
Esta leyenda hemingwayana inspiró Hollywood doesnt live here anymore, una paráfrasis del título que Martin Scorsese puso a su filme sobre la soledad y el exilio. Y en Hollywood... Parrish incluye un muy esperado retrato de Ernest Hemingway. "Había leído toda su obra y era un gran admirador suyo. Pude conocerle gracias a Peter Viertel, autor del mejor libro que existe sobre el rodaje de The African Queen. Viertel nos propuso un viaje a España, a Pamplona, con los Hemingway. Era el año 1953, la primera vez que el escritor volvía a España después de haber prometido que no lo haría hasta que las cárceles se vaciaran de presos políticos entre los que él contaba muchos amigos. Parece que alguien le engañó, para tranquilizarle, afirmando, que ya no quedaba nadie en la cárcel y que el Gobierno de Franco quería recuperar a sus grandes artistas en el exilio. Eso último sí era cierto. Pero también se sabía que tanto Picasso como Casals habían declinado la oferta. El hecho está en que Hemingway se creyó lo que le dijeron y vinimos". Aquel viaje tenía, para mí, un doble significado: conocerle y compartir su alegría por volver al país que tanto amaba".
Asistieron a la fiesta de los sanfermines. "No me gustan las corridas. Había pasado por la experiencia de tener que tratar de cerca una gran manada de toros, en México, para el rodaje del filme de Robert Rossen, y estaba indignado de ver cómo se nutre y cuida a unos animales para que luego sólo sirvan para ser matados en un espectáculo sangriento. Toros y fiestas al margen, el viaje me encantó y pude comprobar que Hemingway era el mejor intérprete de sí mismo".
Tres años más tarde, Parrish tuvo de nuevo la ocasión de viajar a España con Hemingway. "Nos instalamos en el mismo hotel, en San Juan de Luz. Bebimos y comimos en los mismos restaurantes, nos sentamos a las mismas mesas. Todas las mujeres eran sus hijas. Todas le llamaban papá. Yo mismo intenté llamarle así, pero la palabra se quedó trabada en mi garganta. No era el mismo Hemingway. Estaba más viejo, más solo y era incapaz de interpretarse a sí mismo".
Cerbatana
Hijo de un representante de la Coca-Cola, Parrish entró con sus cuatro hermanos en el mundo del cine gracias a la voluntad férrea de su madre que, en los depresivos años veinte, hizo cuanto pudo para colar a su prole en los estudios de Hollywood con el fin de mejorar la economía doméstica. "Yo tenía siete años cuando Charlie Chaplin buscaba niños que supieran lanzar garbanzos soplando por el tubo de un bolígrafo. Yo era un experto en la cerbatana y así pude intervenir en Luces de la ciudad".
Chaplin no era un personaje fácil, explica Parrish: "No soportaba a casi nadie, pero menos aun a los actores. Se quejaba de que siempre lo hacían todo mal y decía que él era el único capaz de interpretar todos los papeles a la perfección".
Fue en calidad de joven extra que Parrish conoció a John Ford, quien le utilizó habitualmente hasta sus 17 años. "Pero un día me llamó para decirme que yo era un pésimo actor. Lo que parecía un insulto fue mi salvación, porque decidió enviarme a la sala de montaje. Yo sabía que desde allí podría conseguir un día llegar a ser director de películas". Ford era un hombre extraño y dificil, en palabras de Parrish. "No se sabía nunca por dónde cogerlo. Para dar imagen de su forma de actuar contradictoria basta la anécdota que afirma que regaló una ambulancia al ejército de Franco. Sí, lo hizo, pero también envió otra, igual, a los republicanos".
Parrish reconoce en Ford a su maestro. Fue también su jefe en la armada, durante la guerra, años que señalan el principio de su carrera como realizador. "En mayo de 1945, cuando ya nos disponíamos a volver a casa, la oficina de contraespionaje nos encargó la búsqueda de material cinematográfico que sirviera para ser usado como prueba testimonial de la acusación durante los juicios contra los dirigentes nazis en Nuremberg.' Recorrimos toda Europa. Nuestro centro de actividades era la prisión de Spandau. Desde la ventana podíamos ver los presos. Fueron cuatro meses de intenso trabajo y logramos montar una película de 13 horas con documentales alemanes y el material que los rusos, un poco a regañadientes, nos prestaron. El día del juicio se pasó la película, mal rebobinada, con el sonido invertido. Goering, todavía se ríe de ello en su tumba".
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