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Hacia el fin de dos guerras

Los soviéticos inician hoy su retirada de la capital afgana

Pilar Bonet

ENVIADA ESPECIALLas tropas soviéticas comienzan hoy a retirarse de Kabul, donde explosiones esporádicas de misiles -precedidas de un silbido y sucedidas por una columna de polvo y humo- turban la calma en el cordón de seguridad de 20 kilómetros de radio que protege la capital afgana de los ataques de la guerrilla.

"El sábado por la tarde, un misil cayó sobre una de nuestras zonas militares en Kabul e hirió a dos soldados", dice el general Lev Serebrov, representante de la dirección política del Ejército soviético en una unidad militar aerotransportada con base en Kabul que en 1968 participó en la invasión de Checoslovaquia por tropas del Pacto de Varsovia.

Serebrov es uno de los oficiales que enseñaban ayer las instalaciones militares soviéticas junto a un aeropuerto militar a un grupo internacional de periodistas, entre ellos la corresponsal de EL PAÍS en Moscú, llegados a Kabul para contemplar el fin de la primera etapa de la evacuación de las tropas soviéticas, que concluye el 15 de agosto. El ministro soviético de Exteriores, Edvard Shevardnadze, abandonó ayer Kabul tras reunirse con el líder afgano, Mohamed Najibulá. Pasa a la página 2

Kabul no vive en un clima de 'fin de reinado'

Viene de la primera páginaLos soviéticos se vieron obligados a emprender una ofensiva hace dos semanas para alejar a la guerrilla de la capital, afirman medios diplomáticos occidentales en Kabul. El resultado fue, según estos medios, un restablecimiento del tercer cinturón, o línea defensiva que había sido abandonada previamente en un repliegue sobre la capital.

Un oficial soviético reconoce que las defensas en torno a Kabul se han intensificado últimamente, pero el general Serebrov afirma que el cordón de seguridad de Kabul ha estado siempre a 20 kilómetros de distancia de la capital afgana. Más allá, dispara la oposición, "que no controla el territorio de forma constante; viene en pequeños grupos, tira y se va", dice el general Serebrov.

Hoy el destino de Kabul tras la retirada se presenta incierto, y los pronósticos sobre una eventual batalla por Kabul son variados. "Kabul no es Saigón", manifiesta un funcionario del Ministerio de Asuntos Exteriores afgano que se esfuerza por disolver las ideas dramáticas sobre el futuro de su país.

La imagen apocalíptica de una ciudad aterrorizada y a punto de ser tomada militarmente no parece corresponder, a primera vista, a la realidad cotidiana de la capital afgana.

Las tiendas están abarrotadas de todo tipo de bienes de consumo, desde aparatos de vídeo supermodernos hasta coches de lujo. Por las calles circulan mujeres vestidas con chador (el atuendo que les cubre el rostro y el cuerpo entero) y colegiales en uniforme caqui. Pueden verse también, sin embargo, jóvenes que, tullidos por la guerra, caminan con ayuda de muletas.

En el bazar central, la economía privada se expresa en los puestos de frutas y en las oficinas de los cambistas, que dan un volumen físicamente desbordante de afganis (la moneda local) por un puñado de dólares.

Kabul, asegura otro funcionario, tiene hoy tres millones de habitantes, debido a la emigración de provincias y a los refugiados que han regresado de Pakistán. Antes de la guerra, en 1979, la ciudad tenía 600.000 habitantes, añade.

De las calles de Kabul han desaparecido las consignas y los dibujos relativos a la amistad afgano-soviética que abundaban en el pasado. En el hospital militar soviético, un carro de combate guarda la entrada sin luz en un Kabul. nocturno, donde ha desaparecido también el toque de queda.

Tensiones

Entre los soviéticos que se retiran y los funcionarios afganos que se quedan en el país se advierten ciertas tensiones. Los representantes oficiales del régimen de Kabul no facilitan la automática traducción al ruso de sus declaraciones.

La ayuda soviética continuará, pero se necesitan "nuevas dimensiones", dice Mahmud Abibi, presidente del Senado, que parece tener la vista puesta en Occidente, sin poder responder de su propia posición. "Ninguno de nosotros se aferra a su puesto, y estoy dispuesto a retirarme si con ello he de contribuir a la paz", dice Mohamed Sharq, el jefe del Gobierno, que atribuía la misma intención al presidente Najibulá el pasado sábado.

Según Sharq, el reparto de puestos ministeriales en las negociaciones con la oposición no constituye un importante problema, y el puesto de ministro de Defensa está aún vacante. Tal puesto ha sido ofrecido, según medios occidentales, a Ajmad Sha Masud, un jefe de la guerrilla que controla un territorio al noreste del país y que se encuentra afiliado al grupo fundamentalista Jamiat-i-lslami.

Sharq es un hombre con una larga experiencia política, que en 1953 era ya jefe de gabinete del primer ministro y que fue embajador de su país en Japón. El comportamiento de Najibulá tras la retirada es tema de especulación. Con él están las fuerzas de seguridad (entre 20.000 y 30.000 hombres). Su ministro del Interior, Mohamed Gulabzoi, controla a los 30.000 hombres de la Zarandoi o policía.

Najibulá es miembro de la etnia parcham y Gulabzoi pertenece a la fracción Jalq del Partido Popular Democrático de Afganistán (PPDA, comunista), cuyas disensiones internas han sido criticadas últimamente por la Prensa soviética. El Ejército afgano -entre 40.000 y 50.000 hombres- no está motivado, tiene baja moral de combate y se nutre de reclutas cada vez más jóvenes, según diversos medios diplomáticos occidentales.

Oficialmente, los representantes afganos y soviéticos continúan insistiendo en que el Ejército afgano está bien preparado. El general Kim Zagolov, antiguo consejero soviético en Afganistán, no lo cree así, y de esta forma lo ha expuesto recientemente. En la biblioteca de la unidad militar que visitó ayer la enviada especial de EL PAÍS, el ejemplar de la revista Ogoniok en el que se expresaba Zagolov había desaparecido de la colección.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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