_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Armas y comercio

El autor del artículo asegura que no hay que olvidar cuál es la función de las armas (destruir vidas) y que el comercio de armamentos (que equivale al producto interior bruto de 140 países juntos) no puede desvincularse ni de la política ni de su impacto sobre los seres humanos.

Se ha dicho, y con razón, que el negocio de las armas es uno de los que produce mayores beneficios y mueve mayor cantidad de dinero en el mundo. La adquisición de armamentos supone anualmente un gasto de unos 300.000 millones de dólares para el conjunto de todos los Estados del planeta. Baste decir, para buscar una referencia comparativa, que no hay en el mundo ni 10 países que tengan un producto interior bruto superior a esta cifra. Dicho en otras palabras, lo que los Estados gastan anualmente en la compra de armamentos equivale al PIB de más de 140 países juntos..., tal es la magnitud de su importe.En los países desarrollados la casi totalidad de las necesidades armamentistas se satisfacen recurriendo a la industria nacional. Ello explica que estos países sólo hayan de importar un reducido número de sistemas de armas y que, en consecuencia, sólo absorban la quinta parte del comercio mundial de armamentos.

El Tercer Mundo, en cambio, y a pesar de que en el último decenio algunos de los países medianamente desarrollados han aumentado notablemente su producción de carácter militar, tiene que comprar al exterior buena parte de los armamentos, cuando no la totalidad. Ello es así hasta el punto de que el 80% del comercio mundial de armamentos se orienta hacia el Tercer Mundo.

Las cifras que mueve esta actividad comercial son también sobrecogedoras. Las exportaciones mundiales de armamentos han supuesto en los últimos años un volumen de 46.000 millones de dólares anuales, una cifra que supera en mucho a la totalidad de las exportaciones españolas, suizas, suecas o chinas en 1997, y, como he señalado anteriormente, van dirigidas a los mercados del Tercer Mundo. Dentro de este mercado, un grupo de ocho países ha recibido más de la mitad del valor de las exportaciones de armamentos en el período 1971-1985; se trata por orden de importancia, de Irak, Irán, Siria, Egipto, Libia, India, Israel y Arabia. Oriente Medio es, como se habrá adivinado, la zona que recibe mayor cantidad de material militar, o al menos el de mayor valor.

Este comercio mundial de armamentos está dominado por las dos grandes potencias; Estados Unidos y la URSS, a partes más o menos iguales, controlan dos terceras partes de las exportaciones mundiales de armamentos, con cifras superiores a los 10.000 millones de dólares anuales. A gran distancia, pero destacada sobre el resto de países, figura Francia, que absorbe del 10% al 15% del mercado mundial, gracias especialmente a sus productos aeronáuticos. Después figuran, con cantidades realmente menores, un grupo de países formado por la RFA, Reino Unido, China, Italia, etcétera, que juntos suman una cuarta parte del pastel.

Fin del ascenso

Una tendencia que parece consolidarse en los últimos años es la de un paulatino descenso del volumen total del comercio de armamentos. La recesión económica, el endeudamiento de muchos países del Tercer Mundo y especialmente la saturación de armas caras y sofisticadas en los países que ocupan los primeros lugar del ranking explican el fin de un ascenso en la curva de exportaciones que ha durado muchos años. Hay, con todo, otras razones que explican este descenso, o al menos el estancamiento. Una de ellas, muy importante, es que muchos de los países que están en guerra, como Irán e Irak, necesitan materiales fungibles en grandes cantidades (munición particularmente), pero cuyo coste unitario es pequeño, o mucho menor al menos que el coste de un caza, por ejemplo. Así, una disminución del valor total reflejado en las estadísticas no supone necesariamente una disminución del movimiento general de este comercio ni el fin de su capacidad de destrucción; indica, simplemente, que las necesidades coyunturales de los países compradores varían, intensificando la adquisición de material individual menos costoso y disminuyendo la compra de otro tipo de materiales más caros y complejos, cuya utilidad se pone muchas veces en entredicho.

Esta característica de la dinámica de los armamentos nos introduce para señalar algo fundamental para la comprensión de este tema, a saber: la función de las armas. El comercio de armamentos tiene la virtud, si puede llamársele así, de poner de manifiesto de forma clara las motivaciones últimas de la fabricación y uso de las armas.

Un portaviones puede construirse exclusivamente para dar satisfacción a una elite militar determinada que ve al artefacto como un elemento indispensable para su prestigio, tanto interior como exterior. Lo mismo puede decirse de la adquisición por parte de muchos países de cazas supersofisticados, de inútil uso para la defensa del interior del país. La adquisición de tales instrumentos bélicos es como una obligación, un factor de demostración del propio desarrollo (si ha sido cofabricado en el interior del país) y de la potencia adquirida. Es, digámoslo claramente, una forma exhibicionista de entender la seguridad. Si el fusil es el falo de los impotentes, un caza, una fragata o un misil puede ser una forma de perversión fetichista para determinadas personas o colectivos. En cualquier caso, La cultura armamentista, tan impregnada en el discurso político imperante, concede a los armamentos una amplia panoplia de simbolismos relacionados con la potencia (militar, económica, tecnológica, etcétera).

Las armas tienen otras funciones. Una de ellas es la de actuar como elemento de estabilización política o de mantenimiento del Estado. Sirven fundamentalmente para mantener a los regímenes en el poder y pocas veces han servido para derribarlos. Si el Gobierno está formado por civiles, las armas pueden servir además para contentar a los militares, los cuales pueden adquirir los materiales que desean a cambio de no interferir en la conducción política del país.

Las armas y su comercio no pueden separarse de su principal función: destruir seres humanos. Ésta es una función que los propagandistas de la cultura armamentista quisieran ocultar definitivamente a la opinión pública. Pero lo cierto es que los armamentos no son objetos decorativos; necesitan blancos, esto es, destinatarios. Y de ahí, de la misma existencia de las armas, surgen los escenarios de amenaza, los enemigos posibles, aunque no probables. En vez de crear seguridad, aumentan la desconfianza, el temor y la inseguridad, desarrollan recelos y agravan tensiones, inclinando la balanza hacia la guerra cuando hay situaciones de conflicto latente.

Destruir vidas

El comercio de armamentos no debe entenderse como un fenómeno neutro o como una derivación más de la actividad industrial y comercial. Por el contrario, hay que entenderlo como un fenómeno sistémico, resultante de la existencia de determinadas políticas militares y económicas que se apoyan en la cultura armamentista para justificar la compra y venta de máquinas de destruir.

Desde hace unos años, España ha entrado, con empuje en este comercio. Se ha especializado en la exportación de materiales militares hacia el Tercer Mundo, y dentro de él, a países conflictivos, ya sea por estar en guerra o por no respetar los derechos humanos. Algunas empresas sacarán beneficio, pero esta actividad comercial sólo puede contribuir a la continuidad de determinados sistemas políticos y económicos que, puertas adentro, ya hemos querido desechar. El comercio de armamento, en definitiva, no puede desvincularse ni de la política ni de su impacto sobre los seres humanos.

es investigador sobre temas de paz y defensa.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_