La seguridad europea
El fin de la guerra fría y el establecimiento del Acta única Europea aportarán cambios importantes pero no esenciales al Viejo Continente. En efecto, según el autor del artículo, el pluralismo y no la creación de un genio único europeo debe ser la clave del proceso que estos hechos pondrán en marcha.
La guerra fría ha terminado, pero no del todo. Si prevalecen las actuales tendencias, terminará. No obstante, aunque sean muy remotas las probabilidades de que haya guerras en Europa en los años noventa, persiste la posibilidad de tensiones y de consecuencias para la seguridad de los países pequeños y medianos en particular.Europa está cambiando. Se divisan grandes oportunidades, pero también algunas incertidumbres. De todos modos no es probable que Europa sea fundamentalmente distinta a finales del siglo en curso.
No parece verosímil que corra grave peligro el sistema de Occidente, que es adaptable y, hasta ahora, capaz de descubrir y utilizar nuevas posibilidades. Una de ellas la constituyen las Comunidades Europeas.
Las reformas introducidas en algunos países del Pacto de Varsovia y las ideas que las inspiran indican que la salida de la crisis se encuentra en la mayor eficacia de la economía, las reformas políticas y la transición del dirigismo económico a la economía centrada en la oferta y la demanda. Estas reformas -que, si bien proceden de una debilidad, son un signo de vigor- se efectúan mejor en una atmósfera de confianza internacional y resultan muy improbables si predominan el temor y el recelo. Si prosperan, saldrá ganando la estabilidad de Europa.
Tras la, experiencia norteamericana en Vietnam y la soviética en Afganistán se han desvanecido en gran parte las ilusiones sobre lo que cabe lograr mediante el poderío militar. La potencia concentrada en Europa es desmesurada y no responde a ningún fin militar. Redúzcase y que continúe actuando la política por sí sola.
La participación de las superpotencias en la solución de crisis o de cuestiones regionales está justificada, ya que, arrastradas por su rivalidad, esas potencias han pasado a formar parte del problema.
Ahora bien, se observa una tendencia a tratar bilateralmente las cuestiones de independencia o de liberación nacional de los otros. La independencia y la liberación constituyen un derecho inherente, un derecho humano. Son cuestiones que no pueden resolver los demás.
Cabe esperar que la división en bloques sea menos amenazadora y prohibitiva, pero algunas de sus facetas no se disiparán fácilmente. Europa sólo puede sentirse plenamente segura en tanto que zona constituida por sujetos independientes libremente reunidos en diversas asociaciones democráticas, no jerarquizadas.
La seguridad de Europa debe concebirse como algo que a todos beneficie y a nadie perjudique. Debe ser obra de todos, y todos deben interesarse por ella. En el futuro, la seguridad tendrá que ver, cada vez más, con la amplitud de participación y la democrática asunción de las obligaciones. Su mejor base es la cooperación entre iguales.
Por primera vez en su historia, Europa ha encontrado en la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación (CSCE) un instrumento para su desarrollo global.
Los principios relativos a las relaciones interestatales, a las medidas destinadas a fomentar la confianza y la seguridad y al desarme, la cooperación económica, los derechos humanos y la región del Mediterráneo son las verdaderas bases del aumento de la seguridad y el desarrollo de la cooperación. Si se la utiliza de forma incompleta o selectiva, la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación no podrá ser una empresa vigorosa y puede sumirse en la burocratización y fosilizarse.
El desarme nuclear, si bien interesa legítimamente a todos, constituye un ámbito que en la práctica corresponde predominantemente a las potencias nucleares.
Con todo, las negociaciones sobre armamentos convencionales requieren mayor ámbito geográfico, más amplia participación y consideración de los intereses de seguridad de todos los países de Europa. Si se acepta, la fórmula propuesta en la CSCE por los países neutrales y no alineados resolverá de momento el problema.
El crecimiento y la libertad de intercambio y de circulación en los campos de la economía, la ciencia, la tecnología y la cultura quedan mutilados por la división en bloques y el proteccionismo. No debe permitirse que la seguridad quede sujeta a los intereses que tras ellos existen. Las disparidades sociales y económicas pueden ser más desestabilizadoras que las divergencias ideológicas. El crecimiento económico y el desarrollo social de todos reforzarían la base de la seguridad.
El año 1992 marcará un hito importante en la instauración de un proyecto europeo común en una parte del continente. Quedan, empero, algunas incógnitas por despejar. Las barreras no estimulan el desarrollo. El progreso de la interdependencia, tan ampliamente reconocido, requiere una asociación equitativa. Europa tiene su dimensión este-oeste, pero también su dimensión norte-sur, y la cooperación económica es un pilar de la seguridad.
Europa no está aislada y su seguridad depende cada vez más del desarrollo económico y social de los países del Tercer Mundo y de la mayor participación de éstos en un amplio espectro de cuestiones.
La libertad -tanto la individual como la colectiva- es la base de la seguridad. Y los derechos humanos -políticos y económicos- son condición sine qua non de la libertad. Esto se viene comprendiendo mejor y debe aplicarse más rápidamente.
Cabe dudar en éierto modo de que Europa, incluida la parte del continente que tiene una tradición de apertura, esté dispuesta a abordar con este espíritu la libertad de movimiento o las tendencias migratorias que lleva consigo.
Las nacionalidades
La patriotería y algunos rasgos racistas en Europa son preocupantes. Para extirpar totalmente esos brotes sería necesario un mundo que, en general, fuese mucho mejor que el existente; con todo, a fin de relegarlos al nivel de un fenómeno marginal, habría que adoptar las consiguientes medidas políticas y económicas.
La cuestión del reconocimiento y la igualdad de las nacionalidades y de las minorías nacionales se plantea de nuevo, o cobra mayor importancia, incluso en países que pretendían haberla resuelto hace mucho tiempo. Si se maneja con acierto constituye una oportunidad para mejorar las relaciones en y entre los países. Si se maneja con poco discernimiento es fuente de tensión. Es una cuestión que no puede soslayarse sepultándola entre papeles y que irá cobrando cada vez mayor importancia y significación.
Entre los elementos en que ha de fundamentarse cualquier sistema de seguridad en Europa cabe destacar el pluralismo. Poco duraría una seguridad europea no sincronizada con el pluralismo. Éste ha tenido en Europa un valor específico a lo largo de los siglos y ha resistido los embates de la Iglesia, de los imperios y de las dictaduras. Este valor tradicional del pluralismo en Europa haría más fácil reforzarlo reaprendiendo continuamente a abordar la diversidad de las opiniones.
La confianza es una condición previa -y el resultadode las negociaciones y los acuerdos. Confianza no sólo entre las dos organizaciones constituidas mediante tratados militares, sino también en el seno de las mismas.
No sólo deberían adoptarse medidas que abarcasen a las agrupaciones militares e ideológicas, sino también en el seno de cada una de ellas. La guerra fría ha congelado ciertas diferencias de intereses. Hoy, deliberada o inadvertidamente, se está produciendo la descongelación. A veces, disipar recelos puede resultar tan difícil como fomentar la confianza.
Al abordar ahora nuevas negociaciones de desarme en Europa hemos de tener confianza en que los países neutrales y no alineados quieren y pueden desempeñar el papel que les corresponde. Muchas veces están en mejores condiciones que otros para expresar los genuinos intereses paneuropeos y pueden reforzar la eficacia del multilateralismo.
Debería haber más iniciativas que, aprovechando la atmósfera actual, fomentaran la confianza. La modalidad de cooperación adoptada por Italia, la República Federal de Alemania, Austria, Hungría y Yugoslavia en el marco de la iniciativa ,alpinoadriática puede servir de ejemplo digno de apoyo y emulación en otras regiones de Europa.
No cabe aproximarse al logro de la seguridad en el continente europeo mediante erróneos conceptos de una identidad europea única, uniformidad ideológica, ambición de instaurar los Estados Unidos de Europa o fomento de las pretendidas identidades, que son el resultado de costumbres superadas y del imperio de la fuerza. La solución no está en la unificación de diferentes culturas y tradiciones, ni en la creación de un genio nacional europeo.
La solución estriba en reconocer que en el pasado ha habido luces y sombras y que la única forma de mejorar la vida consiste en entresacar de ese piélago de diferencias los denominadores comunes y utilizarlos como puntos de partida.
Éste es el ingrediente básico del éxito alcanzado en la Conferencia de Ministros de Exteriores de los Países Balcánicos recientemente celebrada en Belgrado. La solución es aprovechar como base los hechos de hoy y las exigencias del mañana. El romanticismo es un grato sueño... siempre que quede tiempo para soñar.
es jefe de la delegación yugoslava en la CSCE.
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