Un periodista
A Ismael no le hubiera gustado ni siquiera esta pompa de los artículos, las notas necrológicas y los homenajes a su memoria. Era un periodista de raza, hecho a la imagen y semejanza de los mejores clichés que al respecto nos ha regalado el cine del género. Desmesurado en todo, lo fue también en el cariño hacia sus amigos, en la dedicación a su trabajo y en la búsqueda atolondrada y pasional de un rincón de felicidad terrena. Le conocí un día de 1974 cuando era delegado de Televisión Española en Bilbao y yo estaba recién nombrado director de los informativos de la casa, en el experimento aquel de la apertura que acabó como el Rosario de la Aurora. El gobierno de Franco quería echar de España al obispo Añoveros e Ismael López Muñoz le entrevistó para TVE. La imagen del prelado tocado con una chapela vasca apareció en la pantalla como primer, y casi último, símbolo de los esfuerzos de liberalización informativa de la época. A partir de entonces he aprendido muchas cosas de Ismael en esta vida y en esta profesión. Dejó la subdirección de Nuevo Diario para venir a hacerse cargo de la sección Nacional de EL PAÍS, en un momento en que muy pocos creían en el proyecto del periódico. Fue primer corresponsal en Moscú de nuestro diario, y primer Ombudsman, y en realidad fue primero en casi todo, porque esa desbordante manera de ser suya, ese permanente abuso de sí mismo, esa radicalidad de comportamiento que le caracterizaba, le llevaban a tomar la vida a manos llenas y de prisa, no se le fuera a acabar antes de tiempo. Antes de tiempo se le ha acabado en fin, en un año bisiesto y doloroso en el que su hija había muerto atropellada malamente en una calle de Madrid. Ahora es él mismo el que ha dicho adiós, con su gesto de socorro desde una playa del sur, en el primer día de su mes de vacaciones. Este es un suceso privado, que en realidad es el único tipo de sucesos que interesan seriamente a las personas. Pero resulta también un hecho público. Ismael es el primero de nosotros que se va. Perteneció a la veintena de aventureros que pensaba que el proyecto de este periódico, merecía la pena y significaba algo cuando nadie o muy pocos daban un chavo por su futuro. Y ha sido fiel a esa creencia hasta el final. Lo hizo todo en esta profesión, y lo hizo todo bien. Con él se marcha. un trozo considerable de la historia de este periódico, y del periodismo español. Generoso y honesto nunca dijo no a un amigo, pero nunca entregó a nadie sus convicciones. Por lo demás era todo lo contrario de un maestro, de un profeta, o de un modelo. Como a todos los genios, había que quererle para comprenderle. Fuimos muchos los que comprendimos a Ismael, y los que no lo hicieron se arrepentirán de no haberle querido.
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