Mis hermano el presidente
Hace un cuarto de siglo, el presidente John Kennedy moría asesinado en Dallas. Su hermano Edward, senador por Massachusetts, enlaza aquí sus recuerdos de infancia, la admiración por el hermano mayor, con el legado -la esperanza de una nueva frontera- que John quiso dejar, desde la presidencia del país más poderoso del mundo, a toda una generación de norteamericanos.
Uno de mis recuerdos predilectos entre los que conservo del presidente Kennedy es el de los fines de semana del 4 de julio en Hyannis Port. Año tras año, éstos constituyeron los momentos culminantes de nuestros veranos en Cape Cod. Mi padre, mi hermano mayor, Joe, y Jack no dejaron nunca de hacer de ese día una fiesta patriótica para el resto de la familia. Incluso hoy puedo ver el porche alegremente decorado, la larga mesa de madera con un gran montón de patatas y guisantes cocidos, y un centro de mesa de salmón fresco que mi padre había hecho traer de New Hampshire o Maine, o incluso de Newfoundland.Después bajábamos al puerto para la regata anual. Jack patroneaba el Victura, el pequeño velero que tanto amó toda su vida, y nuestro padre nos llevaba a los demás en su lancha motora para animar a Jack. Uno de los momentos más gloriosos de mi infancia fue el primer año que Jack condescendió a llevarme en el Victura como proel en la regata del 4 de Julio. Yo tenía nueve años y era el verano de 1941. Perdimos, pero admiré aún más a Jack, porque podía haberme echado la culpa y no lo hizo.
Cuando yo era más pequeño, después de las regatas, Jack pasaba el tiempo leyendo en el porche, lo que me hacía un poco más tolerable mis obligadas siestas, dado que él parecía estar haciendo algo también aburrido. Al atardecer, íbamos todos al West Beach Club, en Hyannis, a ver los fuegos artificiales.
En los fines de semana veraniegos, cuando ya era presidente, Jack llevaba a menudo a su hija Carolina y a su hijo John a dar largos paseos por la playa. En el verano de 1963 acababa de visitar Roma, donde el Gobierno italiano le había regalado para sus hijos una maqueta de velero a escala con una eslora de 1,22 metros. Estaba encantado con el regalo y lo trajo consigo para el fin de semana del 4 de julio en Cape Cod. Lo llevó a la playa con Carolina, le desplegaron las velas, le empujaron mar adentro y le dijeron adiós con las manos. Media hora después, todos nos embarcamos en el Honey Fitz para hacer un crucero por la tarde; Jack tomó sus prismáticos, y durante la hora que siguió él y Carolina se dedicaron a la mágica aventura de rescatar el pequeño velero extraviado en el mar. Incluso ahora, 25 años después de haber perdido a Jack, todavía se me hace un nudo en la garganta recordando esos felices tiempos que pasamos juntos.
Vínculo con el mar
Las excursiones marítimas de la familia formaban parte del vínculo que Jack mantuvo durante toda su vida con el mar.
"Es un hecho biológico interesante", dijo como presidente, "que todos tengamos en nuestras venas exactamente el mismo porcentaje de sal que existe en el océano, y por consiguiente tenemos sal en nuestra sangre, en nuestro sudor y en nuestras lágrimas. Estamos vinculados al océano. Y cuando vamos al mar -ya sea para navegar o para contemplarlo- estamos regresando al lugar de donde venirnos".
Tuvo la capacidad de relacionarse con los demás casi del mismo modo en que lo hacía con todos nosotros en la familia -de una manera humilde, personal, que dejaba unas impresiones indelebles incluso en los extraños-.
Las lágrimas derramadas en 1963 lo fueron por un amigo y un hermano repentinamente arrebatado, pero las razones por las que era amado aquí y en todas partes siempre existirán. Se encuentran en muchas de las cosas que hizo y dijo, pero en ninguna. otra parte más que en su llamamiento de 1963 para que viésemos nuestro mundo como una comunidad: "Nuestro vínculo común más básico es que todos habitamos este pequeño planeta. Todos respiramos el mismo aire. Todos nos preocupamos por el futuro de nuestros hijos. Y todos somos mortales". Lo que perdura es la forma como nos convocaba para llegar más allá de nosotros mismos, para hacer cosas por los demás que reflejaran nuestra humanidad compartida.
El 22 de noviembre de este año se cumple el 25º aniversario de la muerte de Jack. La conmoción producida por ese trágico momento en Dallas todavía está viva en las mentes de todos.
Pero el aniversario del 22 de noviembre, con sus traumáticas imágenes y la reposición de las mismas en la televisión, constituye siempre para nuestra familia una fecha deprimente. Al rendir homenaje a mi hermano, queremos recordar su vida, no volver a vivir su muerte.
Por casualidad, el año pasado me tropecé con una historia de hace 40 años que cuenta cómo, desde el inicio de su carrera, Jack fue capaz de llegar a toda clase de personas de diferentes orígenes.
Un polaco estadounidense experto en Europa del Este, de la Biblioteca del Congreso, vino a mi oficina del Senado para informarme con vistas a un viaje que yo iba a hacer a Polonia. Me dijo que en 1946 había sido estudiante posgraduado en las clases de polaco de la universidad de Harvard. Había ingresado en el club local de Ciudadanos Polaco-estadounidenses, cuyos miembros fueron invitados a un servicio conmemorativo en Cambridge, Massachusetts, en honor de un soldado polaco-estadounidense muerto en la II Guerra Mundial. Interminables discursos pronunciados por funcionarios locales rindieron homenaje a los vínculos históricos entre Polonia y Estados Unidos. Pero una y otra vez los oradores titubeaban al decir los nombres de los héroes polacos, y la audiencia comenzó a refunfuñar ante cada equivocación. Luego Jack fue presentado como un joven veterano de la Armada que esperaba ser el miembro del Congreso por dicho distrito. Habló con sentimiento de Polonia y Estados Unidos, de Pulasci, Kosciusko, Paderewski y otros. Y cada vez que mencionaba un nombre polaco, su pronunciación era perfecta.
Jack ganó las elecciones para la Cámara de Representantes, y obtuvo más del 95% de los votos del barrio polaco. Había dedicado el tiempo necesario para aprender algo sobre sus futuros votantes y sobre sus tradiciones Y en los 40 años transcurridos desde entonces estos votantes nunca olvidaron ese vívido momento en que se encontraron con él por vez primera.
Sus días en la Casa Blanca fueron breves, pero su recuerdo no se ha borrado. Al rendir continuamente homenaje a su visión de lo que debe ser el servicio público, le recordamos ahora en la forma en que él lo habría deseado, como un hombre cuyos logros e ideales se extienden a través de las generaciones y nos inspira de nuevo el preguntarnos no lo que nuestro país puede hacer por nosotros, sino lo que nosotros podemos hacer por nuestro país. La lección de su vida es que los estadounidenses de todas las edades, en cualquier época, responderemos a ese desafío con tal de que tengamos unos líderes lo suficientemente inteligentes como para pedírnoslo.
Ideal de servicio
La gente se pregunta a menudo qué es lo que atrae a los hombres y las mujeres al servicio público. ¿Qué los persuade para soportar la presión, la frustración, el sacrificio de su intimidad, la falta de tiempo para dedicarlo a la familia y los amigos, la pérdida de ingresos que con toda seguridad se deriva de dicho servicio? ¿La ambición? Posiblemente. ¿La excitación? Por supuesto. Pero es también algo más, un ideal que con frecuencia tiene sus raíces en la juventud y crece durante toda nuestra vida, la satisfacción de dar algo a nuestro país a cambio de lo que él nos ha dado a nosotros. La supervivencia del más capacitado puede ser la ley de la jungla y de algunas personas en la vida pública. Pero, no es la ley por la que vivió John F. Kennedy, y mientras gentes con su talento y su compromiso con los demás estén deseosas de entrar en la vida pública, no será nunca la ley de Estados Unidos.
Él no sabía lo que le aportaría el futuro, pero sí conocía la dirección en la que debíamos ser conducidos. Debido a sus lecturas y a su sentido de la historia, entendía las tensiones que son tan antiguas como Estados Unidos y tan de actualidad como los titulares de los periódicos de hoy, la continuada batalla en cada generación entre el pasado y el futuro, entre aquellos que hablan de cambio y aquellos que hacen que éste se produzca, entre aquellos que dicen que el pueblo nunca ha vivido tan bien y aquellos que dicen que Estados Unidos puede hacerlo mejor.
Creía que una economía sana constituye el programa social más importante de Estados Unidos y que el Gobierno debe ser el amigo, y no el capellán, de los necesitados. Tan extraño como parece en esta era de megadéficit, yo recuerdo cómo luchó desesperadamente con su consejero económico, Walter Heller, en relación con su último presupuesto federal, que incluía un déficit para asegurar que la economía seguiría creciendo.
Podía ver más allá del momento efímero. Como dijo en una ocasión cuando era presidente, pensaba que era tarea de toda una generación construir una carretera para la próxima. Le gustaba contar la historia del mariscal de Francia Lyautey, a quien le preguntó su jardinero por qué quería plantar un árbol, dado que no florecería hasta pasados 100 años. "En ese caso, plántalo esta misma tarde", dijo el mariscal.
Al describir el papel de Estados Unidos en el espacio y la misión a la Luna, recordaría a los jóvenes irlandeses de un cuento de Frank O'Connor que echaron sus gorras por encima de un muro de gran altura y entonces no tuvieron otra opción que tirarse detrás de ellas. Ésa es la forma en que Jack hizo frente también a otros desafíos. Inspiró a Estados Unidos para que echara su gorra por encima de los muros de la discriminación, la pobreza y la enfermedad, y todos nosotros, incluso después de que
nos dejara, no tuvimos otra opción que la de ir tras ella.Tenía una relación especial con la juventud. Más que cualquier otro, despertó e inspiró a la que había sido la generación silenciosa de la década de los años cincuenta. No vivió para ver lo que ésta realizó. Uno de los más admirables capítulos de la historia de la implicación de Estados Unidos en Vietnam fue escrito por millones de hombres y mujeres jóvenes, que fueron los que primero vieron la verdad sobre la guerra y persuadieron a nuestro país para que diera marcha atrás. Uno de los mejores capítulos de la preocupación de Estados Unidos por los pueblos empobrecidos está siendo escrito a diario por los estadounidenses jóvenes en el Peace Corps en el exterior y en los programas de servicio interno aquí en el país.
"No estamos aquí para mal decir la oscuridad, sino para encender la vela que pueda guiarnos a través de esa oscuridad hasta un futuro sano y salvo", dijo a la Convención Demócrata en Los Ángeles cuando, hace este mes 28 años, aceptó la nominación presidencial de su partido. Gracias a Jack, los estadounidenses siguen encendiendo útiles velas en su país y en el exterior. En las naciones de todo el mundo, gente inspirada por Jack lucha para acabar con la antigua maldición de la pobreza y la desidia. Pocas cosas me conmueven más profundamente que visitar una choza en una tierra distante, azotada por la pobreza, y encontrarme con su retrato en una pared.
Parte de la calidad eterna de su llamamiento es que nunca se tomó a sí mismo demasiado en serio. Le gustaba hablar de los sondeos de opinión que demostraban que los padres todavía quieren que sus hijos sean presidentes mientras que ellos no han llegado a implicarse en la política. Podía tomarles el pelo a los ganadores del Premio Nobel del hemisferio occidental denominándolos el montón de talento más extraordinario jamás reunido en la Casa Blanca, "con la posible excepción de cuando Thomas Jefferson cenaba solo", y burlarse de sí mismo diciendo: "Yo soy el hombre que acompañó a Jacqueline Kennedy a París".
Estaba comprometido con la Alianza Atlántica, pero se sentía igualmente orgulloso de su Alianza para el Progreso y la esperanza que ésta despertaba para los pueblos de América La tina. Tenía poca consideración hacia los que encontrándose en el poder creían en el liberalismo duro, en la medida en que es duro para los demás y confortable para ellos mismos.
Fue presidente para todas las ocasiones. Podía lanzar un cohete a la Luna y declarar la guerra al hambre en la región de los Apalaches. Podía ensalzar las artes invitando a Robert Frost a escribir un poema para su toma de posesión como presidente y aliarse con los oprimidos de todo el mundo visitando el muro de Berlín y proclamando: "Ich bin ein berliner". Podía ser comandante en jefe, no sólo de las fuerzas armadas, sino también de las fuerzas a favor de los derechos civiles. Podía hacer frente a la Unión Soviética en la crisis cubana de los mísíles y unos cuantos meses después sentarse a negociar con los líderes soviéticos el primer acuerdo para el control de armamento de la era nuclear, el Tratado de Prohibición de las Pruebas Nucleares de 1963, el logro que más valoraba.
Una 'nueva frontera'
Parece que fue ayer cuando su llamamiento puso de nuevo en marcha a Estados Unidos. Hizo la campaña presidencial por todo el país en 1960 convocándonos para su nueva frontera y diciéndonos: "Éste es un gran país, pero yo creo que puede ser más grande. Éste es un país poderoso, pero yo creo que puede ser más poderoso". Estados Unidos respondió, porque sabíamos entonces como lo sabemos hoy que nuestro país puede hacerlo mejor sí todos nosotros actuamos lo mejor que podemos.
Hace un siglo, el juez Oliver Wendell Holmes Jr. habló de las influencias que habían dado forma a su generación. "En medio de nuestra gran y buena fortuna", dijo, "nuestros corazones fueron alcanzados en nuestra juventud por el fuego". Ésta ha sido también nuestra gran y buena fortuna. En el breve tiempo que Jack tuvo, alcanzó con el fuego a nuestros corazones, y el resplandor de ese fuego todavía brilla en el mundo. Más que todas las escuelas, las avenidas, los aeropuertos y demás monumentos, éste es, y siempre lo será, el mayor y más duradero homenaje que podamos rendir a Jack.
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