Carta a un amigo español
Querido amigo:Hace siglos ya -cuatro, cinco, seis o más- que nuestros dos países mantienen relaciones difíciles. Durante mucho tiempo se hicieron la guerra, y cuando no luchaban entre sí, les separaba un muro (le desconfianza y de incomprensión más difícil de traspasar que los Pirineos.
No estamos ya en ese punto, y tanto tú como yo nos alegramos de ello.
Todavía recientemente, nuestra amistad estaba oscurecida por la cuestión del terrorismo. Nuestra opinión publica vivía aún sobre antiguas prevenciones, y no había medido todavía la rapidez y la profundidad de vuestro cambio democrático. Reconozco, sin embargo, que tenía sus razones, ya que lo que habéis conseguido es asombroso y no tenía precedentes.
De todos modos, la voluntad de nuestro presidente François Mitterrand permitió que a partir de 1984 una nueva política, fundada sobre una colaboración estrecha y total, se aplicara con respecto al terrorismo. Esa política se ha revelado eficaz al mismo tiempo que respetuosa con los principios democráticos. Ha sido aplicada de una forma continua, y evidentemente seguirá siéndolo. Pero yo no quisiera que nuestro buen entendimiento se apoyase solamente en el combate común contra el terrorismo.
Hubo un tiempo en el que las únicas palabras de vuestra bella lengua que el francés había logrado incorporar eran pronunciamiento o guerrilla. Ahora hemos descubierto y adoptado convivencia, e incluso movida. Nuestra amistad no ha perdido nada con el cambio.
Estamos hasta tal punto unidos, por la geografía y por la historia, por la cultura y la economía, que juntos podemos hacer aún más y mejores cosas que hasta ahora.
De ahora en adelante, es Europa la que nos espera. El, objetivo de su construcción no es cosa fácil. Puede ocurrir incluso que inquiete a aquellos que no se sientan dispuestos. Pero es una perspectiva necesaria y exaltante. Y sé que tanto tu pueblo como el mío nunca han estado ausentes de las andes aventuras humanas. Esta es digna de ellos.
El respeto que me inspira vuestro Rey, su majestad Juan Carlos I, la amistad que me une desde hace tiempo al presidente de vuestro Gobierno, Felipe González, y la admiración que tengo por lo que han hecho tanto el uno como el otro, me hacen esperar con impaciencia el momento de volver a encontrarlos en mi nueva condición. Gracias a ellos, a otros y a todos vosotros, los españolitos que nacen hoy no deben temer la fatalidad que expresaba Machado. Las dos Españas no son más que una, aquélla a la que amamos todos.
Nuestros Gobiernos continuarán trabajando conjuntamente, tomando las medidas concretas que nos permitirán avanzar con el mismo paso por la vía de la democracia, del progreso y de la justicia social.
Podría ocurrir, incluso, que lleguemos a éstas ocasionalmente en desacuerdo: vosotros y nosotros tenemos demasiada personalidad, demasiado orgullo nacional legítimo para que los unos sean dominados por los otros. Pero, al menos, no habrá más malentendidos, y todas las eventuales dificultades se arreglarán como siempre entre amigos: con buena fe, respeto al otro y voluntad de llegar a un acuerdo.
Si he querido, sin esperar más, mandarte esta carta, es para expresarte directamente que, en mi espíritu, las naciones de Cervantes y de Moliére tienen, al fin, ante ellas un futuro de comprensión mutua.
Con mi amistad hacia tí, pues, y hasta pronto.
es primer ministro francés.
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