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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un festín de buen cine

El festín de Babette

Dirección y guión: Gabriel Axel.

Basado en un relato de Isak Dinesen. Fotografía: Henning Kristiansen. Música: Per Norgard. Dinamarca, 1987. Intérpretes: Stephane Audran, Birgette Federspiel, Bodil Kjer, Jarl Kulle, Jean Philippe Lafont, Bibi

Andersson, Vibeke Astrup, Hanne Stensgaard, Ebbe Rode. Estreno en Madrid: cines Amaya y (en versión original subtitulada) Alphaville.

Hace unos meses se estrenó Dublineses, última película dirigida por John Huston. Ahora sale a la luz el filme danés El festín de Babette, que tiene que ver con ella en dos aspectos relevantes.

Por una parte, el centro de los dos filmes lo ocupa el ritual (que parece simple visto desde dentro, pero que resulta complejísimo cuando es observado desde fuera) de un banquete. Por otra parte, ambas películas son adaptaciones muy fieles a sendos relatos literarios de grandes vuelos, pero embutidos en no más de una treintena de páginas.

Esta su condición de joyas del miniaturismo literario permite a ambos cineastas llevar a cabo (puesto que se ven forzados, por su angostura, a ensancharles) ejercicios insuperables de creatividad en la conversión de la pura literatura en cine puro: una hazaña cercana al filo de lo imposible y, por tanto, no fácil de coronar de manera absolutamente convincente sin que intervenga en ella un aroma de milagro.

No abundan las adaptaciones de buena literatura al cine que no se encojan ante la presencia del original. Raras son las que lo igualan. Y rarísimas las que lo superan. El festín de Babette podría considerarse una de estas últimas. Adaptar a la pantalla una obra literaria es cosa fácil si se hace eludiendo el esfuerzo de volver del revés, como un saco, el pretexto literario de origen. Pero, en cambio, dificilísima de lograr cuando el cineasta adaptador acepta que relato literario y relato fílmico son formas muy diferentes, e incluso divergentes, de narrar un mismo suceso.

Tal vez Axe1 tuvo la perfección más cerca de la mano que Huston, porque este se enfrentó en Dublineses con un hueso mucho más duro de roer que el que encontró Axel en el bellísimo, pero no tan intrincado como el de Joyce, cuento de su compatriota Isak Dinesen. Pero esto es un reparo irrelevante, pues lo que importa, que es la perfección o algo que se parece mucho a ella, está en el filme, como una dimensión indefinible de él.

Hay amor y elegancia a raudales, exquistez incluso, en la manera que Axel tiene de narrar esta historia de amistad y gratitud, una gratitud que por instantes se viste sutilmente con la piel opuesta de una silenciosa revancha. La suavidad y la precisión con que nos hace entrar, a través de una docena de personajes, en un mundo y, una vez dentro de él, en la interrelación de imágenes por las que este mundo entra en quiebra al tomar contacto, en el rito de un banquete, con otro mundo y otra cultura, son magnánimas, conmovedoras.

Pegado al fondo de la retina de la cámara hay algo más que un relato. Hay también el relato de un relato: el poema enriquecido con el misterio de su composición, ofrecido por Axel con una lealtad al espectador no menos honda que su lealtad a la escritora desencadenante. Su película recuerda a rasgos del primer Bergman y, sobre todo, del último Dreyer, pero tiene voz propia. Aprende de inventivas ajenas, pero no las hurta sus leyes, sino que usa estas leyes para alimentar las propias.

La película rebosa de rasgos de maestría y de esa generosidad consustancial al talento. Ama Axel lo que cuenta y nos transmite su amor hacia ello llenando con su conocimiento la oquedad de nuestra ignorancia. Película de gran espiritualidad y nobleza, no elude la dureza, sino que la envuelve en su suave fuerza reveladora, en su saber hacer de la verdad y la belleza una misma, indisoluble, mágica cosa: un festín de buen cine y, sin duda, el oscar más merecido de este año.

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