Abrumador

Jean-Luc Ponty ya era un monstruito a los 17 años, cuando ganaba el primer premio en el conservatorio de París. Hoy en día lo sigue siendo, y el sonido que obtiene de su violín, filtrado ahora por un teclado DX7, es de una personalidad abrumadora. Tal vez demasiado abrumadora. Es el viejo problema de ser y sonar diferente. En un principio, Ponty y la excelente banda que le acompaña logran sorprender. Pero, a pesar de que son pocos los músicos que han desarrollado el sonido eléctrico del violín como lo ha hecho Ponty, falla algo. No es un problema de técnica, de la que este francés anda sobradísimo, sino un problema de composición, de reiteración: los ritmos y las melodías son muy similares, y, Ponty no utiliza recursos -como sus habilidades teclísticas- para darse un respiro y cierta variedad al show, convirtiendo su sonido en una monótona originalidad estilística.Ponty alternó, durante las casi dos horas que estuvo en el escenario, temas de su último disco, The gift of time, con el recuerdo a los que parecen ser sus más apreciados elepés: Enigmatic ocean e Imaginary voyage. Quizá el hecho de que The gift of time sea más plácido e introspectivo que sus anteriores grabaciones hizo que desde el momento en que empezó a tocarlo se apreciara una mayor variedad.

Lo mejor fue el primer final y el bis. El batería Griffith hizo lo contrario de lo que se suele hacer en los solos de este instrumento, es decir, no aburrió a nadie y dio una lección de cómo se crean ritmos. Luego Ponty arrancó las notas del célebre New country y logró los mejores momentos de la calurosa noche.