Canta y no llores
ENVIADO ESPECIALLos mozos de las peñas entonaban Canta y no llores, bonita pieza de su repertorio habitual, y daban en el clavo. Canta y no flores: que verdad es esa. Cantar y no llorar por el toreo que se vio ayer, toreo de pena, con el agravante de que los diestros famosos se lo hacían a toros buenísimos, de esos cuyas embestidas reclaman pateticamente el arte de parar, templar y mandar.
Y si hubiera sido solo ayer, bueno: un día es un día. Pero este mal ya es crónico. Llegan las figuras del toreo y resultan ser pegapases insufribles, de una apabullante mediocridad. Allí estaba Niño de la Capea, con dos toros que no eran nadie, de puro nobles, uno, de ellos pastueñito, el otro con par de plátanos por pitones, y lo que les hizo fue una caricatura del toreo.
Cebada / N
de la Capea, Robles, DomínguezToros de Cebada Gago, desiguales de presencia y fuerza, encastados, en general cornalones astifinos, cuarto cornicorto y sospechoso de pitones. Niño de la Capea. pinchazo trasero bajo, pinchazo, otro hondo atravesado trasero caído, rueda insistente de peones y descabello (vuelta); pinchazo, otro hondo y dos descabellos (algunas palmas). Julio Robles: media atravesada escandalosamente baja almohadillas). Roberto Domínguez: bajonazo (oreja); pinchazo y estocada baja (ovación y salida al tercio) Plaza de Pamplona, 12 de julio. Séptima corrida de feria.
Le llaman maestro (quien se lo llame) y era un profesional ratonero, astuto para componer la figura cuando había pasado la cara del toro y correr la. mano, después ágil para escapar apresuradamente del remate e irse a citar a otro terreno. Aquello no era torear. Aquello era el rescatao, que juegan los chavales en el parque, con bastante mas salero.
Engañoso augurio
El público se lo tomaba en serio. Era el primer toro de la tarde, y que de entrada un diestro se ponga a pegar pases constituye un buen augurio. Le aplaudían, claro. Si da el pase de la rana, le hubieran aplaudido también. La faena de Niño de la Capea no resistía el análisis más somero, ni había quien se tomara la molestia de abordar tan inútil empresa. Si acaso, al revés; es decir para entresacar de la maraña de pases algún muletazo relativamente entonado, como los redondos finales, que instrumento erguido y tomandole gusto a la tarea.Bajo ningún concepto se le ocurría adelantar el engaño, citar con la muleta plana, cargar la suerte. Mató con malas trazas, a pesar de lo cual dio una vuelta al ruedo, y a lo mejor creyo por eso que había hecho la faena de su vida. En el cuarto, sospechosísimo de cornamenta, estuvo destemplado y sin ideas.
Los dos toros atemperados, boyantes, flojuchos, le correspondieron a Niño de la Capea, no se sabe si para su suerte o para su desgracia. Los dos más encastados y serios a Julio Robles, que les tomó precaución. En cuanto la gente advirtió que Robles ensayaba derechazos y naturales sin confiarse, cortaba de súbito las faenas y se ponía a machetear a toda velocidad, se la armó buena. Las broncas fueron al estilo sanferminero, es decir, estruendosas, le tiraron almohadillas y le cantaron Que ese no vuelva con la melodía de la marcha de Infantes.
Casta brava habían tenido ambos toros de Julio Robles. Toros interesantísimos, de los que gustan al aficionado y al ganadero. El segundo de ellos un precioso castaño cornalón de gran planta, pecho-máquina de tren, lomo ensillado de línea, al bardado de color. Un tribunal taurómaco de sabios dirimirá quien merece más severa reprimenda: el que se asustó de la embestida encastada, fuerte y seria, o el que a toritos pastueños les pegaba pases vulgares al aire del rescatao.
Sentencia
La sentencia, para el otoño. De momento, canta y no flores, que la vida es breve. A otro toro encastado -el tercero-, tardó no obstante, Roberto Domínguez, tras tantear y consentir cuanto era debido, lo sometió en unos redondos hechos de hondura y exquisitez. Eso es torear, y por unos instantes la afición -docena y media en la plaza- pensó que había llegado el Mesías. Fugaz ilusión, que se encargó de desvanecer el propio desarrollo de la corrida.El sexto, precioso berrendo estornino, se vino abajo y Roberto Domínguez le aplicó una faenita inconexa. Pero ya daba lo mismo: había sido proclamado triunfador. Triunfador no solo, sino en compañía de los Reyes Magos, aparecieron de súbito entre el gentío, y recorrieron las barandillas de las gradas de sol, con par de paradicas para bailar valses, atronados por las charangas. Los Reyes Magos fueron la alegría de la tarde pamplonesa.
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