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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un aliado natural

EL ACUERDO firmado entre España y Marruecos el pasado 29 de junio confirma que nuestro Gobierno comprende por fin que, lejos de ser antagonista tradicional, Rabat debe ser considerado como un aliado natural. El Ejecutivo español ha ido dibujando en los últimos años una política magrebí asentada en conceptos más inteligentes que el del racismo o el colonialismo mal digerido que primaba hasta hace poco en sus actitudes, y que aún es la norma en grandes sectores de la sociedad española. A este nuevo panorama ha contribuido poderosamente la prudencia demostrada por Hassan Il. Cualesquiera que sean sus defectos como gobernante autocrático, su búsqueda de un diálogo con el vecino del Norte, sin traicionar por ello sus propios intereses, y su tacto al ocuparse del dificil problema de Ceuta y Melilla han facilitado decididamente la relajación de las tensiones hispano-marroquíes.El problema del Magreb exigía un giro radical en tres campos. Respecto de Ceuta y Melilla, un anacrónico encastillamiento en posiciones nacionalistas o, por el contrario, un empeño en negar la realidad del problema no podían sino complicarlo, alimentando a medio plazo un irredentismo marroquí que acabaría en enfrentamientos inútiles. Es bueno que ambos Gobiernos reflexionen sobre el problema, separada o conjuntamente. A eso respondió una razonable propuesta de Hassan Il hace unos meses, airadamente descartada por nuestro Ministerio de Asuntos Exteriores, como si el asunto no existiera. Si la reciente visita del ministro marroquí Filali ha servido para que sus interlocutores españoles reflexionen con él sobre la cuestión, hay que congratularse por ello.

En segundo lugar, abandonando una tradicional y bastante inútil política de contrapesos en el norte de África, Madrid se ha decidido por una actitud de claridad con todos. Favorecer a Argelia para castigar a Marruecos, o viceversa, no servía sino para confundir a todos y hacer las soluciones más caras para España. Dicho sea esto sin entrar siquiera a considerar los más espinosos problemas nacidos de agitar en la misma caja a etarras, polisario, independentistas canarios, melillenses y ceutíes. Los árabes del norte de África, vencidas, no sin reticencias, las dificultades que oponían a unos y otros, se van poniendo de acuerdo para anudar el Gran Magreb. Es indispensable que las relaciones de España con ese Gran Magreb y con cada uno de sus componentes se basen en la claridad y comprensión de los intereses mutuos. Sólo así será posible anclar el norte de África a Europa y desactivar la espoleta de eventuales movimientos fundamentalistas, tan desestabilizadores para el Mediterráneo. En este sentido, es bueno que se haya producido la visita del ministro de Exteriores argelino, Ibrahimi, inmediatamente después de la de su colega marroquí. Así, el Gobierno de Madrid habrá podido explicarle con detalle las condiciones del acuerdo hispanomarroquí y sus proyectos de política exterior hacia el Sur.

Finalmente, el nuevo acuerdo entre Rabat y Madrid contiene interesantes precisiones. Excluyendo la venta de armas de su ámbito y de los créditos que se prevén, demuestra España la seriedad de su compromiso pacífico (y del de la CE) con la otra orilla del Mediterráneo. Además, una parte sustancial de un acuerdo económico que ha de resultarle extremadamente beneficioso al desarrollo de la economía marroquí se destina a financiar la compra de bienes y servicios en España y a realizar proyectos de interés común, entre los que debe estar necesariamente la recuperación del acervo cultural español.

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Marruecos llama a las puertas de la CE. Las condiciones de ingreso son tantas que es imposible su adhesión a corto plazo. Con el acuerdo firmado en Madrid, sin embargo, Rabat puede dar un importante paso económico en esa dirección.

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