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ANTE LA PRESIDENCIA ESPAÑOLA DE LA C. E.

El examen de Bruselas

España entra hoy en la 'troika' presidencial de la CE

Cuando en la primavera de 1987 Luis Carlos Croissier asistió por primera vez, como ministro de Industria, a una reunión ministerial comunitaria, confundía el Consejo de Ministros con la Comisión Europea.Desde que ejerce su cartera, Croissier ha aprendido mucho, y en sus actuaciones ante el Consejo de Ministros no tiene nada que envidiar a sus homólogos europeos, como la mayoría de los otros miembros del Ejecutivo español que acuden con frecuencia a Bruselas, que en opinión de un diplomático de alto rango deberían "hacer un papel digno cuando les toque presidir si siguen las instrucciones del manual".

La guía para ministros que deban dirigir consejos comunitarios -casi todo el Gobierno español, con la excepción de Alfonso Guerra y Narcís Serra- no suple el desconocimiento de idiomas de muchos miembros del Gabinete, pero sí proporciona consejos prácticos sobre la necesidad de estudiarse a fondo los temas, de tomar tierra en Bruselas la víspera de la reunión para prepararla mejor, de recabar puntos de vista enviando a sus colaboradores a las distintas capitales y de dar primero la palabra a aquellas delegaciones que respalden el compromiso propuesto por la presidencia.

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Pero si el grueso de los ministros estará con un mínimo esfuerzo a la altura de las circunstancias, dos de ellos inspiran ciertos temores a parte de la representación de España ante la CE e incluso a varios miembros de su propio séquito: el titular de .Exteriores, Francisco Fernández Ordóñez, y el de Agricultura, Carlos Romero.

Fernández Ordóñez tiene escasa afición por los temas comunitarios, hasta el punto de ser probablemente entre los doce el ministro que tiene mayor propensión a hacer novillos, ausentándose incluso cuando en el Consejo se aprueban temas que atañen tanto a España como los acuerdos con Marruecos, cuan do se celebra también la primera reunión de cooperación con Argelia o cuando, en noviembre pasado, se discute la reforma de la financiación de la Comunidad Europea.

La incomparecencia de Fernández Ordóñez y las reticencias de su sustituto, el secretario de Estado Pedro Solbes, a abordar asuntos de política exterior significa que muchas veces nadie expresa el punto de vista español.

Durante el primer semestre de 1989, el número de desplazamientos reales ha sido drásticamente reducido para que el jefe de la diplomacia española pueda efectuar los 39 viajes previstos por cuenta de la presidencia, pero, señala un diplomático, "su mera asistencia no significa que se sepa los temas que tratar".

"Ministro ¿qué se ha dicho en el Consejo sobre las relaciones entre la CE y el Comecon7, pregunta un periodista. Fernández Ordóñez contesta que "el asunto no ha sido abordado", causando asombro entre los corresponsales de prensa, que han escuchado a portavoces de otras delegaciones dar cuenta del debate.

A veces, cuando no sabe, el jefe de la diplomacia española improvisa, como en aquella conferencia de prensa que dio en mayo en la OTAN, en la que acabó afirmando que, excepto a los de Estados Unidos, España permitía el sobrevuelo de aviones aliados que transporten armamento nuclear, lo que se vio obligado a desmentir tres semanas después ante el Senado.

El entorno bruselense de Fernández Ordoñez reconoce, sin embargo, que en circunstancias excepcionales es capaz de hacer un esfuerzo y estudiarse un teirna a fondo, y recuerdan, por ejemplo, que llegó a dominar la histórica reforma de la CE, aprobada en la cumbre de febrero en Bruselas, "para no desmerecer ante: el presídente González, que se la aprendió también al dedillo".

Los olvidos del ministro de Asuntos Exteriores son pecata minuta en comparación con las extravagancias de Carlos Romero, cuya actuación en Bruselas suscita vergüenza ajena entre sus colaboradores, que han empezado ya a hacer apuestas sobre si será capaz de sacar adelante los precios agrícolas en 1989, la mayor tarea que incumbe a un ministro presidente del Consejo de Agricultura.

Lograr un compromiso sobre precios requiere tradicionalmente que el ministro haga una gira previa por las 12 capitales, algo difícilmente imaginable en el titular de Agricultura español, que por temor al avión se desplaza a Bruselas y Luxemburgo en tren. El miedo a volar ha incitado a Romero a declinar varias invitaciones oficiales de Estados miembros -la última fue la griega-, e incluso una oferta de González, que en diciembre pasado le pidió que lo acompañase a la cumbre de Copenhague, donde finalmente fue sustituido por el presidente del Fondo Ordenación y Regulación de Precios y Productos Agrarios (FORPPA), Vicente Albero.

La fatiga que le provocan las casi 20 horas de tren hasta las sedes, comunitarias del Charlemagne y del Kirchberg le incita probablemente a no asistir a numerosas reuniones, la última a principios de junio, en Bruselas, en la que fue reemplazado por Albero. Pero cuando se ha molestado en acudir a un Consejo de Agricultura que se interrumpe durante tres o cuatro días, a Romero le da pereza regresar a Madrid por tan poco tiempo, y prolonga su estancia hasta que se reanuda.

La crítica más severa de la actuación del ministro ante la CE ha sido hecha por el diario británico Financial Times. "En las negociaciones de Bruselas", escribía David White, "sus apariciones son poco frecuentes a causa de su aversión por los viajes en avión y de una tendencia a delegar. Un ministro francés o alemán podría hacer lo mismo, pero España no tiene un lobby agrícola similar" al de estos dos países.

Confusión

La presencia de Romero en un Consejo de Ministros no es, sin embargo, una garantía de éxito. Sus intervenciones a trasmano son confusas, tanto más cuanto que se niega a distribuir el texto a los intérpretes. Más de una vez, envotaciones en las que la postura española no inclinaba la balanza, la secretaría general encargada de levantar acta ha preguntado después a la delegación española qué había votado su ministro, porque no lo deducía de su alocución.

La confusión es, sin embargo, a veces una ambigüedad calculada, como lo fue en su día la postura ante la tasa sobre las materias grasas, que hubiese encarecido el precio del aceite y podía provocar un conflicto comercial con Estados Unidos. Tras asistir con Romero a un Consejo de Ministros, el secretario de Estado Guillermo de la Dehesa levantó el equívoco confesando a la Prensa que España estaba en contra, y el ministro de Agricultura montaba en cólera amenazaricio con recurrir a Moncloa por haber revelado el secreto.

En los pasillos, donde se fraguan mano a mano muchos cómprornisos que se exponen después formalmente, su total desconocimiento de los idiomas, a pesar de haber estudiado un año sociología rural en la Sorbona, es una seria desventaja a la hora de negociar, como lo es también su empeño en cambiar frecuentemente el equipo de asesores que lo acompañan a Bruselas. Generalmente se dirige a sus interlocutores, cualquiera que sea su nacionalidad, en castellano, pero cuando hace pinitos en francés es aún peor, como aquel día en que declaró a la Prensa que la recibiría "depuis" (desde entonces, en lugar de "después", que en francés es aprés).

El resultado de todas estas peripecias no es brillante. El periódico de la City londinense comentaba que "los funcionarios comunitarios se quejan de la inconsistencia de las posturas de España y de su carencia de visión global" de la política agrícola.

Dinero sin pedir

Cuando EL PAÍS reveló en septiembre pasado que Madrid tuvo en 1986 un déficit de caja con la Comunidad, un colaborador del comisario danés Henning Christophersen, responsable del presupuesto, no tuvo más remedio que explicar sonrojado que el Ministerio de Agricultura español no había aprovechado 35.000 millones de pesetas de ayudas puestas a su disposición por el FEOGA-Garantía y el FEOGA-Orientación.

Para gran desesperación del comisario español Manuel Marín, un programa de desarrollo agrícola para España por valor de 59.000 millones de pesetas, que la Comisión Europea sometió en septiembre al Consejo de Ministros, sólo fue aprobado siete meses después. "El retraso es achacable al desinterés de Romerales, como llaman despectivamente los colaboradores de Marín al ministro de Agricultura.

Preguntar en conferencia de prensa al ministro sobre las cuestiones polémicas es un ejercicio inútil. Muchas veces sus respuestas no guardan relación alguna con el tema abordado, pero si por casualidad la tienen, son des mentidas, inconsistentes o rayan en el insulto hacia el informador que se ha atrevido a formularla. Al término del encuentro con los periodistas, Romero se confiesa disgustado ante su séquito por que los corresponsales hayan lo grado enterarse de lo sucedido, olvidándose de que en la CE hay un portavoz por delegación y otro por institución, más ágiles a la hora de comunicar información que el que acompaña al ministro español.

"Todos estos factores", afirmaba el Financial Times cuando estaba a punto de cumplirse el segundo aniversario del ingreso de los dos países ibéricos en la CE, "hacen que sea incierto que España vaya a tener un papel destacado en el grupo meridional de Estados miembros que actúa como un lobby para conseguir un mejor trato para sus productos en el marco de la política agrícola común", que absorbe los dos tercios del presupuesto.

"Si ni siquiera hacemos buen papel entre los nuestros", se preguntaba un diplomático que muy a pesar suyo sigue de cerca las cuestiones agrícolas, "cómo será cuando a Romero le coloquen delante el cartelito con la palabra president". Por una vez, Vicente Albero no podrá sustituirlo, porque el reglamento comunitario sólo permite que el ministro presidente sea reemplazado por un secretario de Estado, que España no posee en Agricultura.

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