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Bilingüismo

Disto mucho de ser lingüista o sociólogo del lenguaje. En lo tocante al idioma, no paso de ser un español que procura hablar y escribir aceptablemente su lengua materna, que de veras la ama y que, en consecuencia, vive preocupado por los problemas que actualmente le afectan. Uno de ellos, no el menos importante, es el del bilingüismo en las partes de España donde como problema real se plantea. En primer término, claro está, Cataluña.Si no científica, alguna autoridad moral tengo para hablar del tema. Puesto que el catalán es la lengua de los catalanes y puesto que, según la Constitución, todos los españoles tienen el deber de conocer la lengua castellana y el derecho a usarla, siempre he defendido la conveniencia de mantener y aun fomentar el bilingüismo entre los habitantes de Cataluña, sean o no nativos de ella. Dos artículos míos -titulados Lo que yo haría (si en lugar de ser docente en Madrid lo hubiese sido en Barcelona) y Lo que yo hago (siendo docente en Madrid, como, de hecho, lo he sido)- fueron recogidos en el folleto Por la normalización lingüística de Cataluña, hace unos años editado por el Departamento de Cultura de la Generalitat. Pues bien: sólo apoyado en esta mínima autoridad moral, y en algunos hechos de mi propia experiencia, voy a decir cómo veo yo el deseable bilingüismo del pueblo catalán.

Los doctos en sociología lingüística denuncian, algunos, la disglosia -trastorno en la elocución del lenguaje- que puede producirse en quienes se ven obligados a añadir una lengua segunda o de uso a la lengua primera o materna. El empleo de la segunda lengua obligaría a traducir mentalmente a ella lo que se piensa y se siente en la primera. No negaré yo que esto pueda suceder y de hecho suceda en las zonas más rurales del territorio catalán. Pero, basado en mi experiencia, no me es posible admitir que acontezca entre los catalanes cultos. Para demostrar esa imposibilidad aduciré un par de ejemplos.

Desde que le conocí hasta su muerte, durante varios años tuve excelente amistad con el poeta Carles Riba. Siempre comprendí, no sólo acepté, su firme decisión, patriótica y psicológica a la vez, de escribir en catalán y sólo en catalán su magnífica poesía (aunque, de ponerse a ello, también hubiera podido hacerlo en castellano). Pero, naturalmente, mi relación oral y epistolar con él tuvo siempre como cauce la lengua común; y, a petición mía, en ella escribió un amplio y preciso estudio sobre Maragall, como prólogo a una selección de artículos del eximio teórico de la paraula viva. Oyendo hablar castellano a Carles Riba y leyendo lo que en castellano había escrito, ¿podía admitirse que estuviese traduciéndose interiormente del catalán al castellano? En modo alguno. Desde distintos niveles y campos distintos de su alma, Carles Riba usaba como suyas la lengua catalana y la lengua castellana. Aunque una, la catalana, fuera suya de manera más íntima, suyas eran las dos.

Algo semejante puedo decir de Salvador Espriu. Con menor asiduidad que a Carles Riba -ni siquiera residiendo en Barcelona era cosa fácil tratar con asiduidad a Salvador Espriu-, amistosamente también traté al gran poeta de La pell de brau, tan exquisita y monogámicamente fiel, como tal poeta, a su lengua materna. Pero, a la par que poeta y prosista en catalán, Espriu era prosista en castellano. De varias maneras podría demostrarlo. Para no ser prolijo, me limitaré a recordar el espléndido documento -irónico y dramático a la vez; así era él- que para compensarnos de su inasistencia nos envió a cuantos participamos, catalanes unos, castellanos y asimilados otros, en la trobada de escritores que hace pocos años se celebró en Sitges. ¿Cuántos de los mejores prosistas de este lado del Ebro serían capaces de escribir, en tanto que pieza estilística, aquel precioso ensayo? Muy pocos. No: tampoco Salvador Espriu hablaba y escribía en castellano traduciéndose desde el catalán. Lo mismo que Carles Riba, Salvador Espriu podía usar y, cuando lo quería, usaba como suyas la lengua de Ausias March y la lengua de Machado.

Y como Riba y Espriu, legión. A vuelapluma, y seguro de que podría nombrar a muchos más, recordaré algunos nombres. De catalanes, leídos y no oídos, a Verdaguer, Maragall y Augusto Pi y Suñer. De catalanes oídos y leídos, a los escritores Pla, Sagarra, Manent, Castellet, Santos Torroella, Perucho, Montserrat Roig y Gimferrer, sin contar a los que han preferido como idioma literario el castellano (Gironella, Néstor Luján, Díaz Plaja, Vázquez Montalbán, Marsé ... ) y a los valencianos y mallorquines que escriben en catalán; a los historiadores Vicens Vives, Batllori, Martín de Riquer y Francisco Noy; a la universal Nuria Espert; a los abogados Serrahima, Pi y Suñer y Comas; a los médicos Puigvert, Vilardell, Barraquer Bordás, Vilaclara, Foz, Dalmau, Lloberas, Salvá, Laporte, Oriol... Ya lo he dicho: legión.

Me pregunto si un catalán que en verdad ame a su patria catalana y aspire a la perfección y la grandeza de ella podrá no desear que en el futuro sigan existiendo catalanes que hablen y escriban como los mejores de esa larga serie. Y, si en verdad lo desea, necesariamente habrá de preguntarse por los medios para que su deseo llegue a ser realidad. Con otras palabras: para que el bilingüismo de los catalanes cultos sea el que esos nombres ponen de manifiesto.

Sólo un camino hacia esa meta veo yo: enseñar en catalán, y a hablar, leer y escribir en catalán; enseñar en castellano, y a hablar, leer y escribir en castellano. En catalán, para que los catalanes pertenezcan mental y cordialmente a su propio pueblo; en castellano, para tener como suyo el tesoro idiomático, intelectual y literario que ofrece la lengua castellana y, por añadidura, para comunicarse plena y eficazmente con los millones y millones que en el mundo la hablan. Formarse idiomática y culturalmente sólo en catalán no arraigaría más a los catalanes en su tierra y haría cada vez menos posible -en cualquier caso, menos fácil- el logro del doble y nada chico bien que ofrece la cabal posesión del castellano. Formarse sólo en éste engendraría en muchos catalanes la actitud hacia la "lengua de Madrid" que, tácita o expresamente, en tantos se ha producido; actitud que, estoy seguro, ninguno de los catalanes antes nombrados sentía o siente en los entresijos de su alma. ¿La sentía Joan Maragall cuando postulaba que terra endins contríbuyese con su lengua materna al cant de germanor que en esa tierra interior había de sonar? ¿La sentía Salvador Espriu cuando aspiraba a que, siendo diversos els homes i diverses les parles, los hombres y las hablas de Sefarad expresasen un sol amor?

No soy sociólogo del lenguaje, decía yo antes, y tampoco pedagogo de él. Pero me atrevo a pensar que las dificultades técnicas para compaginar la enseñan a en catalán y en castellano podrían ser satisfactoriamente vencidas con inteligencia y buena voluntad. De otro modo caeremos en el dislate de enseñar el castellano en catalán -he oído que con el valenciano así se hace en algún lugar del reino de Valencia- o el catalán en castellano. Con lo cual dificilmente será evitable, a la larga, un deterioro de la cultura media de los catalanes. Muy hondamente me dolería que se cumpliese este temor.

(Algo semejante podría decirse respecto de Galicia. Pienso en el gallego y en el castellano que hablaron y escribieron Castelao, Cabanillas, Otero Pedrayo y Cunqueiro, y en el gallego y el castellano que hablan y escriben García Sabell, Piñeiro, Filgueira, Valverde y varios jóvenes narradores y poetas. Más allá y más acá de Los Ancares, ¿quién no deseará que perdure esa realidad? Otro y más complicado es el problema lingüístico en el País Vasco. Discutiendo con Unamuno, que en relación con ese problema no supo ver el porvenir, otro día diré cómo, desde Madrid, veo yo la pacífica convivencia entre el euskera y el castellano.)

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