El escándalo de una banda de Chicago
El rótulo "banda de Chicago" es un aval de calidad tanto en los conciertos de blues como en las crónicas de sucesos. El concierto de James Cotton y su banda de blues de Chicago dio para ambos géneros. Poca música y escándalo notable. Una leyenda del blues, el tipo que con nueve añitos empezó a recorrer los caminos con Sonny Boy Williamson, que estuvo con B. B. King, Howling' Wolf, Muddy Watters y también Janis Joplin y hasta los Blues Brothers, ha dado una gira española con un intenso sabor a fiasco. Mal sonido en Barcelona, mal sonido en Sevilla, en Madrid consiguió conducir al zarandeo del muchacho de la taquilla mientras cientos de firmas se imprimían en libro de reclamaciones, llegando incluso a la denuncia por estafa en el juzgado de guardia. El fraude ha sido admitido y el público podrá obtener el reembolso de sus localidades.Ya en el concierto de tarde se pudo pensar que la plaza de técnico de sonido había sido ocupada por un agente del enemigo. De un astuto enemigo cuya estrategia se basaría en dar un máximo de decibelios para hacernos gozar de un mínimo de calidad. Oír la sección de viento en acción era algo tan desagradable y nítido como una, alucinación alcohólica. Parecía que aquellos tipos sabían qué hacer con una trompeta, un trombón y un tenor, pero bastaba que soplaran los tres juntos para que nos preguntáremos en que romería nos habíamos metido.
James Cotton and His Chicago Blues Band
Teatro Albéniz. Madrid, 15 de junio.
Dio algo de tiempo para comprobar que Michael Coleman es un buen guitarrista y ya apareció el maestro y una voz de alto compromiso sensible. James Cotton es un cantante impresionante y sólo parece desempeñarse a fondo muy de vez en cuando. Ocho hombres en escena, decibeliaje al exterminio y tanto calor como en una mañana de invierno. Parte del público aplaudió mucho y James Cotton certificaba haber cumplido a satisfacción la primera parte de su contrato.
En el concierto de noche, el público contratante tuvo más cosas que decir. Por ejemplo, algo tan correcto como gritar "¡Sonido!" cuando en la mesa se consigue la mezcla en el punto exacto de fanfarria. "Sonido", se gritaba, y nadie gustaba el sonido. Tampoco a Cotton, que tiraba el micro y se liaba a voces con el técnico. ¿Quién será este tío del sonido?, se preguntaba la audiencia.
Y Cotton maltrataba mucho al técnico, como si fuera una cruz que le acabara de caer encima, como si de verdad fuera un agente del enemigo o un instrumentador de aquí. Y no, el incompetente de la mesa de sonido es el técnico que la propia banda traía en toda su gira. Cotton, mientras tanto, abandonaba el escenario y reaparecía según la intensidad de la protesta. El público tomó nota y la crónica musical acaba donde empieza el asalto a la taquilla: en el juzgado de guardia.
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