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La tortura no siempre es la picana

La prestigiosa organización humanitaria Amnistía Internacional ha iniciado una campaña mundial bajo el lema de Derechos humanos, ya, y cuyo objetivo es recoger millones de firmas para ser entregadas a la ONU. El movimiento se dirige especialmente a defender a "las personas que son secuestradas, torturadas, acalladas y asesinadas por su trabajo en defensa del respeto a los derechos humanos".Mas pienso que a la enumeración de Amnistía Internacional de las personas que en el planeta sufren tortura habría que agregar otras que no son tácitamente secuestradas o asesinadas, pues la tortura tiene muy sutiles matices y no siempre es la brutalidad descarada. Me refiero a los millares y millares de hombres y mujeres que son coartados en su derecho a la libre circulación, se les retiene en determinado país en contra de su voluntad, son mantenidos dentro de ciertas fronteras prácticamente en calidad de prisioneros o rehenes, sometidos al abuso de un Gobierno o a la prepotencia de un Estado policiaco.

En su artículo 13, acápites 1 y 2, la Declaración Universal de Derechos Humanos dice: "1. Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado", y "2. Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar a él". Pues bien, una forma de tortura es la violación de estos dos derechos humanos, violación practicada sistemáticamente por los regímenes totalitarios, y -hay que decirlo- sobre todo por los de signo marxista.

En primer lugar habría que preguntarse qué derecho tiene un Estado a retener dentro de sus fronteras a un individuo que no quiere continuar en ellas. En segundo, ¿por qué hay que pedirle permiso a un Gobierno o a un Estado para abandonar el país en que se reside? ¿En nombre de qué se arroga omnímodamente esa potestad? Por supuesto, sólo en nombre de la fuerza. En todas las naciones civilizadas, es decir donde se respetan los derechos humanos, los ciudadanos pueden salir y entrar libremente de su territorio. El derecho de movimiento es un derecho inalienable del ser humano y es inherente a la condición del hombre. Únicamente en los países salvajes o autocráticos no se respeta.

Esto le ocurre a los familiares de no pocos exiliados políticos. Por años y años, esposas, hijos y hasta nietos ven rechazada su petición de salir del país. ¿Por qué? Pues llanamente porque son los parientes de ese exiliado político. Desde que solicitan el permiso para viajar al extranjero -casi siempre por motivos de reunificación familiar- se empieza a ejercer contra ellos una abierta venganza política y un chantaje. Se busca castigarlos por la supuesta traición del familiar exiliado. Y esto me recuerda el asesinato de Yoyes a manos de la banda terrorista ETA. Un dirigente de Herri Batasuna, como se sabe, brazo político de esta organización, justificaba el brutal crimen diciendo que era "la reacción lógica de un ejército que no puede permitirse deserciones de sus generales". La lógica de la mafia, de los hampones o, como muy bien le respondió el marido de Yoyes, "de los ejércitos de Stalin o Pinochet".

El exiliado político

El exiliado político nuestro no fue nunca ni remotamente un general (detesta todo militarismo), sino posiblemente un escritor, un médico, un ingeniero, un artista que en determinado momento apoyó con fervor el proceso político que estaba teniendo lugar en su país (aparentemente progresista, revolucionario, que pretendía la justicia social), pero que con el tiempo se fue desencantando de él hasta repudiarlo por los tintes tiránicos de que evidentemente se revestía. Entonces decidió romper con él, escogiendo quizá el único camino que las dictaduras permiten: el exilio.

Pero a partir de ese momento su familia empezó a pagar -más bien empezó a cobrársele- su culpa. Primeramente se pretendió que condenara al esposo, al padre, al hermano. Al no conseguirlo se les convirtió en blanco de una represalia, de un escarmiento, de una acción ejemplarizante. Se les castiga no sólo por la consanguinidad que tienen con el exiliado, sino para que nadie se atreva a dar el paso que el exiliado dio so pena de que a su familia le ocurra lo mismo. ¿Se quiere violación más repugnante y cruel de los derechos humanos? De ahí que declare categóricamente que se trata de una variante de la tortura, de una forma disimulada e hipócrita de practicarla.

Al violar el artículo 13 de los derechos humanos, el que consagra la libertad de movimientos del individuo, el Estado totalitario está sometiendo a la familia del exiliado a la tortura. Una tortura no física, sino mental, y por ello más perversa aún, pues destruye lenta e implacablemente el sistema nervioso, desestabiliza a la persona, la mantiene en una perenne tensión.

Pienso, por ello, que Amnistía Internacional debía añadir a las represiones que contra personas indefensas ejercen los Estados que violan los derechos humanos esta vesanía de que son víctimas los familiares de los exiliados políticos por parte de los países totalitarios.

César Leante es escritor cubano.

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