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Luces y sombras del 25%

Dice el refrán castellano que "del dicho al hecho hay un gran trecho", y pocas veces esta verdad se hace tan evidente como cuando se constata lo que va de la consecución de los derechos legales a una efectiva igualdad de oportunidades para las mujeres. Y este trecho obliga a que la lucha por la emancipación femenina se tenga que bifurcar en dos niveles. Uno, el que constituye la pelea noble, diáfana y, a estas alturas, incontrovertible, de los derechos básicos propios del ser humano: igualdad ante la ley, opción a cualquier tipo de trabajo, posibilidad de administrar el propio cuerpo, etcétera. El otro nivel está constituido tanto por las reivindicaciones intermedias que conducen a los derechos básicos como por las tácticas más o menos oblicuas necesarias para conseguir la meta final.Ni que decir tiene que este último nivel es harto más ambiguo y controvertible. Basta con reparar en una de esas reivindicaciones intermedias que más polvareda han levantado para constatar lo vidrioso del tema. Me refiero al aborto, que nunca puede ser considerado como un fin en sí, sino como un camino para lograr lo verdaderamente deseable: que ninguna mujer tenga un hijo no querido.

Respecto a las tácticas, el terreno es más escabroso si cabe. Las relaciones entre los sexos están tan imbricadas con actitudes psicológicas, intereses económicos, valores simbólicos, costumbres, inercias y creencias, que cualquier parecido entre lo que se quiere conseguir y el método para lograrlo resulta pura coincidencia. Y es en este complicado entramado donde se sitúa la imposición de cuotas para lograr la integración de las mujeres, método recomendado por organismos internacionales tan institucionalizados como la ONU o el Consejo de Europa. Pero aunque haya venido respaldado por tales avales, la resolución del 31º Congreso del PSOE de imponer al menos un 25% de mujeres en los órganos de dirección, lógicamente ha levantado suspicacias, burlas, cuando no franco rechazo.

No creo que haya que tener en cuenta los aparatosos rasgones de vestiduras de los que jamás se preocuparon o resintieron la marginación de las mujeres y ahora plañen una medida que consideran discriminatoria para los hombres. Pero como estoy de acuerdo con lo que sostenía Cristina Alberdi desde estas mismas páginas (EL PAÍS, 14 de enero de 1988) acerca de que el éxito de estas medidas necesita de un amplio apoyo social, creo que vale la pena un esfuerzo de clarificación.

Y desde este punto de vista, me parece desafortunada la postura de cualificadas mujeres socialistas de presentar la cuota del 25% como un gran triunfo. Simplemente porque no lo es. Sin necesidad de rizar el rizo se puede afirmar que dicha cuota no es sino la constatación de una incoherencia: la implantación de ese 25% ha sido posible gracias a que los hombres socialistas, aplastante mayoría en esa formación y en este congreso, han votado a favor de la moción. Lo cual es tanto como reconocer: "Obliguémonos a votar a las mujeres, pues de lo contrario no lo haremos". Porque, evidentemente, antes de dar este histórico y vistoso paso, ya tenían en sus manos los instrumentos necesarios para elegir a sus compañeras.

Por eso, al hablar de este tema, mejor que recrearse en dudosos éxitos de imagen, deberían aceptarse modestamente las contradicciones y servidumbres de lucha tan compleja. Como señaló Evelyne Sullerot en su ensayo El hecho femenino (Argos Vergara, 1979), ha sido más fácil inventar la leche en polvo que conseguir que los hombres den el biberón a sus hijos. Y es en esa resistencia a romper moldes sociales, a cambiar hábitos mentales y a abdicar de privilegios, donde hay que situar la imposición de cuotas femeninas. Pero si además estas cuotas se fijan en el ámbito político, habrá que reconocer que simplemente las mujeres han aprendido lo que ha sido regla de oro en estas lides: que el fin justifica los medios.

Sacramento Martí es feminista y autora del libro Sexo: naturaleza y poder.

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