Una nave con mal sino
El 2 de marzo de 1622 partió de España la flota llamada Tierra Finne, camino a las colonias en América. Se acababa de unir al grupo de 20 embarcaciones la Santa Margarita, recién construida en Cádiz, y la Nuestra Señora de Atocha.Esta última nave era una de las cuatro encargadas por el armador de La Habana Alonso Ferrera. Los cuatro galeones debían estar terminados en julio de 1619, y tres de ellos estuvieron a tiempo. El Atocha no estuvo listo en el plazo fijado y, a causa de este retraso, fue construido con materiales de menor resistencia. En su primer viaje, el Atocha se vio forzado a regresar a La Habana con el mástil principal roto.
Echado al agua una vez más, pudo llegar a Sanlúcar a fines de 162O, aunque con serias averías en el casco. Después de nuevas reparaciones pudo unirse a la flota Tierra Firme, rumbo al Nuevo Mundo.
Larga espera
Llegaron a Cartagena, donde desembarcaron la carga y esperaron la llegada de parte del tesoro que tendrían que transportar nuevamente a Europa. Pasaron varias semanas sin que llegaran los barcos de Perú; para entonces había empezado la temporada de huracanes en el Caribe, y lo que entonces era tan amenazador como el mal tiempo: se habían visto cerca de las costas de Cartagena 20 embarcaciones holandesas.
Cuando, en julio, llegaron las embarcaciones peruanas, venían en ellas, además de la carga esperada, una serie de destacados personajes con rumbo a España
La flota, compuesta ahora por 28 embarcaciones, llevaría a España 35 toneladas de plata, 250 kilos de oro y los equipajes de 48 ricos pasajeros. Toda esta carga estaba escrupulosamente numerada y clasificada, lo que permitió varios siglos después la identificación de los tesoros recobrados como parte de este cargamento.
Los tesoros pertenecían a la Corona española como pago del impuesto del quinto real y estaban destinados a pagar las fuertes deudas que entonces tenía el joven rey Felipe IV. La economía española se apoyaba entonces más que nunca en las riquezas que se podían extraer de las colonias del Nuevo Mundo.
Sin embargo, estas embarcaciones iban bastante más cargadas de lo que la contabilidad mostraba. El contrabando de joyas era habitual en este tipo de viajes. Pesadas cadenas de oro podían ser escondidas entre la ropa, para pasar inadvertidas por el control y evadir el impuesto real. El piloto del Atocha llevaba en sus baúles, bajo sus herramientas de trabajo, una gran cantidad de monedas y cadenas de oro. Algunos otros pasajeros privilegiados por la Corona llevaban como equipaje varias cajas cuyo contenido estaba clasificado en el registro general de la nave como cubertería de plata.
La partida de la flota de La Habana fue demorada hasta el 4 de septiembre. El tiempo estaba tan malo que el piloto en jefe de la flota recomendó que se demorara aún más la partida. Sin embargo, decidieron finalmente echarse a la mar. Al día siguiente se desencadenó un fuerte huracán y las embarcaciones se encontraron a merced de un tiempo implacable. Olas de cinco metros se levantaron y sumergieron varias de las naves. La mayor parte de los galeones se salvó y lograron alcanzar al día siguiente aguas más tranquilas. Otras tuvieron peor suerte.
La Santa Margarita y la Atocha se hundieron y murieron en el naufragio 263 personas. Se hundieron bajo el peso de sus 20 cañones de bronce y su valiosa carga de metales preciosos.
Poco después del naufragio se intentó rescatar el botín, pero los rudimentarios métodos de la época no lo permitieron. Otros huracanes dispersaron la carga en varios kilómetros a la redonda y la hazaña del rescate se hizo más difícil.
Pocos años después, Francisco Díaz de Melián tuvo mejor suerte y encontró parte del tesoro del Santa Margarita, y fue su relato el que ayudó, tres siglos más tarde, a descubrir el resto. Un excéntrico buscador de tesoros de Indiana dedicó 16 años de su vida a encontrar los restos del Atocha, un tesoro que emerge de las aguas para volver a existir.
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