Rayos, truenos y centellas
Para saludar la corrida del arte, la naturaleza tendió su más tétrico manto sobre los tejadillos de Las Ventas, y la noche se venía encima. Entre tinieblas fue el paseíllo y cayeron a plomo cuatro goterones de a puño, acá, y allá sobre la desvalida afición. Los cuatro aficionados cuyas espaldas recibieron el duro inipacto clamaron al cielo, y el cielo acumuló en la vertical del coso una turbulencia de nubes renegridas, las apiñó, las volteó, y trayendose de los espacios siderales su voz más cavernosa, rugió: ¡agua vaaa!.Trallaba trapazos Curro Romero a las orejas del toro, y un torrente de gotas como chapelas les zurraban a uno el terno, a otro el zaíno; al público le zurraban también, pero la mayoría allí se estaba, "Yo a Curro no me lo pierdo aunque caigan chuzos de punta", y chillaba, chillaba, chillaba. Desatadas las fuerzas de la naturaleza, rayos y truenos reventaban su ira, y el enfurecido público, otra fuerza de la naturaleza, la reventaba con su griterío. El estruendo apocalíptico dejó sordo al toro, y apercibíendose Curro, le miró por la parte enjuta de la lentilla, vio más próxima la tabla del cuello y sobre ella blandió el acero. Cuando dobló el toro, bronca hubo, que la afición no perdona; mas la naturaleza retiró sus fuerzas, se llevó lejano el trueno y sólo dejó sobre el coso, en testimonio de protesta, un toldo de nubes cárdenas.
Martín / Romero, Vázquez, Mora
Cinco toros de Santiago Martin, grandes, poderosos (52 derribó tres veces y mató un caballo), con poca clase; 62, sobrero de Antonio Ordóñez, con trapío, inválido. Curro Romero: dos pinchazos bajísimos, pinchazo, otro hondo pescuecero y cuatro descabellos (bronca); pinchazo hondo en el lateral del cuello, rueda de peones, intenta el descabello, pinchazo hondo delantero bajo y tres descabellos (bronca).Curro Vázquez pinchazo, estocada atravesadísima que asoma por un costado y descabello (ovación y salida a los medios); estocada corta y dos descabellos (ovación y también pitos cuando sale a los medios). Juan Mora: pinchazo pescuecero, dos pinchazos, otro hondo -aviso con retraso-, dos pinchazos más y estocada corta (bronca); pinchazo, otro hondo bajo, nuevo pinchazo y dos descabeflos (división). Plaza de Las Ventas, 3 de junio. 22ª corrida de feria.
El cuarto era toro enorme, de inciertas intenciones y Curro, por si acaso, ni un pase dió, lo mechó con esmero, en medio de otra bronca, esta vez testimonial, pues el público reservaba sus esfuerzos para la hora de las almohadillas, que habría de venir.
Metida en reprimendas la tarde, Juan Mora tuvo las suyas. Declaró días atrás que el público de Madrid es tonto, y el público de Madrid, que de tonto no tiene un pelo, le aguardó a esta. Paso que daba, verónica que ceñía, natural que embarcaba, se los coreaba con pitos; y cuando el paso llevaba cadereo, la verónica sequedad, el natural rebuños, con bronca. Dos toros manejables tuvo Juan Mora para la reconciliación, y les hizo un toreo intermillable, a veces hondo, el resto sin temple, falsamente cañí y con utilización ostentosa del pico.
Completando la sordidez de la tarde, el quinto torazo rodeó al caballo y le pegó una cornada poir donde menos va protegido, pese a quites y coleos. Lo mató. Allí tirado, al descubierto el sangrante boquete, abandonaron al infortunado penco; que se viera bien, que acentuara el horror del público. Ni se les ocurrió cubrirle piadosamente con la lona, y vociferaba la gente, unos por eso, otros no sabían qué.
Seguía la desgarrada lidia, el torazo tumbaba dos veces al otro caballo, a alguien en el revuelto tendido le iba a dar un ataque de histeria, y Curro Vázquez serenó los ánimos ahormando la incierta embestida con unos ayudados torerísimos. Al segundo toro le había doblado a dos manos, estampa de maestro clásico, le dio distancias, abrió el compás, sufrió una voltereta, dibujó un trincherazo de filigrana. Curro Vázquez estuvo muy torero, pero al público le impacientaban otros deseos más vivos que ver torear. Desasosegaba, hasta que llegó la hora, y esa hora fue tal cual debe ser: cruzó Curro Romero el ruedo, le arroparon policías con sus escudos, y el público, por no tener rayos ni centellas que lanzar, le tiró todas las almohadillas de la plaza. Tal cual debe ser, no le dio ni una. Consumado el rito, la gente abandonó el coso con la satisfacción del deber cumplido.
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