La guerra de los sijs
Dos comunidades se enfrentan a muerte en Amritsar, la ciudad del Templo Dorado
Sijs e hindúes conviven en Amritsar en medio de una desconfianza creciente. La ciudad que alberga las santas escrituras sijs (granth sahib) trata, por medio de su activa vida comercial, de olvidar el trauma que divide a sus dos comunidades, pero el pesimismo ha tomado cuerpo en ellas. "Diariamente, 40 o 50 hindúes reciben una llamada telefónica amenazante. Muchas de ellas son para pedir dinero o cualquier otra contribución a la causa de los terroristas", asegura un hombre de negocios hindú que teme ser identificado.
Amritsar tiene 600.000 habitantes y, como en el resto de las grandes ciudades de Punjab, los sijs, con un 40% de su población, son minoritarios. Sin embargo, la fuerza de su presencia es tal que parece que la ciudad fuera suya.Tocados con el turbante que los identifica, bajo el que esconden el pelo que la doctrina les exige no cortar en su vida, los sijs caminan erguidos de orgullo y con la flema guerrera que les acompaña desde su nacimiento. No en vano todos ellos llevan el nombre de León (Singh).
Las torres del Templo Dorado están medio derruidas, otras dependencias presentan numerosos impactos de bala y los mármoles del suelo se rompieron con el paso de los tanques que bombardearon el Vaticano de la religión sij en 1984.
Sin embargo, este impacto físico es mucho menor en la comunidad si que el sufrido moralmente, días atrás, al ver a sus jóvenes abandonando el recinto sagrado con las manos en alto.
Policías y fuerzas de defensa sitiaron el Templo Dorado, en el que se había refugiado gran número de extremistas hasta que el hambre y la sed les obligaron a salir.
"No eran sijs, eran agentes del Gobierno, hindúes, musulmanes o de cualquier otra religión, pero no sijs. Sería la primera vez en la historia que nuestros hombres se rinden en lugar de luchar hasta el final del último de ellos", afirma Bhan Singh, secretario del SGPC, comité encargado de velar por los templos y la religión sij.
'Tormenta Negra'
El Gobierno, que desde la Operación Tormenta Negra -del 9 al 20 de mayo- controla el acceso al Templo Dorado, exige al SGPC garantías de que no volverán a entrar armasen el santo recinto. El SGPC se disculpa con la exigencia de que el Gobierno es el que debe frenar el contrabando de armas procedentes de Pakistán, según denuncian los propios dirigentes de Nueva Delhi.
"Para los sijs es muy difícil tolerar que el Gobierno central controle sus gurdwaras (templos)", afirma Lalih Singh, director de la escuela superior de enseñanza de los misioneros sijs. Lalih lamenta que las armas llegaran hasta el mismo sancta sanctórum sij, pero, como otros religiosos, insiste en que el Gobierrio inició el juego.
El toque de queda ya ha sido levantado en la ciudad, a excepción de los alrededores del Templo Dorado, pero los cánticos religiosos han vuelto a oírse en éste, que por primera vez desde que lo mandó construir el cuarto gurú, Ram Das (1534-1581), ha permanecido cerrado 10 días.
La policía ha limitado las horas de visita a la luz del día, pero ello no ha impedido que cientos de peregrinos crucen sin cesar las amplias explanadas del recinto sagrado y paseen descal- zos sobre un suelo ardiente por una temperatura cercana a los 46 grados.
En los últimos días, el Gobierno central ha actualizado una serie de normas sobre la posesión y el uso de armamento y inaniciones y la utilización con fines políticos de los lugares religiosos. Asimismo ha destinado 1.000 millones de rupias (8.500 millones de pesetas) para crear un cinturón verde alrededor del Templo Sagrado. Esta misma semana comienza la demolición de todas las casas, tiendas y edificios del SGPC en 30 metros a la redonda del enorme recinto amurallado.
A su vez, el SGPC se ha comprometido a anular los servicios de residencia temporal que el Templo Dorado ofrecía a sus peregrinos. Además, está en conversaciones con Nueva Delhi para crear una guardia de seguridad armada dependiente del propio comité.
"Sólo cuando dispongamos de ese cuerpo armado nos podrán responsabilizar de la entrada de armas en el templo; hasta el momento, insistimos en que es el Gobierno el que contrata agentes para desestabilizar Punjab", afirma Bhan.
Conocedor de las cárceles indias desde el tiempo del imperio británico y con un largo historial declandestinidad, para Bhan la "humillación sufrida ahora es peor" que la matanza de 1984, en la que el Ejército indio disparé contra los congregados en el santo recinto. Bhan era uno de ellos, y asegura que vio disparar al Ejército contra 26 personas arrodilladas, y que durante el mes que permaneció en prisión vio caer acribillados a balazos a 34 sijs.
"Si el Gobierno continúa con esta política de aislar a los sijs y la situación de Punjab empeora, todos estaremos a favor de Jalistán", afirma Bhan, tras criticar a los fundamentalistas sijs que quieren fundar la tierra de los puros.
La mayoría de los consultados, tanto hindúes como sijs, unos por unas razones y otros por otras, responsabiliza en primer lugar al gobernante Partido del Congreso de la crisis que azota a Punjab.
Pasividad del Gobierno
"Estaré a favor de cualquier cosa que haga el Gobierno con tal de que rompa su pasividad mientras nosotros nos vamos al infierno", afirma un empresario de turismo hindú cuyo negocio se ha venido abajo tras la prohibición impuesta a los extranjeros de viajar a Punjab desde los incidentes de 1984.
Con unas 10.000 personas muertas a manos de los terroristas o de las fuerzas de seguridad desde principios de esta década, el miedo puede palparse entre los consultados, que susurran sus críticas y en muchos casos piden que no se les mencione por su nombre o que no se publique esta o aquella frase pronunciada en el acaloramiento de la conversación.
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