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FERIA DE SAN ISIDRO

La collera fantástica

Santamaría / Cuatro rejoneadores

Toros despuntados para rejoneo de heramos Santamaría que en general dieron juego. Rafael Peralta: dos rejones bajos y otro bajísimo (algunos pitos). Manuel Vidrié: rejón muy bajo, tres pinchazos, otro rejón muy bajo y, pie a tierra, descabello (más palmas que pitos y saluda). Antonio Ignacio Vargas: rejón sin soltar, otro atravesado que asoma y, pie a tierra, dos descabellos (vuelta con protestas). Ginés Cartagena: rejón atravesadísimo que asoma, otro en el brazuelo, dos bajos y, pie a tierra, descabello (ovación y salida al tercio). Cohlera Peralta-Vidrié: rejón caído (silencio). Collera Vargas-Cartagena: rejon descordando (dos orejas y salida a hombros por la puerta grande). Plaza de Las Ventas, 21 de mayo. Novena corrida de feria.

Antonio Ignacio Vargas y Ginés Cartagena, por colleras, hicieron en el sexto toro un estupendo toreo y crearon un magnífico espectáculo de fantasía ecuestre. Ya es difícil, por colleras, modalidad de rejoneo que suele convertirse en una agresión intolerable al toro, dos contra uno; y ni eso, que si el agredido es uno, el toro, los agresores son cuatro, dos rejoneadores y dos caballos. Y, sin embargo, esta agresión ni siquiera se notó ayer, merced a la perfecta actuación de Vargas y Cartagena, bonita, conjuntada y siempre torera, porque partía del respeto a la bravura del toro y a las reglas del arte de torear.

El toro no se veía acorralado por dos centauros prepotentes que le sorprenden apareciendo de súbito, a galope tendido, y le clavan hierros en sus inocentes lomos antes de que pueda advertir de dónde los tiran, según suele suceder, y al quinto le sucedió, sin ir más lejos; sino que tenía opción a embestir, porque los rejoneadores se dejaban ver, uno le ponía en suerte el toro a su compañero, que devolvía el servicio, y quien en cada turno prendía rejones y banderillas, lo hacía en lo alto, dándole razonables ventajas al toro. El público se entusiasmó con la pareja fantástica, que actuaba en perfecta sincronía, con sentido lidiador, sin que lo entorpecieran ni desvirtuaran en ningún momento los impresionantes alardes de doma y monta con que adornaban las suertes.

Pocas veces el rejoneo habrá alcanzado tan altos grados de espectacularidad y torería como ayer con la pareja fantástica, que salió a hombros por la puerta grande en medio de un verdadero delirio. La gente abandonaba el coso entusiasmada y toreando, igual que en los viejos tiempos. Era dificil, claro, pero cada cual hacía lo que podía, y la suerte más repetida era "el par del violín", que había ejecutado primero Ginés Cartagena dos veces y luego Antonio Ignacio Vargas para que se viera que en cuestión de violines también es maestro. Don Mariano, el aficionado de Madrid que mejor sabe torear las corridas vistas, cruzó la explanada de Las Ventas al trote, pegándose azotes, y luego recorría la calle Londres arriba y abajo lanzando rejonazos contundentes -en los del violín puso especial esmero-, o piafaba en una esquina con estruendosos resuellos, o hacía corvetas, y era la admúración de sus contertulios habituales. Don Mariano es que lo vive, esto del toreo, cuando alguien torea de verdad en Las Ventas.

Ambos miembros de las colleras habían hecho ya el-toreo bueno en sus actuaciones individuales, Vargas encelando continuamente al huidizo toro, Cartagena imprimiendo alegría a un rejoneo de calidad, y si no alcanzaron el triunfo se debió a que atravesaban los toros de parte a parte, con los rejones de muerte y los dejaban. hechos brocheta.

En general nadie tuvo ayer su día con los rejones de muerte, excepto Ginés Cartagena, que fulminó al sexto. Y tanta demora al matar, unida al mucho cabalgar, convertían el espectáculo en una pesadez. Rafael Peralta se limitó a cubrir el expediente y quizá se debiera a su falta de ilusión. Son ya muchos los años que lleva en este oficio, siempre en primera línea, y a estas alturas no va a inventar la pólvora. Clavaba con el toro corrido a la grupa, o por los terrenos de dentro, aunque la verdad es que a la gente le daba igual que si lo hubiera hecho reuniendo al estribo o de frente en los medios, que es donde está la pureza y la emoción. La gente ni imaginaba que existieran tan sofisticados tecnicismos, por supuesto; la gente lo único que sabía era que se estaba aburriendo y no acertaba a decir por qué.

El público de ayer era distinto al de la feria; se trataba de un público aplaudidor y festivo, nada aficionado a los toros, seguramente tampoco a los caballos, aunque esto del rejoneo le parece divertido y además le regalan la entrada los abonados que no soportan "el número del caballito", y por eso va. Ahora bien, el toreo auténtico lo advierte tódo el mundo, aficionado o no, y cuando Vidrié quebró banderillas en los medios, puso en pie la plaza entera.

Las dos docenas de aficionados que había en la plaza también se pusieron en pie entusiasmados, faltaría más, y convenían entre ellos que Vidrié es el rejoneador de mejor doma. La mayoría a lo más que han montado en su vida es a la noria, pero de la dema máxima de Vidrié han hecho dogma. Menudos son los aficionados madrileños en materia ecuestre, y en todo. Claro que, para entonces -segundo toro de la tarde-, aún no había emergído del anonimato la collera fantástica, cuya torería y doma causaron sensación, y ahora mismo la tienen sometida a meditación profunda los aficionados madrileños -dos docenas de ellos- por si procediera autorizar su ascensión a la gloria.

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