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Carliss Baldwin

Una catedrática de Harvard con imagen de deportista

Sentarse en el despacho de Carliss Baldwin a veces constituye todo un problema. Allí, los libros y las carpetas se han hecho dueños y amos absolutos del poco espacio disponible y sólo parecen respetar, y a duras penas, una esquina en un sofá y la mesa donde trabaja esta catedrática de la Harvard Business School. A sus 37 años, Carliss puede presumir de ser la tercera mujer que en los 80 años de la historia de esta escuela consigue una cátedra, si se exceptúa la obtenida por otra profesora a título honorífico.

Pese a ello, y a que dirige algo tan árido como los cursos de doctorado de finanzas, Carliss da mejor la imagen de una deportista que la de toda una autoridad académica. Cuando Carliss Baldwin intenta recordar su andanza profesional afirma que está en la escuela de negocios de Harvard, en Estados Unidos, "un poco por accidente", pero los datos revelan algo muy distinto. Tras pasar su infancia y adolescencia en Filipinas, Carliss estudia la carrera en el prestigioso Massachusetts Institute of Technology (MIT) algo que marca carácter, y después pasa a realizar el master y el doctorado en la Harvard Business School. "Pensaba irme a trabajar a un banco de inversiones, pero recibí una oferta para impartir clases en el MIT, y como mi marido entonces trabajaba muy cerca, en la ciudad de Boston, acepté el empleo"Durante cuatro años dio clases entre las paredes de su antigua universidad, y en 1982 cambia las aulas de¡ instituto por las de la escuela de negocios de Harvard, a sólo unas millas al norte, y "al otro lado del río" como dicen los lugareños para distinguir la universidad de Harvard de su escuela de negocios. Desde entonces dedica toda su atención a la docencia en ese centro, y el año pasado recibió la cátedra, lo que en Harvard se conoce como tenure, ya que, como mínimo, se tarda 10 años en conseguirla.

El hecho de que sólo sean tres las mujeres entre los 90 catedráticos de la escuela y de ser la primera encargada de un doctorado sobre finanzas en el centro no parece causarle a Carliss, a primera vista, la más mínima impresión. Soporta las preguntas más o menos feministas con estoica resignación, y se limita a dar a entender escuetamente que no sintió nunca la discriminación en razón del sexo.

Pero su sonrisa se hace mayor y sus frases más largas cuando se abordan temas como los mercados de cambio o la traída y llevada recesión, en la que, además, no cree. "No necesariamente ha de venir una crisis. Existe el problema del déficit americano y de la balanza de pagos con la RFA y Japón, pero se puede resolver". Tampoco la bolsa le quita el sueño, y aunque reconoce que los sucesos de octubre en Wall Street eran "para dar miedo", afirma que "se solucionaron de una forma muy adecuada. El crash no tuvo implicaciones en el sistema financiero porque las autoridades monetarias reaccionaron rápido e inyectaron liquidez en el sistema". Sólo hay una cuestión económica que Carliss deja sin resolver. "Sobre el dólar", dice taxativamente, "nadie sabe nada".

Por lo demás, Carliss manifiesta tener unas aficiones muy comunes. Por orden de prioridad, dedica el tiempo libre a su hija de tres años, a oír música, cuidar el jardín y cocinar.

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