Jesús del Pozo le da la vuelta al ruedo
Mi evocación de una corrida de toros no va, como sería lógico en un diseñador de moda, por las lentejuelas, piedras, escarapelas, alamares o motivos arabescos del traje de luces... No. Más bien me da por considerar, por especular, que este espectáculo lúdico lleno de vitalidad, emoción e incertidumbre, es un espacio simétrico, un círculo. Donde un color destaca del rico mundo cromático que aquí se da cita: el negro. El negro del toro, y de éste, su pelaje, es lo que me sugiere fuerza, lujo, firmeza.El albero de la plaza es el elemento por el que siento no menos debilidad; se me antoja como código de plenitud, siesta veraniega, energía, cenit de luz, tránsito...
Sin embargo, tampoco quiero privarme de reflexionar sobre el atuendo del maestro.
El traje de luces no es comparable a ninguna prenda del vestir cotidiano. Sino que hace en muchos aspectos causa común con algunas prendas utilizadas por sacerdotes en fiestas religiosas, en ritos. De ahí que casi nadie se atreva a cuestionar que nuestra fiesta es un ritual en el que el traje de luces, más que un traje en sí, es una prolongación de la piel, una transformación. Una metaformosis cuyo diseño, corte y color invita a entrar en la ceremonia del toreo.
El capote, esa especie de pirámide, de doble cara y engañosa en sus colores, también se recreará un buen rato para conquistar la magia por proximidad.
Quizá sean razones puramente estéticas las que den sentido a un traje de luces. Finalmente, ¿no ocurre lo mismo con algunos diseños de ropa? ¿No contiene mucho de rito el vestir para algunas ocasiones?
Contestando a la tradicional pregunta de "¿En qué se parece un torero a una mujer?", podemos concluir en la romántica respuesta de: "Ambos recordarán siempre el traje que lucían aquel día".
Jesús del Pozo es diseñador de moda.
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