Robert Redford culmina un desfile de actores convertidos en directores
Procedente de Moscú y de paso hacia Washington, Robert Redford hizo ayer una rápida escala en Cannes para presentar su película Milagro, en la que el actor vuelve a ponerse detrás de la cámara. Su paso por aquí le permitió ofrecer una multitudinaria y tumultuosa -con peleas entre periodistas y guardaespaldas incluidas- conferencia de prensa en la que culminó el desfile de actores directores que ofrece estos días el festival. Su película, fuera de concurso, completó la concursante Amor y miedo, de la alemana Margarethe von Trotta.
El desfile de actores que desertan de los focos y se refugian detrás de la cámara comenzó en Cannes el año pasado, con la participación de Diane Keaton, Paul Newman y el reincidente Woody Allen, y prosigue este año con el británico Bob Hoskins, que presentó The raggedy rawney, el sueco Max von Sydow, que nos trajo ayer su Katinka; el norteamericano Clint Eastwood, que ofrecerá en fecha inmediata Bird, y Robert Redford, que con su Milagro provocó la primera ovación oída en este festival desierto de entusiasmos.Milagro es una película emotiva, algo temurista y fácil de consumir, en la que el prototipo por excelencia del americano rubio se muestra generoso y fraternal con sus compatriotas de pelo negro y voz hispana, concediéndoles, para provocar solidaridad hacia ellos, una fórmula infalible del sentimentalismo del viejo Hollywood: la combinación en dosis equilibradas de comedia, película del Oeste y melodrama, a la manera de Frank Capra, John Ford y otros nombres de la edad de oro del cine norteamericano de los que Milagro extrae casi todas sus situaciones.
Faltas veniales
La película de Redford recuerda a muchas otras, algunas tan conocidas como Qué bello es vivir, Las uvas de la ira y El violinísta en el tejado. Sus plagios, nada delictivos, sus trampas y su toque de paternalismo son evidentes, pero en un festival tan aburrido como está resultado éste, los espectadores perdonan con gusto faltas tan veniales, agradecidos por el buen sabor de boca -estirada en una sonrisa de oreja a oreja- que la película les deja.Sin ser original, Milagro lo parece; sin poseer verdadera belleza, es muy bonita; aunque carece de humor, tiene gracia; pese a ser muy calculada, discurre con espontaneidad; y, sin llegar a ser conmovedora, provoca el picor de ojos que precede a las lágrimas.
Tampoco es una película dura Amor y miedo, que la alemana Margarethe von Trotta, que tiene fama de cineasta dura, ha realizado en Italia. El argumento (que recuerda a la tragedia de Anton Chejov Las tres hermanas y a películas tan amargas como Accidente, de Joseph Losey, y El eclipse y La noche, de Michelangelo Antonioni) tiene aspereza, pero está suavizado por Trotta con un tratamiento elegante, delicado, bondadoso e incluso un poco conformista, lo que era inesperado en una cineasta que ha exaltado con admiración y radicalidad sinceras a aquella revolucionaria insobornable que se llamó Rosa Luxemburgo.
Es presumible que esta inesperada blandura de Trotta se origine en el poco rendimiento económico de sus obras duras. De otra manera, que ella es una mujer sobornable, al contrario que su lejana maestra Rosa Luxemburgo.
[El día anterior, otra mujer polémica se paseaba por Cannes: Patty Hearst. La joven millonaria que fue secuestrada por un grupo terrorista y luego se unió a sus acciones, se presentó en Cannes con motivo del estreno de la película que Paul Schrader ha hecho sobre ella.]
Pero lo mejor del agradable día de ayer en Cannes fue no una película, sino una noticia: el maestro Antonioni, desde su silla de ruedas de inválido, tiene ya casi a punto final el guión de un nuevo filme que realizará en Nueva York y Roma en 1989. El presidente del jurado de Cannes 88, Ettore Scola, fue el encargado de anunciar el retorno al cine de uno de sus contados genios vivientes.
Babelia
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