Cumpleaños feliz
Lee Konitz era una de las citas pendientes de los festivales de jazz los últimos años en España, y, como ha sucedido con otras figuras, cuando por fin viene no llega en la mejor de las condiciones.
No es que Konitz haya perdido ideas —como pudiera ser el caso de alguna leyenda del free que nos llegó ya reciclada en elegante baladista—, ni sonido ni capacidad de ejecución —duros sopladores madurados en distinguidos silbadores—, sino que, simplemente, hoy dirige una banda que está por debajo de cuanto haya podido hacer.
Entraron con Incitation, estándar de singular fortuna, y Lee Konitz demostró desde el principio que a sus 61 años no ha llegado a ninguna forma de cansancio. Una formulación de sonido que definió una escuela, una inteligencia musical formada en la relación con Lennie Tristano y una capacidad constante de construcción de frases claras y distinguidas, como si hubiera pasado media vida leyendo a los ensayistas franceses del XVII, siguen siendo, sin mengua, las señas de identidad de Lee Konitz.
VIII Festival de Jazz
Lee Konítz.
Stepbane Grappeffi
Valentín Kataev. Traducción: Isabel Vicente. Ediciones Alborada. 290 páginas. 425 pesetas.El calvario de Abdias Chinguiz Aitmátov. Traducción de Isabel Vicente. Editorial Planeta. Barcelona, 1988. 298 páginas. 1.200 pesetas. Un río de rápida corriente VIadimir Makanin. Traducción de Lydia Kúper. Editorial Alfaguara. Madrid, 1988. 262 páginas. 1.275 pesetas.
Teatro Albéniz
Madrid. 13 de mayo.
Es manifiestamente inteligente y nos recuerda que la inteligencia también tiene que ver mucho con el jazz y con el sentimiento. La ironía puede ser no sólo un recurso, sino también un sentimiento inteligente, y Konitz agradeció al público que no aplaudiera después de los solos. Todo siguió bastante fresco, pero a partir de entonces algún sector de la audiencia aplaudía hasta los cuatros del baterista.
Y en la banda poco de plausible había. Una rítmica que tiraba siempre hacia atrás que resultaba una suerte de opción Bill Evans por parte de quien desprecia o es incapaz de seguir lo que precisamente Evans hizo.
El escalón que mediaba entre solista y acompañantes impidió que Konitz subiera al siguiente, que hiciera cuanto puede hacer. Y algo de frustrante tuvo su primera aparición en Madrid en muchos años.
Amor a Grappelli
Con Stephane Grappelli no hubo frustración, no. Aquello era una fiesta en la que se celebraba su 80 cumpleaños —en gira por todo el mundo— y también muchas cosas más. El amor a Grappelli, por ejemplo. A Grappelli se le quiere como a poca gente, se le aplaude inmensamente, y él también nos quiere y nos manda besitos desde el micro y toca como sabe tocar, cada vez mejor, y tan fino es este caballero del jazz que hasta tiene el detalle de traerse a un guitarrista como Martin Taylor (para todos, en general, y por si algunos habían sufrido con Al di Meola, en particular).
Era una buena fiesta, y, como tal, todo se dio con generosidad. Temas como para que cada uno tuviéramos algunos de nuestros favoritos eran respondidos por entusiastas aplausos en una carrera en la que empezamos a temer avanzar, en un concierto en el que el tiempo de música y el tiempo de aplauso pudieran llegar a un estatuto de igualdad. Pero el aplauso general era el gesto de identidad con lo que, a placer, se sucedía con los músicos en el escenario.
Un trabajo ejemplar —también la interpretación del contrabajista Jack Sewing fue impecable— y un entusiasmo bien real eran el mejor mentís a cualquier sensación de ya oído. Más bien resultaba una invitación constante e hipnótica para seguir escuchando, para que la fiesta continúe.
Babelia
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