Madrid, años ochenta: un puente menos, dos torres más
Se equivocan los socialistas que sacan la artillería pesada contra las torres de KIO. Las torres resistirán, y no tanto por su solidez jurídica como por su fortaleza emblemática. No conozco ninguna otra intervención urbana reciente en la que se produzca una densidad semejante de significa dos, y me atrevo a pensar que si la eliminación del scalextric de Atocha fue la expresión arquitectónica del inicio de la década, las torres de la plaza de Castilla serán el resumen construido del final de los ochenta.Sobre estos dos solares se libra hoy una batalla económica y política en la que se entrelazan el proceso de concentración bancario ante la definitiva integración europea, la pugna del capital moderno con el tradicional, el arrasador boom inmobiliario, la penetración de los intereses extranjeros, el conflicto de competencias y las rivalidades entre los ayuntamientos de las grandes ciudades y los gobiernos autónomos, el pulso del vicepresidente con los barones regionales del partido y, last but not least, la crisis de identidad de los socialistas, divididos entre su corazón socialdemócrata y su cabeza liberal.
Las últimas escaramuzas de esta historia fascinante hacen aparecer en escena todos los ingredientes necesarios para que el relato -excesivamente solemne- adquiera color local: unos jubilados tenaces, un concejal distraído que cita sentencias de oído en asuntos de 10.000 millones y unos arquitectos que hablan de torres medievales, mientras tras ellos las gabardinas de los Albertos y el perfil implacable del banquero de moda cierran la tenaza sobre Escámez.
Cuando las torres de KIO se levanten, gemelas e insolentes, a ambos lados de la Castellana, el Madrid de Felipe González habrá empezado a tomar forma. Enmarcando el camino hacia el norte, estas torres triviales de feroz simetría serán sin duda alguna nuestra puerta hacia Europa. Al otro extremo de la ciudad, la remodelación de Atocha quedará como vestigio, mirando al sur, de un talante distinto y probablemente complementario.
A diferencia de su admirado Mitterrand, nuestro presidente no parece tener gran interés por la arquitectura de la capital de la nación. Pero no es necesario que lo manifieste para que las huellas construidas de su mandato expresen la naturaleza de los cambios que ha inducido en la sociedad española.
Las torres de KIO reforzarán el contenido simbólico del eje norte-sur de Madrid, y el gesto romántico de Atocha se equilibrará con el gesto pragmático de la plaza de Castilla. Las dos almas del socialismo gobernante adquirirán cuerpo en los dos extremos del paseo: el Madrid-sur de la cultura y el ocio, y el Madrid-norte de la economía y el negocio; museos y jardines en torno al hueco de un puente demolido, y dos torres de oficinas impávidas en el umbral de la ciudad.
Dos lugares, pero también dos momentos: los días germinales en los que la esperanza se expresaba a través de la negación del pasado, y los días de madurez en los que la conformidad se manifiesta por la afirmación del presente. Para algunos, negaciones fecundas y afirmaciones estériles; para otros, rechazo adolescente y aceptación adulta. Rostros inseparables del Jano socialista, donde han coexistido el Madrid de Tierno y el de Boyer, el Madrid de Javier Solana y el de Enrique Sarasola, el Madrid de Mangada y el de Espelosín.
Como todas las simetrías excesivas, ésta requiere también un punto de cautela. La polarización emblemática que aquí se ha bosquejado precisa un correctivo para ser plenamente eficaz. La cultura necesita algo de dinero, y el dinero, algo de cultura. La sosegada existencia de los museos de Atocha ha evitado el letargo con la oportuna inyección en vena del dinero duro de la negociación de Thyssen, y es probable que, de forma similar, el músculo financiero de KIO necesite vestirse, en las torres de la plaza de Castilla, con un ropaje arquitectónico más presentable que el actual.
Salvado ese pequeño obstáculo, las torres de KIO recibirán los sacramentos municipales y autonómicos, y podrán finalmente abandonar en la Prensa las incómodas páginas de economía y local para insertarse en el limbo feliz y caleidoscópico de las revistas profesionales y las páginas de cultura. Amén.
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