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El argumento y la sombra

Juan José Millás

Debo algunas. horas de desasosiego feliz y adolescente a la lectura de La maravillosa historia de Peter SchIemifti, de Adelbert von Chamisso. Se narraba en esta novela la peripecia de un sujeto que entrega su sombra al diablo a cambio de una bolsa mágica, de la que mana el dinero siempre que su dueño lo desea. El sujeto -Peter Sclilemilil- marcha feliz con su tesoro y comienza a disfrutar de los beneficios que proporciona la riqueza. Sin embargo, la sombra de la desgracia caerá en seguida ;sobre él, precisamente por carecer de aquello que suele sobrarle a la desdicha.En efecto, tal carencia -aparentemente inofensiva lo convierte en una especie de apestado del que huye todo el mundo. Su figura causa terror o desprecio en calles y mercados, sus criados lo abandonan, las mujeres lo rechazan y, así, acaba por convertirse en un fugitivo de la luz, en una sombra, que sólo encuentra reposo en lo más profundo de las cuevas o en el interior de los bosques.

A simple vista, parecería fácil -y más si se poseen riquezas- ocultar el triste hecho de carecer de sombra; la lectura del relato de Chamisso se encarga de deshacer cualquier fantasía del lector en relación a tal posibilidad. La vida cotidiana diurna o nocturna está llena de situaciones en las que se manifiesta este fenómeno oscuro que llamamos sombra. Y si bien es cierto que no prestamos demasiada, atención a su presencia, no lo es menos que su ausencia nos provocaría un escándalo, un desasosiego, una suerte de repugnancia que proyectaríamos sin remedio sobre el sujeto que sufriera una amputación de tal calibre.

Recuerdo, por otra parte, que en el libro de Chamisso no se explicaban en ningún momento las razones por las que la gente rechazaba de un modo tan cruel a alguien desposeído de su sombra, lo que constituía un acierto literario, pues el lector acaba por depositar sus propios fantasmas en esa apariencia oscura de las cosas. En cualquier caso, la sombra en este libro (y seguramente en la vida) adquiere una capacidad simbólica poco común, como si se erigiera en metáfora de una parte esencial de la existencia.

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La sombra es la oscuridad que producen los cuerpos y por tanto parece natural pensar que podría representar algunas zonas de nuestra complicada estructura interior. Lo cierto es que forma parte de nuestra existencia según queda expresado en dichos tales como Andar sin sombra, con el que se quiere significar que se carece de algo muy apetecido o fundamental para la propia vida.

En fin, me he acordado del libro de Chamisso sobre el hombre que perdió su sombra al leer una entrevista con Camilo J.Cela, en la que éste afirmaba -respondiendo a la objeción de que su última novela carecía de argumento- que tampoco la vida tenía argumento. Me vino entonces a la memoria una hermosa frase de Robert Musil: "El argumento es la sombra de la novela como el dolor es la sombra de la enfermedad". De manera que la novela de Chamisso, la afirmación de Cela y la cita de Musil formaron inmediatamente en mi cabeza una trama cuyos hilos, aunque escasos, estaban dispuestos de tal- manera quedaban lugar a un tejido de regular grosor.

Nada tengo que decir sobre la novela de Cela, ya que por no haberla leído todavía ignoro si carece o no de argumento. Sí me disgusta un poco la maniobra de buscar en la vida la justificación de un suceso literario. De la afirmación de Cela se podría desprender la idea de que la literatura es una reproducción de la realidad, de donde a su vez podría deducirse algo aún más grave: que la fantasía es producto de la realidad, cuando las cosas suceden justamente al revés: los misiles, las bibliotecas, los ciegos, las leyes, los ordenadores, las ciudades, las guerras, etcétera, son producto de la fantasía del hombre. El hambre vive instalado en una fantasía angustiosa, pero propia. (No discutiré aquí si la vida tiene o no tiene argumento, porque eso depende de la percepción de cada uno, pero también del estado de ánimo; para mí, por ejemplo, no hay curriculum, por breve que sea, que no esconda una oscura trama de intereses.)

Hechas estas precisiones inevitables, regreso al tema nuclear del argumento y la sombra. Parece claro que una enfermedad sin dolor relega a la enfermedad a un mero proceso químico: la falta de sombra, pues, le quita grandeza. Un hombre sin sombra sería un hombre sin argumento. Según este esquema, una novela sin argumento sería una novela sin sombra; es decir, sería una novela sin grandeza. Como parece ser que el argumento es el que determina la forma, una novela sin argumento a ser también una novela deforme o minusválida.

Todo esto, como ven, es muy misterioso. Recuerdo que, hace ya algunos años, en España no se podían escribir novelas con argumento porque el argumento despedía olores realistas que entonces estaban muy perseguidos. Los lectores huían de esta clase de relato porque, como no lo entendían, se aburrían un poco. Les pasaba a estas novelas lo mismo que al pobre Sclilemilil: que no tenían sombra y producían por tanto en el lector un rechazo inexplicable, sobre todo porque los críticos -que son los médicos de la literatura- decían públicamente que esas novelas desargumentadas gozaban de muy buena salud aunque no produjeran dolor. No sin esfuerzo, hemos logrado recuperar a algunos de aquellos lectores. Pero otros no han parado de correr todavía.

Y bien, estamos de acuerdo con Musil en que una novela sin argumento es algo tan inexplicable como un cuerpo sin sombra. El problema, ahora, sería decir qué es el argumento, cuándo se produce eso que llamamos argumento. O, lo que es lo mismo, según Musil: qué es la sombra, en qué condiciones se produce tal fenómeno. En cuanto a la sombra, parece que sucede cuando hay luz y su intensidad es directamente proporcional a la cantidad de luz; sin embargo, es inmaterial o, al menos, no puede cogerse con las manos. O sea, es una cosa sin materia, pero de color negro. Posiblemente, la aparición del argumento en una novela guarde relación también con alguna clase de luminosidad (tal vez la que producen las ideas). En tal caso, el argumento destacaría más o menos en función de lo luminosas que fueran las ideas, como sucede también con la enfermedad y el dolor. Por otra parte, también el argumento tiene algo de inmaterial (está hecho con palabras) y, desde luego, está instalado en la zona más oscura del relato, aunque -como la sombra- parece que es muy superficial. Deduzco de, todo ello que la afirmación de Musil -"el argumento es la sombra de la novela contiene una carga de profundidad considerable.

De manera que mientras digerimos la riqueza especulativa que puede darse en el hecho de relacionar la, sombra con el argumento, no estaría de más recordar el párrafo con el que termina la novela de Chamisso sobre el hombre que perdió su sombra: "Si quieres vivir entre los hombres, aprende a honrar primero a la sombra (al argumento) y luego al dinero. Si quieres vivir contigo y lo mejor de ti mismo, no necesitas consejo ninguno".

Quede constancia finalmente (la vida da muchas vueltas) de que en este breve artículo no he pretendido tanto defender el argumento como reivindicar la sombra.

En fin.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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