Tres favoritos para una monarquía presidencial
Mitterrand, Chirac, y Barre se enfrentan más por sus talantes políticos que por sus programas electorales
LLUIS BASSETS Tres hombres con experiencia en el poder se enfrentan en la primera línea de las elecciones presidenciales francesas: François Mitterrand, presidente de la República desde 1981, con la experiencia a sus espaldas de tres elecciones presidenciales (dos derrotas, ante De Gaulle en 1965 y ante Giscard d'Estaing en 1974, y una victoria, ante Giscard en 1981); Jacques Chirac, primer ministro con Giscard (1974-1976) y con Mitterrand (1986-1988), y la experiencia de la elección presidencial de 1981, en la que no consiguió llegar a la segunda vuelta; y Raymond Barre, primer ministro con Giscard d'Estaing (1976-1981), sin ninguna experiencia anterior en la máxima justa electoral francesa.
Dos de ellos, Chirac y Mitterrand cuentan para ganar la elección con sendos y formidables aparatos de partido, el RPR (Asamblea para la República) y el partido socialista. El RPR es la obra personal de Chirac, que recicló al gaullismo en un nuevo partido, convertido hoy al neoliberalismo,
El PS es también la obra personal de François Mitterrand, que ha conseguido convertirlo en la primera fuerza política francesa, principalmente a costa de su rival en la izquierda, el partido comunista.
Gloria y tragedia
Raymond Barre, en cambio, no cuenta con ningún partido, sino únicamente con una red de clubes políticos y con el apoyo más teórico que real de una confederación de partidos y clubes, la UDF (Unión para la Democracia Francesa).
Dentro de la UDF hay fuerzas, como el Partido Republicano, que apuestan por Chirac, aunque apoyen formalmente a Raymond Barre, y personalidades, como Giscard d'Estaing, a quienes les interesa la elección de Mitterrand, aunque aseguren que dividen sus simpatías entre Chirac y Barre. La independencia de Barre, que le proporciona buenas rentas de popularidad, es su gloria y su tragedia: sin una organización militante difícilmente puede llegar a la victoria.
Los tres grandes candidatos tienen programas políticos y económicos mucho más próximos de lo que cada uno de ellos confiesa. El liberalismo chiraquista se halla atemperado por el nacionalismo gaullista del RPR. El de Barre, por el sentido social del Estado.
El socialismo mitterrandista, por el realismo y el pragmatismo. Derecha, centro e izquierda se declinan con mayor violencia en la campaña electoral que en la letra estricta de los programas. Representan, ante todo, talantes distintos y cierta disposición a pulsar las fibras más opuestas de la sensibilidad francesa.
Nacionalistas y comunistas
Chirac, con sus apologías del orden público o sus enérgicas declaraciones sobre las expulsiones de inmigrantes ilegales, se dirige a la pulsión nacionalista, e incluso ultraderechista. Mitterrand, en el otro lado, con sus denuncias de la pobreza y de la injusticia social, de la desigualdad o de la penetración de los especuladores en el Estado, se dirige a la pulsión izquierdista más clásica, en la que se incluyen los electores comunistas.
Raymond Barre, en cambio, quiere cerrar el paso al socialismo mitterrandista y al Estado partidario de los chiraquistas; se dirige a la derecha, pero halla simpatías en el centro y en el centro-izquierda.
Chirac y Barre se hallan ligados por un pacto de mutuo desistimiento para la segunda vuelta, y han tenido que hacer un esfuerzo para no destrozarse mutuamente, como ha sucedido con la derecha durante toda la V República.
Lo que se juega en estas elecciones no son los programas políticos -todos están de acuerdo en estimular la inversión, aligerar las cargas fiscales, modernizar el aparato industrial, mejorar la formación profesional y la educación o apostar a fondo por Europa-, sino los hábitos políticos y el sistema de partidos. Cada uno de los tres candidatos significa, en el fondo, distintos grados de acomodación al horizonte europeo de la monarquía presidencial que es la V República Francesa.
El gran perturbador
Jean-Marie Le Pen es el gran perturbador de la vida política francesa, según calificación del semanario Le Point, Ésta es su segunda campaña electoral. En 1974 obtuvo el 0,7%, y en 1981 no llegó ni siquiera a presentarse ante las dificultades para reunir las firmas imprescindibles. Hoy, la mayor parte de los sondeos acreditan un porcentaje del 12% para su candidatura, que pueden convertirle en el árbitro de la segunda vuelta.Le Pen reúne el clásico y limitadísimo electorado de extrema derecha, que ha visto crecer sus filas gracias a un voto de protesta y de rechazo del actual sistema político, principalmente en las clases populares. El retroceso del Partido Comunista, la superación de las ideologías, el aumento de la criminalidad, el terrorismo, el paro, la crisis de las identidades nacionales son los elementos de explicación utilizados por los sociólogos para explicar el inquietante fenómeno del lepenismo, insólito en toda Europa occidental.
Preferencia nacional
El chivo expiatorio del lepenismo son los extranjeros. El programa del Frente Nacional se centra en la preferencia nacional a la hora de encontrar empleo, piso o plaza escolar. Incluye también un tratamiento de choque de la conflictividad social, el restablecimiento de la pena de muerte y la corrección del horizonte europeísta en un sentido imperial. Le Pen ha evitado, en su larga campaña electoral, los excesos formales de la parafernalia totalitaria, característicos de los inicios de su movimiento. Los jóvenes uniformados y con cabezas rapadas han desaparecido prácticamente de su escenografía. Él mismo se ha sometido a un cambio de imagen, destinado a proporcionarle aires presidenciales. Sus mítines cuentan con subrayados musicales extraídos de óperas de Verdi. Todo ello corresponde al ensanchamiento de su base social, hacia un público pequefloburgués y obrero dispuesto a demostrar su orgullo de ser francés, pero difícilmente identificado con los fascismos.
El día 1 de mayo, que coincide con la festividad de Santa Juana de Arco, la heroína francesa liberadora de la dominación extranjera, Le Pen anunciará su consigna de voto para la segunda vuelta. Casi nadie duda de que llamará a votar contra Mitterrand y por Chirac. La fuerza de su llamamiento, si bien puede ser decisiva para la victoria de Chirac, puede también proporcionar al primer ministro el disgusto de que asuste al electorado más centrista y menos dispuesto a aceptar relaciones subterráneas con la extrema derecha.
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