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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Guerra en el Golfo.

LA CONTUNDENTE respuesta dada por EE UU al estallido de una mina bajo una de sus fragatas en aguas del Golfo va más allá de la simple represalia. Una acción que se salda con tan elevado número de víctimas y tan importantes daños materiales constituye, en realidad, un acto de guerra. Es pronto para saber si va a provocar una escalada de las hostilidades en el área y si con ella va a arrastrar de forma continuada a otros actores que no sean los contendientes directos. Pero, tras el asesinato de Abu Yihad, es el segundo episodio de consecuencias imprevisibles que se produce en Oriente Próximo en tres días. La alarma internacional está justificada.Concurren otras circunstancias que añaden gravedad al momento. Simultáneamente a la acción estadounidense, Irak ha conseguido reconquistar el puerto de Fao, en la desembocadura de Chat el Arab, con lo que Irán pierde su cabeza de puente más profunda en territorio enemigo y se coloca en difícil situación respecto de la campaña bélica de primavera. Como, al tiempo, la guerra de las ciudades está siendo tremendamente costosa en víctimas para Teherán, sus dificultades se multiplican. De ahí el llamamiento a las armas y a la movilización general hecho ayer por el presidente del Parlamento iraní, Raflanyani. Y resulta preocupante ver cómo se está llevando a Irán contra las cuerdas, porque una situación sin salida puede Hevar a este país al extremo de la histeria, con unas consecuencias impredecibles.

En su guerra santa contra los satanes, Teherán considera que todo vale: piratería aérea, terrorismo, acciones suicidas, todo lleva al mártir al cielo. De ahí que resulte interesante la reacción soviética a la represalia estadounidense en el Golfo: la ha tildado de acto de bandidaje, en un evidente intento de apaciguar a Teherán. Y lo ha hecho sencillamente porque no tiene ningún interés en ver que un Teherán victorioso apoya el establecimiento de una república integrista islámica en Kabul.

Los iraníes siempre han evitado la escalada de la guerra en el Golfo, porque saben que no pueden ganar, y nunca han querido enfrentarse directamente con la flota de EE UU, cuya superioridad reconocen. Pero su propia dialéctica de permanente guerra santa les lleva irremediablemente a perder el control de alguno de sus actos.

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Cualquier estrategia inteligente de paz pasa por el intento de ir conduciendo a Irán hacia la convicción de que la única salida es negociar. Si ese intento ha resultado fallido hasta el presente, ello se debe a que el régimen teocrático de Jomeini exige contrapartidas ideológicas de difícil plasmación, como, en particular, el reconocimiento por Irak de su responsabilidad como iniciador del conflicto. En esas condiciones, nada puede entorpecer más la causa de la paz como el suministro de argumentos al fanatismo de Teherán sobre la existencia de una conjura internacional. Por ello, la violenta represalia estadounidense sirve no a la paz, sino a la guerra. Y hace correr riesgos ciertos a la estabilidad internacional en uno de sus puntos más sensibles.

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