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Relevo en el firmamento

En los últimos años, el cine cambia el rostro de sus 'estrellas'

Desde que hay memoria de su plenitud, al cine se le identifica con los rostros de lo que un día -el astrónomo fue, allá por los años veinte, un negociante de carne de escenario llamado Carl Laemmle- se convino en llamar sus estrellas. Es dificil imaginar la historia del cine sin encender los nombres de Mary Pickford, Charles Chaplin, Clark Gable, Gary Cooper y otras lumbres del firmamento imaginario de este tiempo. De aquella galaxia, apagada por el tiempo y la ceniza, queda un puñado de rescoldos encanecidos. Pero detrás de su ocaso amanecen los síntomas de un relevo. El cine, después de años de calma chicha, levanta otra vez mareas. Nuevos rostros vuelven a hacer brotar risas y lágrimas de una fuente que se creía desecada.

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La nueva constelacion

Hace un año se estrenó una película del británico Lindsay Anderson, Las ballenas de agosto. Es una obra sin interés, pero que lleva cuatro maravillas dentro: las casi remotas presencias de Lillian Gish, Bette Davis, Ann Sothem y Vincent Price, supervivientes del estrellato (recordemos su paso por las imágenes de Lirios rotos, Eva al desnudo, Carta a tres esposas y La máscara de la muerte roja, respectivamente), e incluso, en el caso de Lillian Gish, del mismísimo estrellato fundacional.El genio del cine está grabado en los surcos que circundan a los ojos de esta anciana casi centenaria que, desde la segunda década del siglo, identifica su rostro con el de millones de miradas que buscaron en él un agujero por donde escapar de su cárcel íntima. Es éste uno de los rasgos de la naturaleza del cine, la delicada caligrafía de los gestos, que proyecta sobre la pantalla de nuestra memoria la identidad del puñado de pobladores del siglo XX que llamamos estrellas, en los que reconocemos nuestras carencias a través de sus plenitudes y nos reconciliamos con nuestra fealdad descubriendo como propia su hermosura.

Momias

Con la crueldad que acompaña al humor, un cronista definió a este filme como galería de un museo de momias. Pero ese cronista se olvidó de que un acceso a la profundidad del cine está en su capacidad de transfiguración, esa que permite que, en él, una momia sea hermosa. Hay otras muchas bellas momias en las que nos reconocemos y ese reconocimiento pasa de generación en generación. ¿Cuantos quinceañeros de hoy encuentran en las calaveras de Bogart y James Dean su manera de caminar por el mundo? Las estadísticas del sentimiento, que suelen ser las más fiables, aseguran que no hay manos para contarlos.¿Quién no reconoce como propios algunos de los modelos de expresividad destilados por los comportamientos de Katharine Hepburn, Barbara Stanwyck, James Stewart, Gregory Peck, Robert Mitchum, Burt Lancaster, James Whitmore, Frank Sinatra, Maureen O'Hara, Kirk Douglas, Glenn Ford, Charlton Heston, Jerry Lewis, Richard Widrnark, Ava Gardner, Gene Kelly, entre los estadounidenses; y Greta Garbo, Marlene Dietrich, Laurence Olivier, John Gielgud o Alec Guinness, entre los europeos? Lo que estos ancianos o -en jerga cruel- estas momias fueron, lo siguen y seguirán siendo. Sus rostros no fueron brisas pasajeras, sino concreciones de ambiciones, sueños permanentes, accesos al entendimiento de quiénes somos y de dénde procedemos.

Casi todo lo que entendemos por cine está en los ojos vivos de estos ancianos y ancianas. Flanquean a sus rostros otros, ya encanecidos, como los de Dean Martin, Sammy Davis, Olivia de Havilland, Mickey Rooney, Anthony Quinn, Karl Malden, Rod Steiger, Ernest Borgnine, Lee Remick, Maureen Stapleton, Elí Wallach, Charles Bronson, Anthony Perkins, Kim Novak, Deborah Kerr, Jane Wyman, Audrey Hepburn, Eva Marie Saint, Piper Laurie, Anne Bancroft, Clint Eastwood, entre los estadounidenses; y Brigitte Bardot, Jean Simmons, Jeanne Moreau, Ives Montand, Sophia Loren, Gina Lollobrigida, entre los europeos. Estrellas apagadas que un día alcanzaron un brillo tan intenso que hoy nos resulta doloroso asistir a su declive, porque es un espejo del nuestro.

Se dice que Marilyn Monroe, al acabar con su vida, acabó con el estrellato. No es exacto: acabó con el stars-system, es decir, con el comercio de estrellas, pero no con éstas en cuanto parpadeos distintivos del rostro universal del cine. Aquella infortunada mujer, a la que su instinto de libertad incapacitaba para aceptar lo inaceptable, no hizo otra cosa que poner cosas con el norte perdido en su buen sitio: acabó con las coartadas de, en palabras suyas, "el burdel abarrotado" que era el Hollywood de su tiempo, pero lo hizo para "defender el derecho a brillar de las estrellas vivientes": un grito para que se le reconociera su contribución al ennoblecimiento de la vida contemporánea.

Fue Marilyn Monroe tallada en la cantera del estrellato antiguo, pero no fue la última estrella. De su generación y de las que le siguieron sobreviven los rostros incombustibles que conocemos con el nombre convenido de Jack Lernmon, Robert Redflard, Paul Newman, Elizabeth Taylor, Marlon Brando, Dustin Hoffmann o Lauren BacaU. Y también algunos de sus satélites, como Walter Matthau, Gene Hackinan, Liza Minnelli, Warren Beatty o Shirley MacLaine.

Y, entre los europeos, la desconcertante mescolanza de briRos y opacidades que emana del batiburrillo que componen, entre otros, algunos sonidos que alcanzan el milagro de dejarse ver con sólo nombrarlos: Dirk Bogarde, Sean Connery, Ann-Margret, Vanessa Redgrave, Marcello Mastroianni, Vittorio Gassman, Liv Ullman, Michael York, Alain Delon, Jean-Paul Belmondo, Fernando Rey o Ingrid Thulin.

Luminosidad

No son los citados los únicos sobrevivientes de esta bajada del firmamento a la baja tierra. La luminosidad de estas estrellas se apaga. Pero su lugar vacante es vuelto a llenar por otros rostros y otros comportamientos que pugnan por llevar a la cumbre lo que llevan dentro. La nómina de los que hoy se mantienen en plena incandescencia no es quizá tan larga como la de antaño, pero está en período de crecimiento.Acuden a la memoria cuando los convocamos los nombres recientes, pero ya hechos estrellas, de Harrison Ford, Mickey Rourke, Michelle Pffeifer, Michael Douglas, Barbara Hershey, Kim Basinger, Christopher Reeve, Richard Gere, Meryl Streep, Holly Hunter, Cher, Kathleen Turner, Jeff Bridges, Alan Alda, Jessica Lange, Keith Carradine; y, entre los europeos, Anthony Hopkins, Bob Hoskins, John Hurt, Bruno Ganz, Victoria Abril, Jeremy Irons, Klaus Maria Brandauer, Ornella Muti, Gerard Depardieu; y, un poco más allá, los lejanos sonidos australianos de Sigourney Weawer y Mel Gibson. Sólo unas muestras de la emigración que se avecina.

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