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Crítica:TEATRO / "LA CELESTINA"
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una desmitificación

La tragicomedia viene a ser en esa adaptación comedia, aunque el final catastrófico sea inevitable (pero modificable). Gonzalo Torrente Ballester es finamente irónico, suficientemente escéptico, dentro del texto de Fernando de Rojas, que es un gran monumento de la prosa castellana, deja entrar su ironía, su incredulidad.Se puede imaginar que el lejano autor hubiera querido hacer algo así, de haber podido y de no estar obligado, por las opresiones de la época y por su peligrosa condición de converso, a dar la moraleja de que el amor fuera de la ley -de Dios y de la sociedad- conduce a la tragedia. Hay muchos comentarios sobre la historia de este Ebro, y muchos sobre todos los clásicos españoles, en los que nos los definen así: mostrando los excesos y las libertades de que quizá gustaban a condición de que fuesen como un espejo oscuro, que decía san Agustín, una lección de lo que no se debe hacer.

La Celestina

De Fernando de Rojas, adaptación de Gonzalo Torrente Ballester, música de Carmelo Bernaola. Intérpretes: Juan Gea, Adriana Ozores, Jesús Puente, Amparo Rivelles, Resu Morales, Ángel García Suárez, César Diéguez, Antonio Carrasco, Blanca Apilánez, Charo Soriano, Pilar Barrera, Félix Casales, Vicente Gisbert, Enrique Navarro, Joaquín Climent, Carlos Alberto Abad, Carlos Moreno. Escenografía, vestuario e iluminación: Carlos Cytrynowski. Dirección: Adolfo Marsillach. Compañía Nacional de Teatro Clásico. Teatro de la Comedia, 18 de abril.

Pecado original

Metido en la comedia y molesto por la moral, Gonzalo Torrente Ballester no deja que sea el destino, o la mano de Dios, la que castigue a Calixto; hay unos asesinos del hampa, movidos por unas vengadoras, que le rematan cuando cae de la histórica escalera, que otras veces y en otros glosadores ha sido interpretada como la caída del hombre tras el pecado original: se ha escrito de todo.

Todo esto lleva a una figura de Celestina poco común, con poco misterio. La escena de los conjuros, aunque el iluminador tiña de rojizo el diorama, y el escenógrafo suelte un humo envolvente, se hace como a desgana: lo que importa es la alcobera, la truhana, puta vieja, que arregla las cosas entre amantes y facilita el dificilísimo acceso a la sexualidad de su tiempo. Por eso, quizá, la elección de Amparo Rivelles, excelente actriz de comedia, que presta también su humor, su cara limpia, su fastidio por el misterio al personaje así rehecho. Y su oficio de actriz, su manera de colocar las frases, su sabiduría de siempre, sirven muy bien a esta idea.

Por eso también Jesús Puente tiene que hacer un Sempronio convertido en gracioso, en hombre que ríe a dos pasos de la idiotez, más que de la reflexión y el trasfondo, aunque al final tenga que entrar en su condición de bronco asesino por el reparto de botín.

Comedia urbana y rural

La transformación de la comedia urbana en rural se entiende menos: habrá salido así. Hay una idea que suscriben Torrente y el director Adolfo Marsillach, que es la de que se trata de una obra itinerante, de un apresurado ir y venir de todos hacia unos cuantos -no muchos, sin embargo- lugares. El escenario de Cytirynowski es como una pista, con sus curvas y sus desniveles, un poco laberíntica: son caminos, no calles. El fondo de amplio cielo y la plataforma central dan continuamente sensación de aire libre y campo, sin las sofocantes habitaciones de los palacetes, sin la abigarrada oscuridad de la cueva de la Madre, que añadían sus encierros al ahogo de unas vidas sujetas y dominadas. Con trajes que a veces recuerdan los regionales, y canciones de campo, la comedia toca un poco la zarzuela, a lo que contribuye la inspiración que ha dado para su música el gran compositor Carmelo Bernaola.

Por esa pista deambulan y a veces corren los personajes, y por aquel diorama aparece la curiosa sombra chinesca de un diminuto caballero al que se describe como Calixto. Parece que, más que a la belleza, Cytrynowski se ha entregado a estas ideas, o a la fundamental para él de la construcción de los caminos.

Calixto y Melibea, en esta comedia, son, sin embargo, los personajes arrastrados a la gran pasión, o señalados por Dios -"En esto veo, Melibea, la grandeza de Dios..."-, que se retuercen con un amor-dolor endemoniado que a veces aparece como únicamente físico, más que como sobrenatural. Juan Gea y Adriana Ozores están como destemplados en toda esta frialdad, en todo ese naturalismo de los demás, y sus quejas y ayes, sus retorcimientos de cuerpo, no les ayudan nada a hacer perceptible su diálogo. Son el objeto de todos los demás. El apunte prerromántico que suponen no se entona.

Ni de éstos ni del extenso reparto ha podido conseguir Adolfo Marsillach, pese a sus grandes dotes de director, que no es sólo imaginativo, sino tenaz, una buena representación. Los mueve, claro, con la seguridad que tiene siempre, y acentúa la sensación de comedia de costumbres -que, claro, también lo es La Celestina- y las suposiciones de itinerancia.

Texto obligadoConvenientemente cortada, como se hace siempre, aunque al mismo tiempo alargada por alguna escena del propio Torrente, La Celestina muestra más que otras veces su condición de texto dialogado de libro, más para leer que para representar. Cansan un, poco sus tres horas. El público del estreno aplaudió mucho, sobre todo a Amparo Rivelles, cuando salió en la ronda de actores, y a Marsillach, Bernaola y Cytrynowski en la de creadores. La no comparecencia de Torrente no se niega, sin embargo, al reconocimiento de su labor en esta desmitificación y, sobre todo, en la reconstrucción respetuosa de un texto al que despoja de algunos arcaísmos para hacerlo más asequible, aunque dejo o añada otros para darle el aroma del pasado.

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