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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Con el Corán en la mano

SI SALVAN la vida, los pasajeros y tripulantes que aún quedan a bordo del jumbo kuwaití retenido en Larnaca nunca volverán a ser los mismos: largos días de angustia y terror, de desesperanza y miedo, de claustrofobia, torturas y asesinatos dejan una secuela de trastornos físicos y psíquicos de la que nadie se recupera verdaderamente jamás. Aun así, esa suerte es infinitamente mejor que la que amenazadoramente va urdiendo para ellos el paso de las horas.Falta en este drama una de las características típicas de los secuestros de aviones: la histeria progresiva de los pistoleros, usualmente agravada con el paso del tiempo, por el cansancio y el miedo. Aunque, por lo volátil, resulta peligrosísima, la histeria es precisamente lo que, por regla general, permite a los negociadores controlar el secuestro, facilitando la rendición de los secuestradores o distrayendo su atención durante el tiempo necesario para organizar el asalto de las tropas especializadas. En la captura del vuelo KU422, que salió de Bangkok rumbo a Kuwait con 112 personas a bordo en la madrugada del pasado día 5, no hay histeria. Solamente el fanatismo de unos locos que han endosado sus sudarios "para morir en nombre de Dios". Esos criminales han rebautizado el vuelo como el avión de los grandes mártires. Es terrible pensar que alguien está ordenando su martirio y el de los involuntarios compañeros de viaje.

El origen del secuestro es claro: los pistoleros, todos ellos de profesión fundamentalista islámica -en los últimos días han hablado con el Corán en la mano-, exigen la liberación en Kuwait de 17 de sus hermanos de fe encarcelados desde 1984 por haber participado en diversos actos terroristas contra embajadas y edificios oficiales; tres de ellos están condenados a morir en la horca. El emir de Kuwait ha dado literalmente por perdidas las vidas de los pasajeros y tripulantes que quedan a bordo del vuelo KU422. Se niega a ceder al chantaje por dos razones: por una parte, menos de 100 kilómetros le separan de la tierra de la revolución de Jomeini, lo que le obliga a ser muy firme en su resistencia a todo lo que provenga del fundamentalismo islámico. Por otra, se reúne precisamente en estos días en Kuwait el comité de seguimiento de la Conferencia Islámica, organización que no se puede permitir debilidades ideológicas.

A partir de ahí todo se complica, porque no se sabe a ciencia cierta en qué o en quiénes se apoyan los secuestradores. Sus radicales cambios de actitud se originan, al parecer, en instrucciones que les llegan por radio desde el exterior. ¿Se trata de Teherán o de Beirut? ¿El silencio de Libia es cómplice o meramente timorato? En el interior del avión, asesinan a rehenes, anuncian que van a sacrificarse por la revolución, quieren aterrizar en Damasco, en Beirut, en Argel, en Teherán o contra el palacio del emir en Kuwait. Hay indicios de que el secuestro podría deberse a luchas por el poder en Teherán o a presiones a favor o en contra de las negociaciones para la liberación de los rehenes retenidos en Beirut. La confusión es total.

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Debe acometerse una investigación exhaustiva sobre este nuevo acto de piratería y, de comprobarse la existencia de un terrorismo de Estado, la comunidad internacional tiene- que aislar al país responsable. Por lo demás, está claro que las medidas que se adoptan para impedir esta clase de hechos son, hoy por hoy, insuficientes. Nunca se sabe qué connivencias o complicidades tienen los terroristas.

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