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Crítica:SEMANA DE MÚSICA RELIGIOSA DE CUENCA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El clave de Bach y el oratorio de Haydn

En el campo del repertorio, la Semana de Música Religiosa de Cuenca ha alcanzado sus cimas en dos conciertos muy contrastados: de una parte, el gran oratorio haydniano La Creación; de otra, la audición de una serie de preludios y fugas de El clave bien temperado, de Juan Sebastián Bach, interpretados al piano por David A. Wher, el último premio internacional Paloma O'Shea 1987.No creo que sea inadecuada la extensión hacia un mundo como el del Clave bachiano en un programa fundamentalmente dedicado a la música espiritual, sin sujeción litúrgica de ninguna especie. Por otra, en la gran colección dedicada al teclado por el cantor de santo Tomás resplandecen valores espirituales inequívocos y hasta existen páginas -como algunos preludios- perfectamente identificables como de inspiración religiosa. En todo caso, más allá del trabajo artesanal, anima los preludios y fugas la expresión sincera del hombre religioso.

La madurez de Wher quedó demostrada una vez más en su recital de la iglesia antigua de San Miguel. Desde un pensamiento musical tan seguro como la técnica con la que se expresa, Wher supo descubrirnos el alma de esta música grande que no es sino suma de equilibrio entre el número y la emoción. Que ésta nos llegue a través de unas calidades sonoras minuciosamente estudiadas, que el pensamiento musical tenga en cuenta desde el primer momento que el instrumento transmisor no es clave sino gran piano, el gran piano romántico capaz de albergarlo todo, es signo de pureza ideológica que poco o nada entiende de retórica. Difícil es aventurar, en este como en cualquier otro caso, el futuro de Wher; lo que no deja lugar a dudas es que su Premio Paloma O'Shea estuvo bien ganado y otorgado. La adhesión del público conquense no sólo fue reflexiva sino, en alto grado, entusiasta.

El otro polo: La Creación, de Haydn, en donde el compositor amplía las dimensiones de la propuesta literaria trazada por Lindley y Von Switten sobre El paraíso perdido, de Milton. Si el texto es encantadoramente ingenuo, casi naïf, no puede decirse lo mismo de la partitura, en la que Haydn, a punto de despedir al siglo XVIII, logra una construcción dramática de expresividad intensa, tan palpitante de humanidad -por encima, incluso, de su religiosidad- que supera toda su obra teatral y emula, desde actitudes más evolucionadas, el gran oratorismo de Haendel.

Claro que La Creación suele dársenos, igual que otros oratorios de la época, a través del prisma romántico que establecieran los primeros grandes directores, desde Mendelssohn a Mahier, con lo que la visión multiplica su grandeza y la acerca a la religiosidad triunfante más que a la intimidad del hombre solitario. Por eso la escucha de la obra a unas formaciones aproximadamente análogas a las pensadas por Haydn, tal como hicieron la orquesta y coro de cámara vieneses, dirigidos por Uwe Christian Harrer, supone una vuelta a la verdad de esa música en la transparencia de su textura, en la grandeza sin grito, en la medida exacta de sus trémulas emociones.

Gran versión y gran experiencia artística acogida con unánime elogio por el público que abarrotó la iglesia de San Pablo.

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