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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El "loto-Estado"

HAY UNA leyenda según la cual el Estado recupera casi todo lo que paga en pensiones a los jubilados con lo que recibe en impuestos sobre el juego, donde los ancianos se dejan sus débiles pensiones en las lentas y tensas tardes del bingo, en los cupones del ciego de la esquina, en el azar de las numerosas loterías que se superponen unas a otras, con una avidez que dibuja el Ministerio de Hacienda con trazos metafóricos de tahúr. Un tahúr tecnológico que, para no perder comba, se propone crear ahora una sociedad cuyo objetivo será la comercialización de sistemas y máquinas destinadas a la gestión de loterías, emisión de boletos, transmisión de datos y realización de escrutinios.Puede no ser cierta la leyenda, pero muchas casas saben de estos problemas: no sólo de los ancianos, sino también de los jóvenes, de las armas de casa y de los salarios, que a veces se quedan en algo tan tonto como las máquinas tragaperras, a las que se añade el vino de la ansiedad.

No es leyenda, sino estadística, que España es el país que más dinero juega en Europa (2,5 billones de pesetas el año pasado), en el que el Estado recauda más y el que menos devuelve en premios a los jugadores. Es un mal índice. Porque, contra lo que todavía se sostiene a veces, los juegos de azar no cumplen una función redistributiva, sino todo lo contrario. Es la mayoría económicamente más débil de la población la que suministra el grueso de los ingresos que irán a parar a unas pocas manos y, en teoría, al conjunto de la sociedad a través del Estado. Las leyes de la estadística favorecen, por otra parte, al jugador semiprofesional -los hay en determinados juegos-, que recupera a largo plazo las pequeñas inversiones del jugador ocasional. Por ello, la función de los juegos de azar es más bien consoladora, como antaño la religión: la esperanza del premio improbable hace más aceptables situaciones de marginación y pobreza. En todo ello subyace una moral que nada tiene que ver con la idea de progreso y de igualdad.

El refranero contiene, en forma de silogismos caseros o modestos pareados, elementos de otra moral que ha ido quedándose obsoleta: "lo importante es que haya salud", "trabajo y economía son la mejor lotería", "la mejor lotería es el trabajo". La desaparición de esa moral, remotamente calvinista, del trabajo puede ser un síntoma de salud mental, de apertura de horizontes. Pero eso no quiere decir que no deba haber ninguna moral y que el Estado se deje deslumbrar por las ganancias fáciles, vengan de donde vengan. Si la moral antigua no vale, hace falta una moral nueva. Y la que se propone desde los nuevos tótems -la televisión, la ideología del éxito fácil y repentino- más bien constituye un paso atrás.

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En correspondencia con la devaluación del ahorro y el trabajo, la televisión emite ahora continuamente programas concursos donde cada vez ofrece más por menos. No se premia ya la agilidad mental, los conocimientos, el ingenio, sino el azar. El modelo más reciente y más característico es el de El precio justo, donde al espectador no se le ofrece ningún entretenimiento adicional ni ningún estímulo a la concurrencia, sino una opulencia de regalos que corresponden a sueños de nuestro tiempo, como los Mercedes, los Porsche, los apartamentos en la playa o los viajes hacia el ensueño. Cosas que nunca se podrán lograr más que por ese medio, o por el de la delincuencia, o por el de las otras loterías y cupones al que el defraudado o el hambriento que no tiene ninguna posibilidad se dirige.

Se ha pasado de la anulación de todos los juegos -que dio lugar a los prohibidos, donde los padres de familia eran estafados por los delincuentes habituales- a esta orgía de estímulos, a esta reclamación de portero de garito que se está haciendo en España de una manera oficial. No parece buena desde el punto de vista sociológico, sobre todo porque la recaudación se hace más a costa de las pobres gentes que de los que tienen ya colmadas sus ambiciones.

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