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Revoluciones ganadas y perdidas

El 8º Festival Intenacional de Teatro ha reflejado la tendencia al regreso del texto y el actor

La versión de Liubimov de La madre, de Máximo Gorki, tiene más de 20 años, y hace más de 10 que se vio en Europa; la obra de Elie Bourquin, dirigida por Benno Besson para la Comédie de Géneve, apenas un mes. Estos dos polos del 8º Festival Internacional de Teatro permiten apreciar un sensible paso del tiempo por la vida del arte teatral. Los dos grandes directores son casi contemporáneos (Liubimov, 1917; Besson, 1922), vienen de una misma línea de teatro revolucionario, en ambos se advierte una influencia de Brecht -del que Besson fue colaborador directo-, y los dos son directores de actores y texto, aunque no abandonen lo que en lenguaje cinematográfico se llamarían efectos especiales.

La diferencia considerable, o el paso del tiempo: hay un tránsito entre uno y otro de sentido del relato y del servicio teatral. En La madre está viva la revolución (un relato de la Rusia de 1905); en el Teatro de Verdor, el esfuerzo se pierde en la nadería, en la broma suave acerca de algunos temas de escape metarisico contemporáneo: la pérdida de la identidad, la busca de algo que no se sabe lo que es o quién es, la posibilidad de que cada uno cambie de papel -su rol, en la jerga sociológica actual-, de forma que todo quede en un mero juego de teatro de entretenimiento.De ahí a decir que el espacio del teatro ha cambiado en estos 20 años, desde la fe a la mera juguetería, será, probablemente una arbitrariedad, tomada por una parte del azar de la programación del festival y de otras corrientes políticas y sociológicas que merodean por la vida. Tampoco sabemos qué haría hoy Liubimov en lugar de esta bella y conmovedora novela: seguro que la revolución no.

Por alguna razón -aparte de contingencias de la vida privada- se fue de la Unión Soviética hace cuatro años, y piensa volver en cuanto pueda para caminar en el buen sentido de la perestroika.

Estas dos obras notables han tenido una tercera para formar el trípode que sostiene todo el edificio del festivál de este año: La serva amorosa, de Goldoni, en una representación muy singular de Luca Ronconi. Hay otra sen sación del paso del tiempo también en este caso: Ronconi mon tó hace 20 años su Orlando furioso -precisamente cuando Litibimov estrenaba La madre- y dejó, cuando la trajo a España, un sentido revolucionario del teatro: una ocupación del espacio, una inmersión del espectador en algo gigantesco y extraordinario, una estética nueva que rompía con todo lo que aquí se estaba acostumbrando a ver. Nunca se supo más en España de Ronconi hasta que, ahora, en esta Serva, practica un teatro aparentemente sencillo, de texto, con las buenas luces y el bello decorado que puede utilizar hoy cualquier maestro, y con unos actores extraordinarios. Más allá de esta apariencia, hay mucha más profundidad revolucionaria, teatral y política.

Sociedad ávida

El texto de Goldoni no se representa como farsa o como final de la commedia dell'arte, según la costumbre, ni los personajes característicos llevan sus trajes característicos; brota del fondo un personaje humilde, una criada, alguien del pueblo, que vuelca su amor particular -por alguien y general -por quienes la rodean-; hay una sociedad ávida, traidora entre sí, una clase social hipnotizada por el dinero que se engaña mutuamente y viola todas las normas del juego limpio y, entre ella, esta muchacha que regresa a su papel oscuro y renuncia a cualquier otra cosa que traicione su manera de sentir. La forma en que Ronconi ha sacado adelante el texto yacente en un Goldoni nunca tan bien visto como ahora, y su propia renuncia a la, espectacularidad, al divismo de director, es algo extraordinario.Entre los tres directores que han dado su color y su carácter al 8º Festival sí forman algo que parece una tendencia actual: el regreso al texto y al actor, después de una larga temporada de lo que podríamos llamar usurpación de sus funciones. Aparte de las suaves bromas escénicas de Besson, la mayor entrega al espectáculo es la de Liubimov, con sus maravíllosas luces y su empleo de los sonidos, con el movimiento colectivo: pero está humanamente hecha para contar una novela que cuenta a su vez unos sucesos, para dar una corporeidad teatral a lo que sucede y por qué; y, sobre todo, para servir de soporte a los actores extraordinarios que cuentan el hecho.

Se podía decir que es el caso opuesto a Rinoceronte, presentado por una compañía formada para esta ocasión y dirigida por Gonzalo Cañas. El texto de lonesco -y sus acotaciones, minuciosamente expresadas en élrequería un ambiente burgués de pequeña provincia francesa -que son, todavía, las más burguesas de Europa-, en el cual la sorpresa o el absurdo tenía que brotar de la palabra, o del hecho insólito que se manifiesta de pronto. Gonzalo Cañas, director y ambientador de esta versión, ha preferido ponerle música de circo, trajes de plástico más o menos futuristas, actores de farsa y también como de plástico -salvo cuando la verdad del texto se los lleva por encima, a manifestarse por sí mismos con su oficio-, y a sobreponer un mundo tecnológico para mostrar, por su cuenta, que la entrada en el estado de rinocerontismo se produce en nuestro tiempo por esa otra vía, y no por la de La rebelión de las masas que pretendía ironizar -y combatir con cierta amargura- el autor lonesco. Y es que parece que España, que capta muy bien las tendencias de hoy -véanse las reacciones del público-, no acaba de aceptar estas realidades: se ha quedado atrás. Es cuestión de una estructura en el reparto de bienes y escenarios en el arte teatral que muestra las huellas de una dominación que no es la que corresponde.

Hablar de la representación española es, en general, un poco sonrojante. No se acaba de entender qué razones o presiones ha tenido la dirección del festival -de cuyo conocimiento del teatro, inteligencia artística y capacidad de organización hay muestras evidentes- para elegir unos espectáculos miserables en general, vergonzantes y humillantes. No es que haya mucho donde elegir, o más bien hay muy poco: pero elegir lo peor parece demasiado extraño.

Escasez de autores

No todos los espectáculos extranjeros han sido, tampoco, excesivamente brillantes. Los hay de saldo. Pero no deja de comprenderse que hay una economía por la que velar, y que traer tres compañías caras e importantes, como las citadas al principio, da una buena densidad. Y hace posible poder apreciar en ellas, aunque sea con alfileres, ese paso adelante hacia un teatro que mantiene sus virtudes y definiciones propias. Aunque podrá advertirse que los autores que han ido quedando citados, y algunos más que no han Regado hasta aquí, pertenecen al pasado (salvo Bourquin, que más que autor es lenguajista): lonesco, o Gorki, o Goldoni. Es otro signo: la escasez de autores, agotados por el tiempo en que el texto ha sido desdeñado. Quizá sea tarde para crear unos nuevos. Los escritores no se fían.

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