Aeropuertos 92
ENTRE LAS permanentes desgracias que padece este país, con casi tantos turistas como habitantes, y que llamamos España, no es la más pequeña la existencia de una red de comunicaciones absolutamente deficitaria. Este fin de semana se cobrará nuevamente el saldo de muertos en la carretera a que ya estamos acostumbrados, y las protestas y demandas sociales seguirán cayendo en el vacío de la inoperancia que representan los ministerios de Obras Públicas y Transportes. Pero no es sólo la carretera. Por tierra, mar y aire, viajar en España sigue siendo una aventura, cuando no un suplicio, y el estado de nuestros aeropuertos es otro buen ejemplo de la exasperada situación en la que nos encontramos.El tiempo que media hasta 1992 es el que le queda a nuestro país para, a caballo de los Juegos Olímpicos y de la exposición de Sevilla, ponerse a la altura de un Estado moderno en muchos dominios esenciales. Sin embargo, sería ingenuo atribuir a estas celebraciones un poder casi taumatúrgico, como si ellas solas fueran capaces de terminar con situaciones de retraso que tienen por causa de la incuria nacional y el bien acreditado abandonismo de los poderes públicos.
Barcelona y Sevilla, sedes de los fastos señalados, y Madrid, por su condición de capital del Estado y por su proyección internacional, se enfrentan muy especialmente al desafío de modernizar sus aeropuertos para que puedan acoger sin problemas la avalancha de aviones y de visitantes que se prevé para 1992.
La Ciudad Condal mantiene desde hace tiempo un aeropuerto saturado, con una terminal de juguete. Su remodelación es urgente, y, aunque ya ha sido decidida, el temor de que no se llegue a tiempo de la inauguración de los Juegos Olímpicos ronda en la mente de sus responsables y organizadores. El calendario va tan justo que, si se respetan todos los plazos, las obras terminarán el 1 de abril de 1992, apenas dos meses antes de la celebración de los JJ 00.
Ante igual compromiso se encuentra Sevilla, cuyo aeropuerto deberá contar, según lo previsto, con una terminal totalmente remodelada a finales de 1991. El caso del aeropuerto de Madrid-Barajas es distinto, y, hoy por hoy, el problema más grave con que se enfrenta a medio plazo es el de sus comunicaciones con la ciudad. El plan oficialmente anunciado de crear un enlace de ferrocarril y de abrir dos nuevos accesos por carretera debe ejecutarse cuanto antes si se quiere acabar de una vez por todas con el insufrible calvario actual.
Pero, aunque estos problemas se resuelvan, ha llegado el momento de pensar seriamente en dotar a la capital del Estado de un segundo aeropuerto civil. Es probable que el actual de Barajas todavía pueda acoger a varios millones de pasajeros más de los casi 12 que actualmente aterrizan en sus pistas. Pero las expectativas de tráfico internacional, la evolución del turismo y la importancia cada vez mayor del transporte aéreo aconsejan adelantarse al futuro y no ir detrás, como ha sucedido cada vez que se han emprendido obras de ampliación y mejora de Barajas.
Un esfuerzo racional y acelerado en el funcionamiento de los servicios públicos, y notablemente en las comunicaciones, es la única respuesta que puede darse al desafío de 1992. El funcionamiento de la aviación civil en España sigue siendo sonrojante en muchos casos. Las esperas interminables por las maletas, el maltrato a los pasajeros, los retrasos en los aviones, la deficiente comunicación de los aeródromos con las capitales, el lamentable servicio de las cafeterías y hasta la horrenda estética que rodea a los aeropuertos son algunas de las cosas que no deberían resultar difíciles de resolver y que siguen lacerantemente ahí, como expresión indudable de la chapuza nacional y de falta de respeto a los contribuyentes.
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