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El secreto de Fátima y el otro

Observando que la revolución soviética y la Virgen de Fátima son de la misma quinta -e incluso, añadiría yo, casi eran también de la misma quinta sus primeros inspiradores, Espartaco y Cristo, respectivarnente-, nuestro admirado cuanto inquietante Manuel Vicent glosaba en EL PAÍS del 23 de febrero el pintoresco encuentro de los Coros del Ejército Rojo con el papa Wojtyla. (Digo pintoresco sin animus injuriandi alguno, sino tan sólo por alusión a la vestimenta del uno y los otros.) El divertido y vicentino juego se elevaba a los cielos proletarios y a los cielos propiamente dichos con el Ave María de Schubert interpretado por los coros rojos en el Vaticano, tras lo cual nuestro autor concluía, iluminado por la revelación de lo que, según sospechaba, era el último secreto de Fátima: "Llegará un día en que ninguna clase de lucha tendrá importancia".Columna, que algo queda, como casi dijo el otro. De ninguna manera pueden quedar estas dos desastrosas líneas finales de la bonita columna de Vicent. Que quede todo menos eso. Ni siquiera como pequeña traca, otra más, de placentero nihilismo democrático. Demasiado fácil. Hay escritores -pocos- que se han ganado a pulso el derecho a que no les dejen pasar ni una línea de facilidad.

No conozco el secreto de Fátima. Pero la otra noche, en sueflos -a no ser que fuera por la tarde, en éxtasis ante un San Francisco de Zurbarán-, creí entrar en el secreto de los dioses, mensaje que barruntaba confusamente desde hacía, mucho tiempo. "Desde siempre", dijo la Voz, "ninguna clase de lucha habrá apagado ni podrá apagar el magnético fulgor de la belleza, la llamarada germinal de la primavera, el rescoldo de incombustible simpatía que queda después de la hoguera. Y viceversa".

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Por ejemplo: ninguna clase de lucha podrá impedir a los Coros del Ejército Rojo cantar el Ave María de Schubert (porque no son tan gilipollas como los maoístas de la Revolución Cultural, que tanto chiflaban a los intelectuales de Occidente), e incluso cantárselo al Papa, ypara mayor abundamiento en el Vaticano, y aînda mâis en la sala Clementina. Y, por supuesto, ninguna música celestial bendecida por el Papa, ni siquiera el Ave María de Schubert, impedirá al Ejército Rojo defender heroicamente otra vez su territorio si a algunos nuevos iluminados se les ocurre entrar nuevamente a por uvas -eventualidad que los rusos descartan por completo, y no les falta razón...

Este mensaje discrepa notablemente del secreto de Fátima, según el cual "ninguna clase de lucha tendrá importancia". Claro que hay que tener en cuenta la época en que el tal secreto fue revelado a Manuel Vicent. Decididamente, todos los caminos, hasta los perestroiko-sacromusicales, conducen a la Roma nimbal y ajena de la moderna filosofía. Desalienada y ajena...

Hace poco, el literato Nobel francés Claude Simon, sin duda otro conocedor del secreto de Fátima, nos explicaba en EL PAÍS que el arte, para ser arte, debe ser amoral, no comprometido, etcétera. "L'air du temps...", que dicen sus compatriotas. Hace 30 años, el Claude Simon de turno -a veces es el mismo- nos conminaba a creer lo contrario. Sempiterno y falso debate. ¿Por qué no dejan al artista en paz? ¿Por qué no le dejan hacer lo que le salga de las meninges? Si quiere estremecerse, y estremecernos, con el diminuto desamparo de un pájaro pensativo en el alambre aterido e infinito, que lo haga. Eso sí, que lo haga bien. Y si quiere dar un puñetazo en el rodillo porque le subleva la condición infrahumana de millones de seres en principio humanos, que lo dé. Y si además conoce las causas de esa inhumana infrahumanidad, que son harto conocidas, y las explica, mejor. Lo que no debe hacer es contarnos lo del pajarito porque piensa que el puñetazo en el rodillo ya no se lleva, o, al revés -como se hacía antiguamente-, dar el puñetazo en el rodillo cuando a él lo que le iba era lo del pajarito.

En el por lo demás magnífico museo Tretakov de Moscú me encontré un día ante el desolador espectáculo del llamado realismo socialista. Yo no creo que la pintura realista del mundo que se estaba fraguando (recuerdo que hasta había un cuadro de una fragua) tuviera que ser forzosamente mala. Lo que pasa es que, al pintar de encargo, no eran lo bastante realistas..., y, por otra parte, era evidente en muchos casos que el socialismo tampoco era lo suyo. Tránsfugas del viejo orden elitista mal reciclados en el fervor popular revolucionario, le hicieron un flaco servicio al arte y a la revolución. Mejor que hubieran hecho lo que hizo Kandinski, tras una desesperada e inútil tentativa: seguir pintando sus puñetitas y viajando a París.

Volviendo al secreto de Fátimas y sobre todo al otro, ninguna clase de lucha me impedirá recitarme por lo bajini en algún ronco amanecer aquello de "asomaba a sus ojos una lágrima...", ni encantarme con aquel maravilloso artículo de Areilza sobre el despuntar de la primavera. Ninguna clase de lucha, incluida la lucha de clases. Y viceversa: ni Bécquer, ni Areilza, ni la beatificación transitoria del Ejército Rojo, ni la interpretación vicentina del último secreto de Fátima, me impedirán dar un social puñetazo en el rodillo. Hay días, incluso, en que siento el confuso impulso de querer hacerlo todo a la vez....

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