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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Jugar limpio con Valle

La noche del martes se inauguró el Centre Dramátic valenciano, ubicado en el edificio del entrañable cine Rialto, y miembros de la Crida a la Solidaritat en Defensa de la Llengua, la Cultura i la Nació Catalanes, formaron un piquete para protestar porque el Centre se estrenase con un texto en castellano; y gritaban: "Teatre en catalá". Si esas personas hubiesen tenido un mayor trato con la obra de don Ramón sabrían que el castellano es -según don Ramón, claro está- la lengua de los "ociosos", la del aristócrata, la "lengua de los señores". Además, "ser genio en el dialecto", decía don Ramón, "es demasiado fácil". Demasiado fácil y un tanto arriesgado. Y dicho esto, vayamos al grano.Alfredo Arias, un argentino afincado en París desde hace más de 20 años -del clan de los Víctor García, Lavelli, del recientemente fallecido Copi...-,director sensible, inteligente y brillante, juega limpio y cumple: es fiel y libre. Fiel en cuanto cap ta y, muestra, admirablemente, ese insistente ' agobia nte solo de tronipeta que sacude los versos y anuncia, para el alba, el degúello del cisne rubeniano. Hay en su montaje ironía y esperpento.

La marquesa Rosalinda

Ramón María del Valle-Inclán.Principales intérpretes: Rosa Novell, Antonio Valero, Queta Claver, Pepa "pez, Joan Molina, Isabel Rocatti, Eva Bosch, David Sánchez, Paco Balcells, Pilar Rebollar, Olga Celda, Pilar Martínez, Julio Salvi, Gerinán Cobos, Rafael Calatayud, Albert Forner, Juan Mandli y Al Víctor. Escenografía.Roberto Plate. Vestuario: Patrick Ubreton y Alfredo Arias. Iluminación: Daniel Brochier. Música: César Cano. Utillería y máscaras: Daniel Cendrán. Esculturas: José Azpeitia. Dirección: Alfredo Arias. Teatro Rialto (Centre Dramátic de la Generalitat valenciana), 8 de marzo.

El compañero de Copi ve a Valle con una mirada generosa. Le tiende la mano, tal vez con un cierto miedo, o, mejor, un cierto respeto, al tiempo que enmascara definitivamente, fija, ese mundo dieciochesco de abanicos y pelticas.Y ahí es donde encontramos la libertad de Arias, su personalísimo garbeo por el callejón del Gato. Acompañado de una pareja de civiles y de una menina folclórica; echando carne a la fiera -Bialcells, en el papel de la dueña, se pasa que es un encanto-, pero siempre fiel a los ojos, el uno cóncavo y el otro convexo, del gallego.

No siempre el texto luce con luz propia. A veces está apagado, silenciado, ocultando guiños y muecas que le son propios. Con Marivaux, Arias no se permite esos descuidos. Pero qué le vamos a hacer; es, como él bien dice, su reencuentro con "la lengua. materna", después de 20 años, "olvidada en la zona secreta de mi intimidad".

Tampoco la compañía es homogénea. Hay trabajos muy encomiables: esa espléndida Rosalinda de la Novell, el excelente Arlequín de Valero, el no menos excelente Polichinela de Juan Mendli, el buen hacer de Queta Claver (el abate) y Germán Cobos (el marqués), las agradecidísimas Silvia de Pilar Rebollar y Misia Rosa de Julio Salvi, y la ironía y el talento conductor de Al Víctor' el poeta; y otros, incomprensibles: ¿qué demonios pinta ese niño, David S ánchez, él paje?, ¿acaso no se han percatado de que no sabe decir?

En cuanto a la escenografia, a la música, a los vestidos, a las luces..., eso, señores, eso es magia. Ni más ni menos lo que pedía don Ramón.

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