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Presencia de líderes andaluces y ausencia de otros

La reciente elección de Julio Anguita como secretario general del PCE eleva a tres la cuota de líderes andaluces entre los principales partidos políticos de ámbito español. El hecho puede parecer una simple casualidad, una anécdota sin mayor trascendencia, pero creo que, bien miradas las cosas, se presta a una reflexión más general, porque pone sobre el tapete, de manera gráfica, uno de los problemas básicos de la política española, a saber: por qué surgen dirigentes políticos de unas zonas determinadas y no de otras.Es fácil constatar que el asunto tiene más implicaciones si uno repasa la lista de los principales dirigentes del Estado español en los dos últimos siglos y comprueba que la mayoría de ellos fueron andaluces o, en todo caso, nacidos por debajo de una imaginaria línea de separación que atraviese España de Este a Oeste a la altura de Madrid. Ha habido también una buena cuota de gallegos y otras cuotas menores de asturianos, cántabros, castellanos, etcétera. Pero ninguno o casi ninguno vasco o catalán.

La explicación histórica es relativamente sencilla. Un Estado español tan cerrado y tan oligárquico como el que se creó y desarrolló a lo largo del siglo XIX y casi todo el siglo actual, hasta los últimos años, sólo podía ser dirigido por representantes de los grupos oligárquicos más cerrados. Y su impermeabilidad fue tal que ni siquiera la burguesía industrial y comercial de Cataluña y la burguesía industrial y financiera del País Vasco pudieron llegar a gobernarlo.

Ahora las cosas son distintas, y los nuevos dirigentes no tienen nada que ver con los de antes. Sin embargo, los dirigentes políticos siguen surgiendo de las mismas zonas y continúan las ausencias de catalanes y vascos. Es cierto que con el Gobierno del PSOE ha aumentado sensiblemente el número de catalanes con responsabilidades políticas y administrativas en el Gobierno central y se han afirmado algunos dirigentes políticos y sindicales vascos. Pero todavía no hay un solo partido político de ámbito español que esté dirigido por un catalán o un vasco ni aparecen alternativas generales -grandes o pequeñas- lideradas por catalanes o vascos.

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No sé cuál es la razón de que Andalucía produzca tantos dirigentes de estas características, aunque creo que algo tendrá que ver en ello un clima político que permitió librar y ganar la espléndida batalla de su estatuto de autonomía. Éste es, sin duda, un tema de reflexión interesante. Pero tanto o más interesante que esto, y, desde luego, mucho más preocupante, es lo otro, la ausencia de catalanes y vascos, porque detrás de esta ausencia sistemática hay un importante problema político.

La explicación hay que buscarla en las propias realidades catalana y vasca. Aunque las situaciones de Cataluña y del País Vasco no son idénticas, ambas tienen en común un dato esencial: que la conciencia de comunidad específica, la identidad nacional, se ha construido como conciencia e identidad de pueblo asediado, de colectividad acosada por un enemigo exterior. Esto ha sido cierto -desgraciadamente cierto-durante largos períodos de la historia contemporánea, especialmente bajo la monarquía de la Restauración y las dictaduras de Primo de Rivera y Franco, en las que la idea de una pluralidad nacional y lingüística fue brutalmente perseguida por el centralismo en nombre de una idea de nación española única, indiscutible y excluyente.

Por esta razón, bajo el franquismo, la lucha por la democracia estuvo siempre ligada a la lucha por la autonomía. Y el mérito de las fuerzas de izquierda, especialmente en Cataluña, consistió no sólo en encabezar esta lucha, sino en vincularla en todo momento a un proyecto general de lucha por la democracia en toda España, afirmando la solidaridad con todos los demás pueblos españoles. Por eso en los últimos años del franquismo Cataluña y el País Vasco fueron auténticos motores de la lucha democrática, centros pilotos de nuevas experiencias populares. Por eso la izquierda ganó tan claramente las primeras elecciones en Cataluña.

Durante estos últimos años las cosas han cambiado. En primer lugar, ha cambiado España en su con unto, la democracia se ha consolidado, han quedado atrás las dictaduras militares y el país ha entrado por la puerta grande en Europa. La vieja España tradicional sigue ahí, sin duda, y es posible percibirla a cada recodo del camino. Pero la sociedad española está cambiando con rapidez, y, aunque el presente está lleno de contradicciones y el futuro lleno de incógnitas, es innegable que una nueva sociedad española se está superponiendo a la vieja y predominando sobre ella.

Mientras tanto, en Cataluña y en el País Vasco la izquierda ha perdido la hegemonía inicial por muy diversas razones, entre las cuales hay que señalar en primer lugar las dificultades y las contradicciones iniciales de la transición a la democracia. Los nacionalismos han conquistado la hegemonía y la han utilizado para seguir cultivando la idea de que nada ha cambiado en relación con el enemigo exterior, y han seguido impulsando una identidad nacional de pueblo acosado. Bajo la dirección de los nacionalismos, la autonomía no se ha entendido como una forma de contribuir a articular un nuevo sistema político español, sino como una forma de marcar distancias respecto al adversario secular y de frenar su acometida incesante. Y la afirmación de la propia nacionalidad no se ha entendido como una manera de consolidar el carácter plurinacional de España, sino como un enfrentamiento entre dos colectividades nacionales. De este modo, Cataluña y el País Vasco han tendido a encerrarse en sí mismos y corren el riesgo de perder la oportunidad histórica de encabezar, por fin, el proceso de transformación del conjunto de España.

Yo creo que ésta es la cuestión decisiva de la vida política catalana y vasca. Aparentemente se trata de un problema ideológico, pero es fundamentalmente un problema político y económico. Hace poco, los dirigentes de un importante grupo editorial y distribuidor de Barcelona me explicaban su preocupación por esta tendencia al aislamiento, porque cada vez les resulta más difícil organizar actos con grandes personalidades de la cultura española en Barcelona, a causa de las reticencias mutuas. Por otro lado, es sabido que algunas entidades de ahorro catalanas piensan seriamente en trasladar, o ya están trasladando, sus centros de tesorería a Madrid. Son dos aspectos de un mismo problema, pero ambos bien significativos, porque demuestran que lo que está en cuestión es si Cataluña y el País Vasco van a seguir encerrados en una mentalidad de aislamiento y acoso o van a convertirse en motores de los cambios presentes y futuros de una sociedad española que ni política ni cultural ni económicamente ya no Ya a ser la misma de antes.

Cuando la izquierda catalana habla de desarrollar el Estado de las autonomías en sentido federal no está haciendo, pues, una propuesta ideológica, sino una propuesta política para romper este círculo del aislamiento, esta tendencia a la autolimitación. Y cuando el nacionalismo responde negativamente a esta propuesta sin ofrecer ninguna alternativa, lo que en realidad propugna es seguir como hasta ahora para conservar su hegemonía política.

El combate político en Cataluña y en el País Vasco es, pues, un combate muy peculiar. Aparentemente se discute sobre esencias y liderazgos carismáticos, pero en el fondo se discute de proyectos de Estado y de sociedad. La derecha nacionalista carece de proyecto de Estado porque sabe que, más allá de la demagogia, el independentismo no tiene sentido y por ello necesita gobernar el Estado español, pero no lo puede conseguir desde el aislamiento a que le condena su propio nacionalismo, como lo han demostrado los casos históricos de Cambó y de la llamada operación Roca. La izquierda tiene un proyecto de Estado, pero debe ganar la batalla al nacionalismo en Cataluña y en Euskadi para poder tener pleno protagonismo en el conjunto de España. Por eso todavía no surgen líderes catalanes y vascos de ámbito español. Y subrayo lo de todavía porque creo que las cosas van a cambiar en el futuro. Un país como éste, que está pasando de manera tumultuosa de un pasado tremendo a un futuro incierto pero lleno de posibilidades, no puede permitirse el lujo de que nadie se autoexcluya, porque se necesitan muchos motores y muy diversos.

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